Louie acaba de regresar a la
parrilla norteamericana con dos sublimes capítulos en los que, de nuevo, hace
que el espectador se revuelva incómodo en la butaca afectado por un ataque de
empatía y vergüenza ajena. Y es que el show de Louie C.K. enfatiza tanto el
factor del loser o perdedor, del antihéroe, que muchas veces duele (casi
físicamente) ver lo que le ocurre a este hombre cuarentón, calvo y gordinflón
en la pantalla. Aun así, ahí radica su genialidad, en la capacidad de generar
dosis de comedia de lo más inteligente humillando y ridiculizando
constantemente a su personaje, poniéndolo en tantos aprietos y difíciles tesituras que por un momento,
cuando algo le va bien, el espectador se confía, desea que las
desgracias acaben por un ratito, de ahí que las desastrosas consecuencias nos golpeen más fuerte. Pobre Louie...
Muchas de las ridículas
situaciones que le ocurren están relacionadas con su poca habilidad ya
no para ligar, sino para comunicarse con las mujeres. Por eso, cuando en el
segundo capítulo de esta cuarta temporada, Model, el bueno de Louie consigue que
una rubísima y riquísima jovencita, modelo de profesión, se fije en él, por un
momento nos alegramos de su suerte, nos relajamos, disfrutamos de su buena
fortuna, y entonces bajamos la guardia y... ¡zas! lo que viene después nos resulta mucho más demoledor. Y es que los pocos encuentros sexuales de este padre divorciado de 46 años de edad siempre acaban en desgracia, y la de este capítulo es de las gordas. Pobre Loiue.
El gran perdedor de la ficción norteamericana actual.
Creador, director, guionista y protagonista
de su propio show, Louis C.K. reconoce que el suyo es un trabajo durísimo y que
si tuviera que renunciar a alguna de estas facetas sería a la de actor
principal, pero esperemos que nunca lo haga ya que sería difícil encontrar otro
rostro como el suyo, que refleje tan bien fracaso, vergüenza, miseria, autocompasión,
estoicismo y sobre todo humillación.
Brillante resulta también la
escena del primer capítulo, Back, en la que Louie se decide a entrar en un sex
shop en busca de un consolador para hombre, después de las recomendaciones sobre
su uso que le hace uno de sus amigos durante una partida de póker. Una de esas clásicas partidas con sus colegas, donde la única mujer es Sarah Silverman.
Acostumbrados al desfile de caras
célebres por la serie, el segundo episodio de esta temporada tiene
como invitado a Jerry Seinfield, quien, como el resto de amigos cómicos que aparecen
en el show, también se interpreta a sí mismo. El actor de comedia invitará a
Louie a que le haga de telonero en un evento benéfico en los Hamptons. Eso sí,
nada más llegar allí, nuestro querido protagonista se dará cuenta de su
tremendo error, ya que él, enemigo de los trajes, se presenta en la fiesta con
su atuendo tradicional, camiseta y vaqueros oscuros, mientras observa con
terror que se trata de una gala de lo más fina y hasta su querido Seinfield va
vestido de pingüino. Ese es sólo el principio de su declive, y a partir de ahí todo va mal. Y cuando
parece, por un momento, que las desdichas se acaban, viene su caída más
estrepitosa. Eso sí, nosotros lo vemos desde el sofá con una mezcla de
estupefacción, risa nerviosa, compasión e incredulidad ante lo que ven nuestros
ojos. Y es que hacer cosquillas puede conllevar los mismos riesgos que manejar
sustancias altamente peligrosas, según Louis C.K.
Lo único que he echado en falta
con la vuelta de esta serie, una de mis favoritas, es el clásico intro, con
esa musiquita ya tan conocida y nuestro querido pelirrojo gordinflón saliendo
del metro en el Village para ir a una de sus actuaciones. Una pena, aunque este austero opening nos recuerda inevitablemente a las películas de Woody Allen, otro gran enamorado de Manhattan.
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