Hoy vamos a hablar de modas, tendencias y economía televisiva. O, en este caso, cerrar el puño hasta que a uno le sangre la mano. Esto es lo que se denomina hacerse un The Walking Dead a la inversa o Dead Walking The. Traducido al español: The valiente kilo y medio de paja que nos han colado. Volver del parón bajo mínimos en vez de poner toda la carne en el asador. Curiosa decisión. Anatomía sin Grey, con todos sus huevos, los cuales todavía están de vacaciones. Empezamos. Al menos los pocos que hemos venido.
No bastó con el episodio botella de tendencias pseudoteatrales, no. Por algún motivo entre desconocido y marcianoide, en los verdes prados de Shondaland alguien dijo: “eh, ¿y si en vez de cuatro personajes, lo hacemos con tres y sin ningún tipo de conexión con todos los melones que tenemos abiertos?”. Eso, o un buen viernes de after works alguien empezó una frase con un “No hay pelotas”.
Esta pieza maestra de la televisión de relleno se encuadra por los pelos en las líneas generales de la serie. Hay un tufillo a no saber cómo seguir procrastinando el juicio de Alex. El juicio de Alex es mentira. Nunca lo vamos a ver. Son los padres. La única explicación plausible es que hayan querido hacer un simulacro de cómo sería el spin off de Karev Is the New Black en el hipotético caso de que le diese por ser madre adolescente. Ver foto:
Arizona, Bailey y Jo, las nuevas Supernenas, se dirigen hacia un presidio en el que van a experimentar más miedo que en el hospital donde han muerto ya más médicos que pacientes. La coherencia. Allí descubrimos el lado más cagón de la antaño temida Nazi, la humanidad desmedida de Jo No Me Llamo Jo ¿Cómo Te Llamas? No Lo Sé Wilson y que hay madres, madrecitas y madrazas, siendo Arizona Robbins todas ellas a la vez cual Santísima Trinidad de la puericultura.
La canción protesta sobre el precario nivel de recursos con los que el personal penitenciario tiene que proveer de unos mínimos de dignidad a los delincuentes se hace tan larga como la divagación en segundo plano que todos hemos hecho mientras sobre la necesidad de meter aquí este episodio. A su favor, debemos aplaudir la perfecta transmisión de la sensación de claustrofobia propia de un correccional. No veíamos el momento de saltar la valla o que alguien pidiese un vis a vis con el que evadirnos de tanta presión humanitaria repentina.
Por no dejar pasar el chascarrillo de los penales y las citas a folclóricas patrias, hay una pregunta en el aire: ¿por qué lo de resolver los cliffhangers ya no parece un asunto preferente? Revelar que Alex ha aceptado el acuerdo con la fiscalía de tapadillo al final del episodio para que no perdamos la fe en el universo dramático es un poco feo.
La clásica máxima del guionista conocida como "don't tell, show" se la pasan por la sirena de la ambulancia y, en un muy bostezado minuto 40, Miranda Bailey se pone a hacer manitas como si fuesen Madonna, Britney y Christina en los VMAs para soltar la bomba. Una resolución a modo de cotilleo entre vecinas en lugar de dejar que los protagonistas desarrollen la acción. Elecciones creativas que son un verdadero misterio.
Pese a la dura decepción que nos hemos llevado con esta ampliación de los retiros espirituales del reparto entero, esperamos que la fuga de Amelia, el regreso de Leah Murphy, las sublevaciones y las guerras por el control del departamento educativo nos amenicen el próximo viernes y no nos tengan otros 39 minutos mirando el WhatsApp.
Gracias por la moralina, pero no, gracias.
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