Dentro de la vorágine de series en la que vivimos, con decenas de buenas historias luchando por su espacio, los productos con mayor impacto ahogan otras propuestas que en igualdad de condiciones les ganarían la batalla por la audiencia. Entre esas joyas que pasan casi desapercibidas encontramos a Peaky Blinders, que ha cerrado su tercera temporada consiguiendo un reto casi imposible hoy día: no rebajar el ritmo endiablado en ninguno de sus episodios, ofreciendo un uso inteligente del cliffhanger y una fotografía espectacular.
¡Que vienen los rusos!
En
la anterior entrega habíamos dejado a Tommy Shelby haciéndose con el territorio
de los italianos, mientras nos dejaban con la duda de si elegiría a Grace o a
May. La historia se reengancha dos años después, con la boda que resuelve el
misterio y mostrándonos al jefe de la banda de Birmingham bailando entre dos
aguas: la nobleza inglesa y los bajos fondos de la ciudad.
El
difícil equilibrio que Tommy intenta mantener en su vida (con una tregua con
italianos y el grupo judío de Alfie Solomons) salta por los aires con la llegada
de una familia de rusos refugiados que le proponen un trato imposible para
recuperar su posición después de la Revolución. Toda la locura que ha rodeado a
esta trama (a destacar la “celebración” del pacto entre ambas partes) podría haberse
convertido en un cliché, pero su creador logró captar la crudeza del mundo que
retrata la serie. También introdujo personajes como la duquesa Tatiana
Petrovna, uno de esos de los que es imposible saber qué van a hacer ni a qué están
jugando hasta que la partida ha acabado.
Aunque
la lucha contra los rusos, la Liga Económica, los italianos y los judíos
parecía demasiado para sólo seis episodios, las tramas se han ido enlazando
poco a poco con dos enfrentamientos muy bien rodados: el de Tommy con el líder
italiano (incapaz de llevar a cabo todas sus amenazas, agotado por la
violencia) y con Solomons, donde Tom Hardy vuelve a robar la escena.
La
cultura gitana inglesa ha seguido muy presente, con esa mezcla entre la
modernidad y las antiguas costumbres tan propia de comienzos del siglo XX. Interesante
ha sido también la introducción de la búsqueda de sus derechos
por parte de las mujeres del clan Shelby. Hartas de abusos y muerte, exigen una
nueva vía de acción para la familia, reclamando ser tratadas por fin como
iguales.
Más
allá de los buenos guiones —flojeó la parte relacionada con el padre Hughes, que iba a
ser el gran villano de la temporada y al final no cumplió las expectativas—, si
por algo destaca Peaky Blinders es por dos aspectos: la fotografía y la música.
En cuanto a la primera, ha seguido estando a un nivel portentoso, capaz de captar
la suciedad y humedad de las fábricas hasta la elegancia de las casas nobles o
la niebla del campo inglés. En cuanto a la segunda, sólo hace falta ver la secuencia
de introducción del quinto episodio, bajo las notas del Lazarus de David Bowie.
Cillian Murphy y el nivel de los actores británicos
No
sé si será la influencia de Shakespeare o que exista una relación casi simbiótica
entre la televisión y el teatro británico, pero es difícil encontrar tantos
actores de nivel fuera de las islas. Peaky Blinders es la
historia de Tommy Shelby y Tommy Shelby no podría haber tenido otros rasgos que
los de Cillian Murphy. Su rostro ojeroso y su mirada fría pueden aguantar
cualquier primer plano pero esta temporada también nos han mostrado su aspecto
más humano, enfrentado a la posibilidad de perder a su hijo. Una interpretación
fascinante que se cierra en el último plano de la season finale, donde
expresa de todo sin apenas mover un músculo.
Y
aunque encontramos algunos ejemplos de sobreactuación (Joe Cole es un caso
clínico, no para de poner morritos cada vez que aparece en escena), la
plantilla de la serie nos muestra a un grupo de actores infalibles: desde Paul
Anderson como el torturado Arthur Shelby —capaz de pasar del amor fraternal al
odio en unos segundos— hasta la portentosa Hellen McCrory como Polly. El trabajo
de esta actriz debería llevarse todos los premios de la temporada, compartidos
de forma merecida con la Vanessa Ives de Eva Green en Penny Dreadful.
Pero
lo mejor de este final de Peaky Blinders es saber que habrá una cuarta y
quinta temporadas, con la libertad que eso ofrece a sus creadores para seguir
trabajando en historias de este Birmingham que ya forma parte de nuestra
geografía seriéfila.
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