Ha llegado la revolución pedagógica al Seattle Grace Mercy Death. Mama Avery, ni corta ni perezosa, ha soltado una leona en el rebaño de hipersexuales ovejas que componen la plantilla de su hospital. El nombre es Eliza Minnick y no viene a hacer amigos. Que se lo digan al patriarca de la casa, que ya va viendo como su presencia entre esas blancas paredes va a limitarse a una futurible prescripción de Sintrom.
El fichaje estelar organiza un cónclave de internos y residentes para hacerle cuatro trajes de torero a cada uno de los cirujanos jefe. Su proyecto es meterle esteroides formativos a Wilson, Steph y compañía. Una metáfora terrible, pero gráfica. Elizita se piensa que puede juntar a veintipico adolescentes con bata y ponerles a soltar cualquier maldad que quieran compartir sobre sus superiores sin que nada salga de ahí. En este hospital no han sido capaces de contener un brote de sífilis desde 2005, ¿cómo pretenden darle carta blanca a la pequeña Josephine para arrastrar por los suelos a Meredith Grey sin represalias?
No sabemos del todo para cuánto viene a quedarse ni cómo de profunda será su reforma, pero sí que hay tres cosas claras respecto a ella: 1. Su madre tenía muy mala leche, 2. Está interpretada por la mujer de Scott Foley, amigo y muso de la tita Shonda #ElNepotismo y 3. Viene a darle cera a todo el mundo, empezando por cierta parte de la Arizona’s Anatomy.

Cotilleos, malos rollos y otros Typical Seattle de manual, el radicalismo educacional de la consultora del año se presenta como una interesantísima trama que altere a los doctores que llevan una 13ª temporada demasiado tranquila, con Richard Webber como principal víctima por aquello de que probablemente aún enseñe a sus alumnos con un manual de creacionismo.
Las cabezas de departamento se toman las sugerencias de la Dra. Minnick muy en serio, especialmente Meredith, que se lo pasa todo por lo que tiene más Black que Grey. Maggie acepta ponerse a prueba y jugar con los nuevos métodos en una operación muy intensa. Y Arizona lo que saca de todo esto es identificarse a sí misma como un unicornio místico, última en su especie o el lince ibérico de la cirugía fetal. La humildad se premia ahora con una nueva potencial amante que le diga que le quiere comer la cara en el ascensor. Un miércoles cualquiera tuyo y mío.

En los alrededores del Huracán Eliza está April con la siempre socorrida trama de Tinder. April, que sigue viviendo con su marido, aún no le han cicatrizado los puntos y le está lanzando todavía miraditas más que reprobables a Jackson en las galerías de los quirófanos (ver imagen superior), ahora quiere echar una canita al aire. Una muy coherente canita, desde luego. Se aceptan apuestas sobre cuánto tiempo tardarán Kepner y Avery en ir a por un hermanito para Harriet. Y el nombre sigue sin mejorar.
Otro que sigue ahí dándole vueltas a su misión en la vida es Alex. El juicio ahora es para dentro de “unas semanas”. Unas semanas indeterminadas que bien pueden ser la que viene o las semanas santas de 2022 y 2023. Steph aprovecha el bajón de Alex, que ahora sólo aparece para ser confidente de Amelia, y le mete cuatro patadas en el pecho mientras está en el suelo. Se sublevan los internos y la cadena de mando ya no es lo que era. Antes trepaban con las bragas quitadas, ahora con puños americanos puestos. Cómo hemos cambiado.
Os dejamos con la promo del episodio de la semana que viene, penúltimo de 2016 y con más conflictos jerárquicos. ¿A quién no le apetece ver a Richard Webber ser minusvalorado un poquito más?
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