La búsqueda de la felicidad se ha convertido en uno de los tópicos más recurrentes de la ficción moderna, sobre todo de la comedia, que ha conseguido capturar la esencia de sociedad actual para crear productos tragicómicos con personajes a menudo grotescos cuyas taras psicológicas parecen derivadas de la ausencia de problemas reales. Happyish consigue retratar de forma certera y muy gamberra la neurosis colectiva que vivimos, la obsolescencia programada de las propias personas y las altas expectativas que nos generamos a nosotros mismos.
Thom Payne es un creativo de una agencia de publicidad que ve cómo de repente debe rendir cuentas ante unos jefes más jóvenes que él y debe reinventarse o morir víctima de los nuevas técnicas publicitarias, más enfocadas a las redes sociales que a las ideas y a los textos ingeniosos. En el ámbito personal, parece tenerlo todo pero está lejos del estándar de felicidad que impone la sociedad y vive sumido en una depresión que le impide satisfacer a su mujer y a sí mismo.
Showtime necesitaba una nueva comedia excéntrica y Happyish le viene como anillo al dedo, aunque la muerte de Philip Seymour Hoffman, su protagonista original, ha trastocado los planes de lo que podría haber sido una serie más vendible. Si sabes que podrías estar viéndole, realmente lo echas de menos. Y no porque Steve Coogan esté mal, todo lo contrario, pero parece un papel hecho a la medida del malogrado actor, capaz de representar papeles cómicos y dramáticos con la misma solvencia y poseedor de una cara de fracasado que le podría haber venido muy bien al personaje. Como hemos dicho, Coogan no está nada mal y aporta un toque inglés que alimenta el cliché al tiempo que sitúa a Thom Payne en un lugar con una idiosincrasia sensiblemente diferente a la europea que hace que no termine de encajar con su entorno.
Junto a Coogan, nos encontramos con otras caras conocidas como Kathryn Hanh (Transparent, Crossing Jordan),que interpreta a Lee, la esposa del protagonista, Carrie Preston (True Blood, The Good Wife), su compañera de fatigas, Ellen Barkin (The New Normal), su editora, o André Royo (The Wire), que es amigo de la pareja. De todos ellos se espera algo más de lo que han mostrado en el piloto. Salvo Lee, la presentación de los demás ha sido demasiado escueta, dejando simples pinceladas que no permiten hacerse a la idea del verdadero potencial que pueden dar, sobre todo Preston, una actriz adorada por todos cuyos secundarios van camino de convertirse en historia de la televisión. En este sentido, también debemos esperar un poco más del elenco.
Pocas series de cadenas de cables están destinadas a un público masivo, sino que buscan rellenar pequeños nichos muy interesantes desde el punto de vista del poder adquisitivo. Un target maduro y acomodado, justo como los protagonistas de Happyish. Quizás por eso no consigo empatizar con los problemas de Thom y realmente me cuesta entender cómo se siente y por qué, por lo que el personaje puede llegar a hacerse un poco pesado, aunque su voluntad de cambio, el proceso metamórfico que ha iniciado puede enriquecerlo mucho y quizás sólo sea cuestión de esperar.
Happyish apuesta por la irreverencia de forma directa y frontal, sin ahorrarse ningún taco y abordando temas incómodos que dan la impresión que están metidos con calzador para intentar ser más políticamente incorrecta. Para ello, no duda en enseñarnos a los personajes en situaciones ridículas en las que no salen muy bien parados socialmente, como Lee en el parque infantil cuando insulta a otra madre, o Thom cuando interrumpe el discurso de su nuevo jefe sin miedo al ridículo. Además, es de esas series que recurren a visiones y sueños con dibujos animados, que actúan como su conciencia o subconsciencia.
En definitiva, Happyish es otra de esas comedias (que no dramedias) llena de personajes neuróticos y situaciones tristes, a veces tan incomprensibles desde un punto de vista no americano pero a la vez tan divertidas. El problema es no conectar con ella, no es fácil pero si se consigue puede resultar interesante, algo que a mí todavía no me ha pasado. Aunque todos los ingredientes me atraen, todavía el sabor que me queda es insuficiente para devorarla, quizás sólo sea cuestión de tiempo, o es que quizás sea demasiado feliz.
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