Y al séptimo día, Ryan descansó. Pero muy a la bartola. La octava serie de Ryan Murphy llegó anoche a la tumultuosa FOX tras evitar el ciclo habitual de desarrollo de pilotos y, tras ver esos 44 minutos de adrenalina a lo Escenas de matrimonio, nos preguntamos exactamente por qué saltarse los cauces regulares para sacar adelante un proyecto tan poco ambicioso. Estamos malcriados, lo reconocemos. Venimos de un Feud y de unas Scream Queens que, aunque sean polos absolutamente opuestos en todos sus aspectos, destacaron por su personalidad y originalidad. Hoy con 9-1-1 no sabemos, además de cuál es su emergencia, cuál era la necesidad. Spoiler: autofinanciarse las series en condiciones. Y quizás dejar a Sarah Paulson dormir un poco.
Pongámonos en contexto. 9-1-1, drama sobre los equipos de acción primaria de Los Angeles. Policías, bomberos, paramédicos y, por añadir un elemento que aún no hayan tocado las franquicias de Chicago PD, Chicago Fire, Chicago MD y Chicago Quiosqueros, la teleoperadora. 9-1-1 es la típica serie que te encontrarías a tu madre viendo cualquier noche mientras prepara la comida de mañana. Tu procedimental básico de andar por casa aún más simple todavía: con tres tramitas bien delimitadas en actos independientes para que no se te haga largo el caso de la semana. Lo cual, en el fondo, hasta se agradece.
A ti, sufrido seguidor de la marca Murphy desde que Rachel Berry empezó a dar berridos, lo único que te resultará atractivo de este invento cortado y pegado de cualquier drama de cadena generalista de los últimos veinte años es su reparto. Y sus valores de producción, por echar alguna flor más y que no todo sean palos. Ryan es un hombre de muchos amigos, y se trae a un selecto grupo de estrellas de la pequeña pantalla para formar una santísima trinidad que salva el piloto.
Nuestra reina del Pantene, la más divina, Connie Britton (Nashville) encabeza con honores el reparto como la chica del cable superheroica que se empodera desde centralita y nos vende que salva el día igual o incluso mejor que la sargento Bassett recibiendo tiros en la primera línea de fuego. Angela Bassett, como os imagináis, haciendo de policía solitaria de malos humos vuelve a la factoría tras una temporada de descanso de American Horror Story. Y, por último, Peter Krause (Six Feet Under) se cambia de equipo abandonando a Shonda tras el desastre de The Catch y se nos presenta como un bombero de sólido sentido de la moral y el deber: un absoluto pan sin sal al que más vale le empiecen a sacar punta pronto.
La primera toma de contacto es, si no nos falla el olfato, el típico piloto grabado deprisa y corriendo para intentar colocarlo en los mercados y que FOX pueda vender algo más internacionalmente este año con todo el jaleo de la compra con Disney. ¿Está bien producido? Sí. Es un producto bonito de ver. Como ya os decíamos, queda maravilloso de fondo para esa mirada furtiva cuando levantas los ojos de la plancha. ¿Con afán de sorprender cero y atrasado a su tiempo? Mucho más todavía.
En ese guion, la marca de la casa más destacable es la enésima referencia a Waterfalls. Lo único que te deja pensando 9-1-1 es qué clase de trauma tiene este señor con esa canción. Por lo demás, la serie podría haberla escrito cualquiera.
En ese guion, la marca de la casa más destacable es la enésima referencia a Waterfalls. Lo único que te deja pensando 9-1-1 es qué clase de trauma tiene este señor con esa canción. Por lo demás, la serie podría haberla escrito cualquiera.
No es la serie que quieres ver a estas alturas de la Peak TV. Murphy y Falchuk, compañero habitual del amigo en la ejecutiva, ya habían tocado el procedimental hace quince años con Nip Tuck, pero desde el minuto uno presentaron elementos de continuidad y atracción de sobra para devorar sus 100 episodios con ansia. 9-1-1 lo más parecido a una trama a largo plazo que ofrece es las someras menciones a los conflictos familiares de Bassett y Britton y un arco de inmaduro bombero pichabrava que adjudican al secundario jovencito resultón de turno. El resto es fragmentación y pasar el rato.
Estamos decepcionados, no hay manera de esconder ese sentimiento. Ryan Murphy lleva transgrediendo desde 1999 y se acaba de marcar una serie más propia de entonces que de ahora. Fácil, rápida y para toda la familia, siempre y cuando la familia no sea de paladar particularmente exquisito. Un caso claro de “zapatero, a tus zapatos” en el que una figura clave de la televisión actual deja de hacer Louboutines para malcoser una camiseta de tirantes. Y ni de las de enseñar pezón siquiera.
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