En ocasiones, el marketing nos juega malas pasadas. Teóricamente, toda cadena debería dar lo mejor de sí para garantizar que sus series tengan el mayor reclamo posible para la audiencia. Que nos entre por los ojos por el motivo que sea, pero que nos dé ganas de ver al menos los primeros cinco minutos y ya nos arrepentiremos al sexto. Happy! llegó a nuestras vidas con un trágico póster lleno de CGI, un aire de fantasía positiva y una sinopsis que básicamente ponía a tu clásico policía caído en desgracia aferrado a una botella de ginebra barata a buscar a una niña que había sido raptada. Y con un amigo imaginario feliz colgado del hombro. Las cosas no podían pintar peor. Bueno, sí, encima era navideña.
Syfy, la cadena en cuestión, viene de una época oscura e indigesta que parecía estar salvando a golpe de space opera aclamada por la crítica titulada The Expanse, fantasía casposilla medio adolescente vía The Magicians y una Blood Drive que rompía tantos esquemas y era tan mala que se volvía one hit wonder de culto. Syfy está saliendo del atolladero, pero a duras penas gracias a inventos de la calaña de Helix y Dominion. Básicamente no nos garantiza nada y ni nos invita a ver un miserable tráiler.
Y luego llegó Netflix. Netflix como ese milagro de la distribución internacional, ¿verdad, Antena 3? ¿Varía algo la serie? Misma promo, sin excesivo ruido en las redes, pero si te la ponen en primer plano, será por algo. Happy! pasa de un antihéroe borracho más con efectos especiales incómodos de ver a una comedia sórdida, gore y de todo menos políticamente correcta con efectos especiales todavía incómodos de ver, pero que vamos a perdonar. ¡Sorpresa! Un truco de magia por el que deberíamos dar las gracias.
Christopher Meloni, el hombre que nos regaló a Chris Keller en Oz y luego se echó a perder en ochenta temporadas de Ley y Orden comparte el afán de redención de Syfy. Se dejó caer por True Blood, se pegó una hostia estrepitosa con una comedia familiar y se dejó hundir en el barco de la WGN antes de matar su producción de ficción original. El pobre viene casi tan maldito como el hijo bastardo de Dylan McDermott y Katherine Heigl, pero parece levantar cabeza en el registro cómico cínico del protagonista de Happy!. Sí, sigue siendo el mismo policía bajando a los infiernos que hemos visto tropecientas veces. Pero estos infiernos son bastante entretenidos.
Happy! presenta un universo más amplio de lo que esperábamos. Una conspiración altamente surrealista en los bajos fondos de Nueva York en plenas Navidades, el mejor momento para sustraer a niños en mitad de la calle. Durante los ocho episodios de su primera temporada, los guionistas tejen un laberinto de corruptela y degeneración que dista mucho de tu típico telefilme de sobremesa titulado Desparecida: Abducción letal. De nuevo, otro saludo a los amigos de Antena 3. Happy! se mueve más bien en la línea de una Dirk Gently en pleno ciclo de anabolizantes: desmedida, exagerada, salvaje, violenta hasta decir basta y recreándose en sus mutilaciones genitales y en cada bala de esas que te desplazan veinte metros en el aire casi rozando lo caricaturesco.
La serie va al detalle, elabora su comedia desde lo verbal a lo físico a sabiendas de que es el 70% de su atractivo y deja la misión de rescate en un segundo plano porque todos sabemos cómo acaban estas historias y prefieren recrearse en el camino. Un viaje que va desde los litros y litros de sangre a un reality show pasando por orgías con filias muy, pero que muy sui géneris. Happy! quiere darle al espectador que ya lo ha visto todo una oda al exceso visual en la que regodearse. Y luego, lo del muñeco.
Los animalitos azules generados por ordenador nos dan pánico. Venimos de comedias bochornosas de la talla de Imaginary Mary, el fantasma está todavía reciente y eso de poner a actores a hablar con seres invisibles tiende a ser fatigoso de ver, por no bajarnos a términos más peyorativos. Y aquí es donde entra la mayor sorpresa de todas: el unicornio volador no es tan insufrible como parecía. No ejerce de contrapeso adorable frente al impudor del protagonista. No intenta enseñarle a no ser un hijo de puta y que abandone el lado vicioso de la vida. Está ahí, como un recurso fantasioso que sencillamente aceptamos ver. Tiene una innegable importancia en la trama —pero sin acaparar tiempo malamente pegado a la pantalla ni saturar, lo cual se agradece enormemente— y, sin destripar nada, termina abriendo un microuniverso puramente de chiste al que no hay manera de oponerse.
Happy!, ya renovada por una segunda temporada, se une a la lista de series que vivieron con absoluta discreción su emisión original y que la distribución internacional da una segunda oportunidad. Y, desde luego, este es uno de los casos que no merecen pasar sin pena ni gloria. Bueno, con mucha gloria sí.
Happy!, ya renovada por una segunda temporada, se une a la lista de series que vivieron con absoluta discreción su emisión original y que la distribución internacional da una segunda oportunidad. Y, desde luego, este es uno de los casos que no merecen pasar sin pena ni gloria. Bueno, con mucha gloria sí.
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