Con sus altibajos, sus amarguras y sus tira y afloja, estamos acostumbrados a que en las series los villanos mueran entre terribles sufrimientos, los buenos ganen, el amor triunfe, el planeta sea salvado en el último momento y todo quede bien resuelto y envuelto para regalo con un lacito. Excepto Una serie de catastróficas desdichas. En el caso de la ficción de Netflix todo es desesperación, ansiedad y frustración. Lemony Snicket (Patrick Warburton) lo avisó. De hecho, nos lo recuerda en cada episodio. Sin embargo, nosotros seguimos castigándonos con las aventuras de los hermanos Baudelaire por si, en algún momento, la vida les marcha bien. Spoiler: no será en la segunda temporada.
La ficción creada por Mark Hudis y Barry Sonnenfeld nos dejó el año pasado en el mismo lugar y en el mismo momento en el que comienza la segunda entrega: Violet (Malina Weissman), Klaus (Louis Hynes) y Sunny (Presley Smith) esperan sentados en el recibidor del lúgubre y desesperanzador colegio Prufrock, cuyo lema principal es Memento mori (Recuerda que morirás). Parece que por fin van a tomarse un respiro y hacer de ese centro su nuevo hogar, pero el Conde Olaf (Neil Patrick Harris) continúa su búsqueda para matarles y conseguir la herencia a la que los infantes todavía no tienen derecho. Así que comienzan sus nuevas aventuras igual que después del terrible incendio que acabó con su casa y sus padres: mal. Aunque, esta vez, con unos cuantos amigos más; desalentador, pero con acompañamiento.
La segunda temporada de Una serie de catastróficas desdichas se presenta con la misma estructura de episodios que el año pasado. No obstante, la trama avanza de tal manera que los hermanos Baudelaire cada vez dependen menos de los tutores legales, porque todos están muertos, y más de aquellos extravagantes lugares a los que escapan para librarse de Olaf. De hecho, la presencia de Arthur Poe (K. Todd Freeman), el banquero y gestor de su herencia (que por desgracia no muere de un tosido, que buena falta le hace), es cada vez más anecdótica y menos útil para los niños.
Poco a poco, esta pérdida del toque procedimental se percibe por los nuevos descubrimientos sobre la sociedad secreta a la que pertenecían el narrador, su hermano, los padres incinerados y el malo malísimo de la historia. Eso sí, la cantidad de información se dosifica con cuentagotas para el espectador y los protagonistas. Ni siquiera sus nuevos amigos, los trillizos Quagmire, consiguen facilitársela porque siempre ocurre alguna fatalidad que lo impide. La frustración llevada al extremo. ¿Qué contiene ese azucarero y por qué es tan importante? ¿Qué desencadenó el cisma en la sociedad secreta? ¿Uno de los progenitores Baudelaire está vivo? ¿Quién esa misteriosa mujer que sigue la pista de los muchachos? Estas respuestas y unas cuantas más no son respondidas, pero otras sí. No obstante, aunque nos van plantando semillitas a lo largo de la temporada, el misterio alrededor de V.F.D cobra bastante sentido a partir del cuarto acto en el circo ambulante y gracias a la ayuda de Olivia, la bibliotecaria (Sara Rue).
Además de un mar de incógnitas, en la segunda temporada vuelven a brillar unos guiones repletos de diálogos, personajes excéntricos y piruetas lingüísticas. No obstante, en algunos momentos pueden resultar demasiado cargantes y repetitivos. El ejercicio narrativo es muy divertido gracias al humor negro y los juegos de palabras, pero Una serie de catastróficas desdichas no deja de ser una adaptación de una obra de literatura juvenil y quizás abusa demasiado del relleno para lo poco que tiene que contar, como es el caso de los innecesarios números musicales creados para que Neil Patrick Harris se luzca ahora que no presenta los Premios Tony. A pesar de ello, se agradecen las licencias creativas de metaficción, como las explicaciones del Deux ex machina o el cliffhanger.
También debemos destacar algunos necesarios cambios en el ritmo de ciertos episodios, como el tramo terrorífico del Hostile Hospital, el espectacular diseño de producción para los decorados y el vestuario o los continuos guiños a la cultura popular actual y a España, como en el caso de la bandera o el Aserejé que se marcan las gemelas.
En numerosas ocasiones, y al tratarse de una ficción de corte familiar sin violencia ni insultos, Una serie de catastróficas desdichas se topa con situaciones infantiles y ridículas que se tornan desesperantes si vas a maratonear la serie (como espera Netflix, que para eso promueve ese tipo de televisión). Aunque, quizás, precisamente es esta desesperación provocada por una serie de catastróficas desdichas sin fin y sin sentido la que justifica la existencia de la propia serie.
De momento, Violet, Klaus, Sunny y compañía han renovado para una tercera y última temporada que cubre los cuatro últimos libros. Será el año que viene, con los muchachos un poco más crecidos (aunque los productores se han querido dar prisa para rodar lo antes posible), cuando descubramos todos los misterios de la sociedad secreta y si, por fin, hay final feliz para los Baudelaire o Lemony Snicket tenía razón y todo va a acabar como el Rosario de la Aurora.
De momento, Violet, Klaus, Sunny y compañía han renovado para una tercera y última temporada que cubre los cuatro últimos libros. Será el año que viene, con los muchachos un poco más crecidos (aunque los productores se han querido dar prisa para rodar lo antes posible), cuando descubramos todos los misterios de la sociedad secreta y si, por fin, hay final feliz para los Baudelaire o Lemony Snicket tenía razón y todo va a acabar como el Rosario de la Aurora.
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