No se iba a quedar en una fugaz aparición que podría haberse creado por ordenador. Anthony Hopkins regresa a Westworld para descartar la noción de que sólo era el fichaje pintón para ayudar a lanzar la primera temporada y nos hace una guía pormenorizada de lo que es el parque y cómo de equivocada estaba la sinopsis allá por 2016. Ford, irónicamente, hace de anfitrión de honor para Bernard en La Cuna, su nueva casa tras el pistoletazo de salida que dio Dolores a la revolución en todo su cráneo.
Ford amplía la cuestión de James Delos que vimos en el 2x04. Como imaginábamos, el fundador de la empresa no iba a ser el único humano con ambiciones de eternidad y Ford también digitalizó su mente, pero asumiendo que si no quería perder la cabeza, tendría que quedar anclado en un entorno digital. Para Ford no hay segundas o enésimas oportunidades entre incineraciones e impresoras 3D, pero sí nos detalla qué hemos estado viendo y cómo los parques no son lugares recreativos para satisfacer las necesidades hedonistas de los millonarios del futuro.
Temporada y media pensando que el West y el resto de worlds eran patios de recreo donde, de rebote, se avanzaba en el campo de la inteligencia artificial y ahora nos toca darle la vuelta. La inversión de perspectivas de Nolan y Joy que tanto nos gusta y tantas migrañas nos trae se reaviva con la verdadera naturaleza del juego: el parque nunca se hizo para las fantasías vintage de los más pudientes, sino para que los propios anfitriones conocieran de primera mano la condición humana. Muy bonita queda esa reflexión de Ford sobre cómo nuestra mente es el último aparato analógico en la era digital. Qué disfruta el hombre sus discursos grandilocuentes hasta en formato .exe.
Cada interacción de los últimos 30 años está almacenada en un servidor que claramente va a permitir a Bernard, Dolores, Maeve o la primera que llegue a comprender al ser humano de manera total y, de ahí en adelante, ellas podrán ser oficialmente las humanas del futuro. El híbrido que Delos ansiaba descubrir no partiría de mecanizar al hombre, sino de humanizar al robot. Todo apunta a que ese servidor dorado es La Puerta que da nombre a esta temporada, que se abrirá con el código que guarda(ba) Peter Abernathy en su cabecita trastornada y que se ubica en El Valle.
El Valle que tanto nos lleva atormentando toda la temporada es, nada más y nada menos que las cookies de tres décadas almacenadas. Y nosotros aceptando los términos y condiciones de uso de la nueva ley de protección de datos sin leer siquiera. Así se inundan luego las cosas.
Del asunto de Bernard nos queda conocer para cuándo el exorcismo y hasta qué punto durará la posesión de Ford. Si ya sabemos que los eventos del principio y del final del episodio son posteriores a todos los actos centrales, ¿cuántas vueltas quedan hasta ponernos al día y por qué Charlotte puede torturar y acceder al sistema de Bernard? Como si Bernard no tuviera ya suficiente gente dentro metida.
Hablemos de Dolores. Además de ver confirmar con otro giro de 180 grados que ella era quien testaba a Bernard para perfeccionarle a la imagen y semejanza de Arnold y no al revés como siempre hemos pensado, tiene ya la llave, la primera plaza de camino a La Puerta y, ante todo, su mortalidad. No debía haber presupuesto para ver la colisión del tren en sí, pero su incursión en La Mesa es fácil, rápida y para toda la familia cuanto tienes a Teddy y a Clementine en modo automático repartiendo a diestro y siniestro. A Angela, secundaria donde las haya, la mandan a La Cuna para destruir los back-ups de los anfitriones. Ya no hay resurrección posible para nadie, así que más le vale a Maeve curarse rápido.
Papá Abernathy sigue clavado a la silla, pero ya liberado de su carga y descansando en paz. Hay una pregunta en el aire sobre la llave: ¿tiene Dolores la llave correcta? Charlotte lleva siete episodios buscando el "cerebro" de Abernathy y más de dos horas con él en su poder. ¿Por qué pierde el tiempo descargando una cantidad ingente de datos cuando sabe que la caballería del oeste viene a por ella? Dolores no tarda ni cinco minutos en rebanarle la cabellera a su propio padre y sacarle la perlita. ¿Influye extraerla de modo no seguro? Si Charlotte le ha dejado llevársela así de fácil, será porque quizás sabría que Dolores no iba a poder hacer nada con la llave y ahora Bernard le chiva que está en el sector 16, zona 4. Correspondencia con línea 3 de Metro.
Terminamos el repaso con la tercera pata de la temporada. Maeve sin duda está protagonizando la trama menos excitante dentro de la mitología de la serie y se aferra a esa cruzada personal de madre coraje, aunque la frían a tiros. Interés no falta en su encontronazo con El William de Negro. Nos gusta ver cómo el personaje de Ed Harris cae en un segundo plano frente al todoterreno que es el de Thandie Newton, aunque sea para descubrir que no es omnipotente. Esos superpoderes telepáticos robóticos parece que tienen sus límites. Cuanto más woke el androide, menos efecto tienen. Viene bien para equilibrar la balanza y que no le saque demasiada ventaja a Dolores y Bernard en la carrera por la libertad.
Es ese encuentro con la rubia del momento el que nos deja un sabor de boca más amargo. El mensaje es bonito, sí, todo lo sentimentaloide que queramos, pero la búsqueda infinita del cachorro ya se está haciendo larga. Mejor nos quedamos con la reunión de lideresas aproximadamente civilizadas, dialogando hasta estando una recién fusilada y la otra con los sesos de su padre en la mano. Ellas se entienden, se respetan y se comprenden. Ellas: ejemplo.
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