Annalise quiere la canonización y no sabe cómo decírnoslo. Su orgullo es excesivamente grande como para pedirlo directamente, así que no deja de hacer cosas buenas por la sociedad. Keating ha decidido unirse al Turno de Oficio para representar a personas que no pueden pagarse un abogado. Estando allí, le da igual su reputación o las cabezas que deban rodar. Solo quiere denunciar la desastrosa situación del servicio público, la falta de recursos y la habitual negligencia de los letrados. Necesita pasar página de su horrible pasado y sentirse bien con ella misma. Puede usar medios algo cuestionables para conseguirlo y también parece bastante egoísta, pero todo sea por el bien mayor. Está claro que si la serie estuviera rodada en España, Ana María recaería en el vodka.
Y mientras una trabaja en su alcoholismo, el resto ha formado un grupo de Keatings Anónimos en el que despotricar sobre por qué sus vidas se fueron a la mierda después de conocerla. Bonnie y Nate, que no paran de comentar lo libres que son sin ella, presidirían el grupo después de esa pelea callejera del parking a lo Michael Jackson. Oliver se convertiría en el secretario, puesto que ha sucumbido a la necesidad económica y le ha clavado un puñal en la espalda al hackear su teléfono. Laurel sería la muchacha resentida que lleva bollos a las reuniones, ya que pide ser becaria en la oficina del fiscal y le enseña a Annalise su barriga como si fuera un perro marcando territorio en una farola.
Para una vez que la profesora Keating profesa el bien, todo el mundo se empeña en zancadillearla a la primera de cambio. Además, y para mayor disgusto, acierta con el futuro de su ex compañera de celda. Con tanta mala suerte, nosotros solo podemos asentir con sus decisiones, arrodillarnos ante su experiencia y jurarle lealtad porque ella también confía en nosotros. Nos ha enseñado un bote con su orina, ¿cómo no vamos a fiarnos de Annalise después de eso?
Si los cuatro fantásticos vieran en Keating lo mismo que nosotros, se dejarían de tantas pamplinas y empezarían una nueva vida; una de verdad alejada de tanta toxicidad. La semana pasada parecía que iban a conseguirlo, pero fuimos demasiado ingenuos. La familia disfuncional vuelve a la carga para intervenir en los problemas del guapo, pero malcriado Connor: ha decidido dejar la carrera, recuperar el dinero de su matrícula y gastárselo en strippers y alcohol. Sus amigos están tan desesperados que piden ayuda a Frank para cocinarle unas albóndigas. El matón parece estar en rehabilitación de asesinatos, pero unos trozos de carne no son suficientes para que el señorito Walsh salga de esa espiral auto destructiva. Incluso aparecen sus padres en medio de la fiesta para pedir explicaciones. ¿Somos los únicos que pensamos que la mejor solución para todos es pedir cita al psicólogo de Annalise?
La primera que necesita terapia urgente es Michaela. En el futuro, la vemos traumatizada, llorando y en shock. ¿Qué le ha ocurrido? Nos da igual, pero está claro que no se va a quedar dorándole la píldora a su nueva jefa o respondiendo preguntas de Trivial. Pratt sucumbe a su naturaleza de meterse en todos los fregados que acaban mal y acepta la petición de Laurel para investigar a Papá Castillo. ¿Cuándo se involucrará el resto de la pandilla? Lo desconocemos, aunque ya se encargará la muerte de llamar a la puerta de los cachorritos de Annalise. ¿Y si ella, por primera vez, no tiene nada que ver con esto? Imposible, acabará mojándose hasta el borde de su peluca.
El empoderamiento femenino, la crítica social y la lucha contra el poder establecido siempre han sido temas muy socorridos en How to Get Away with Murder. No obstante, este episodio demuestra que la temporada va a tratarlos de forma mucho más evidente. Y nosotros lo celebramos con una botella gigante de champán. Mientras Annalise justifica que se hable tanto de las series de la era Trump, el resto se esfuerza bastante en odiar a su antigua profesora y compañera. Hasta que se llenen las manos de sangre intentando vengar la muerte del cansino de Wes y necesiten la ayuda de Keating con urgencia.
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