Después de una semana del estreno de la segunda temporada de 13 Reasons Why, ya habrás tenido tiempo de ponerte al día. Y si no, aún estás a tiempo de no hacerlo. Esta vez el refrán tenía razón: segundas partes nunca fueron buenas. Tras una primera entrega rompedora, polémica y atrevida que daba un giro a los dramas adolescentes americanos y rompía el silencio que hasta entonces había caracterizado la mayoría de la ficción de este tipo sobre temas como el suicidio o la violación, nos encontramos con una segunda entrega fría, absurda y que deja mucho que desear.
El siempre atormentado Clay Jensen y compañía vuelven a nuestras pantallas con una historia a la que se le ve el plumero. Tienen que testificar en el juicio entre los padres de Hannah y el instituto y esto sirve de excusa para alargar una serie que podría haber acabado de forma digna en la primera temporada. Ahora la voz en off la llevan los compañeros de Hannah, uno diferente en cada capítulo, y cuentan su versión de la historia. Se saca trama de donde no se puede, alargando los capítulos de forma innecesaria y repetitiva, convirtiendo una serie de calidad en lo que parece un teen drama más de la MTV. Por otro lado, la persecución de Bryce Walker se sigue de forma paralela y sin demasiado sentido, siendo la duda de si será castigado por sus actos o no la única parte de intriga de estos trece episodios.
Sin embargo, la crítica social que caracteriza 13 Reasons Why sigue ahí, y eso nos gusta. La segunda temporada profundiza más sobre la cultura de la violación y cómo el abuso sexual entre jóvenes es mucho más común de lo que pensamos. Esto está representado de forma respetuosa y acertada, pero todos los agujeros en la trama e incoherencias que se repiten más de lo que deberían no lo compensan. Adolescentes que llegan a sus casas notablemente agredidos sin que nadie se dé cuenta, jóvenes drogadictos que pretenden rehabilitarse a base de agua y descanso y fantasmas de chicas fallecidas que aparecen según convenga. No esperábamos mucho, pero sí algo más.
Probablemente el mayor problema de esta segunda entrega es que la serie ha perdido su verdadero significado. Además de que, como es obvio en televisión, siempre quiso crear polémica, la primera temporada parecía querer sacar a la luz problemas importantes de la juventud de hoy en día mediante escenas explícitas con la intención de crear un impacto social. Pero cuando 13 Reasons Why fue renovada, se temía que el único objetivo fuera mantener audiencia y ganar más, y eso ha sido exactamente lo que ha pasado. Aunque la intención está ahí, es indiscutible que educar ya no su prioridad.
Las interpretaciones son otro de los pocos puntos buenos de la segunda temporada. Aunque siguiendo con la costumbre norteamericana de contratar actores veinteañeros para interpretar a personajes adolescentes, el elenco en general funciona bien. Kate Walsh gana mucho protagonismo y su papel le permite lucirse. Justin Prentice, quien interpreta a Bryce, consigue ser odiado en todo momento por el espectador, aunque es cierto que gran parte del mérito se debe a los actos del personaje. El protagonista, Dylan Minnette, sigue en su línea, dando vida a un Clay Jensen odioso y desesperante.
Finalmente, el desenlace parecía ir por buen camino, pero acabó perdiéndose en un episodio sobrecargado que tuvo como consecuencia un final desastroso, mal hecho y forzado. Todo con la intención de dejarlo abierto para una tercera entrega que nadie ha pedido. En definitiva, quedémonos con los primeros trece capítulos de 13 Reasons Why. Y que esto sirva de lección, una vez más, para saber que hay que dejar morir a las series cuando es su momento, porque luego pasa lo que pasa.
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