Hace un par de semanas saltaba la noticia: ABC había decidido cancelar Nashville sin piedad, dejando a sus siete espectadores huérfanos de country y de drama. Pese a que las audiencias eran vergonzosas y algo podíamos olernos, la noticia nos pilló por sorpresa porque la propia cadena había buscado ya a una nueva pareja de showrunners (¡y menudos showrunners!) para que se encargase del culebrón sureño de cara a la próxima temporada. Sin embargo, las negociaciones no llegaron finalmente a buen puerto y el resultado ha sido el vergonzoso final que la serie emitió el miércoles. (Lo comentaremos, por supuesto, con spoilers).
En él, casi todos los personajes tuvieron algo parecido a un final feliz salvo la que, probablemente, sea la pareja favorita de los espectadores de la serie. Obviamente, no estoy hablando de Rayna y Deacon, sino de Juliette y Avery, que han tenido un año intensito entre el divorcio, la depresión posparto de ella (que posteriormente experimentó Hayden Panettiere en la vida real, dándonos un momento metatelevisivo maravilloso e inquietante a partes iguales) y la gestión de la custodia de Cadence, la hija que comparten.
En el último episodio, tras confesar su intento de suicidio y su adicción a las drogas en televisión, Juliette decide no asistir a la ceremonia de entrega de los Oscars, donde optaba al galardón a la mejor actriz (¡no os riáis!), porque se había dado cuenta de que lo verdaderamente importante era estar con su familia. Avery le había perdonado, todo estaba preparado para el emotivo reencuentro. Nada podía salir mal. Pero la productora, Lionsgate, que está buscando desesperadamente una plataforma que quiera emitir una quinta temporada antes de que venzan los contratos de los actores, decidió que un cliffhanger tenía más gancho y, en lugar de emitir dicho reencuentro (que, por cierto, estaba rodado), optó por un final alternativo en el que el avión privado de Juliette desaparece en el espacio aéreo. ¿Vivirá? ¿Morirá? Probablemente nunca lo sepamos.
Con la cantidad de aviones privados que tienen los personajes de 'Nashville', ¿está el espacio aéreo de EEUU libre en algún momento?— Fon (@fon_lost) 21 de mayo de 2016
Sí, por el intento desesperado de la productora de seguir exprimiendo una gallina de los huevos de oro que solo les da dinero a ellos (y que a ningún canal le sale rentable emitir), los fans hemos tenido que tragar con semejante despropósito. El giro, de hecho, sería cutre aunque la serie estuviese renovada. Cutre incluso para el nivel medio de Nashville, quiero decir.
Pero esta decisión "creativa" no es lo único indignante de un final sencillamente atroz. El resto de tramas han gozado de cierto cierre, pero ni uno solo de ellos se podría calificar de digno. Will, un personaje que durante cuatro años ha estado definido única y exclusivamente por su homosexualidad (#representación), ha salido triunfal de su lucha contra los medios de comunicación más rancios de Tennessee y parece que tiene una prometedora carrera musical por delante. Y novio, porque ha vuelto con el ex que se dedicó a torturarle psicológicamente a base de exigencias durante toda su relación. El pack completo.
Para ello, ha sido esencial la ayuda de Luke Wheeler, quien ha pasado en tres episodios de ser la viva imagen del tópico del cowboy machista al mayor abanderado de la causa LGTB+ de la industria musical. Y cuyo final feliz es, según parece, que tratará de reconciliarse con su exmujer (a la que los espectadores ni siquiera conocemos). ¡Cuantísimo nos alegramos por él!
Otra que parece que triunfará en la música es Layla. La entrada de su disco en el top de ventas del país parece ser el premio de consolación tras enviudar, quedarse sin manager y sin novio, todo en apenas unos meses. Su evolución, una de las mejor llevadas de la serie, ha quedado en tierra de nadie cuando los guionistas han decidido convertirla en una loca desquiciada y unidimensional cuya única función en la serie era servir de obstáculo en la relación de Juliette y Avery. Ella es la auténtica víctima de Nashville y estoy dispuesto a defenderlo ante un tribunal. #TeamLayla
Para Scarlett y Gunnar también tuvieron que buscar una tercera parte que complicase el asunto (en Nashville TODO tiene que ser un triángulo amoroso), una diva del country que desde el principio se dedicó a meter mierda entre ambos y que consiguió llevarse a Gunnar al huerto en el penúltimo episodio, justo a tiempo para crear un poco de drama de última hora antes del final. Pero acaban juntos, y de patitas en la calle, para deleite de sus fans. Los pobres se merecían una recompensa tras el mareo al que les han sometido esta temporada a base de problemas de comunicación y malentendidos estúpidos.
Sobre Deacon y Rayna, y la trama a la que han hecho frente desde que se casaron (la emancipación de Maddie), tengo tantas preguntas: ¿Qué interés tenía Cash en que Maddie se independizara? ¿Cómo es posible que un sponsor de alcohólicos anónimos pueda revelar todos los secretos de su apadrinado en un juicio? ¿Si Maddie fuese vuestra hija, en serio os daría pena perderla de vista? ¿Por qué nadie en esta serie puede ser medianamente feliz durante dos episodios seguidos? Pero, sobre todo, ¿era necesario optar por un tema tan serio como la violación para abordarlo de forma tan forzada, apresurada, ridícula y superficial? Entiendo que había que conseguir que Maddie regresase a casa pero, ¿no había un medio menos insultante?
Lo cierto es que al menos el dramita con la niña le ha dado algo de vidilla a una pareja que, a estas alturas, tiene el mismo interés que un spin off sobre Zoey y Tandy compartiendo piso en Nueva York.
Al César lo que es del César
Pero sería injusto despedirnos de Nashville sin destacar sus virtudes. Siempre, hasta cuando nada tenía sentido, ha sido una serie muy entretenida, con un reparto que ha ido cogiendo fuerza y era capaz de levantar casi cualquier escena. A nivel musical siempre ha sido impecable (mi compañero Álex ya os recopiló aquí algunos de los mejores temas de la serie) y conseguía transmitir cierta autenticidad pese a su tendencia al culebronismo agudo.
Ser una soap opera no es de por sí malo: Grey's Anatomy y Jane the Virgin, por ejemplo, lo han sido siempre y nadie (o al menos nadie libre de prejuicios) pone en duda su calidad. Nashville nunca ha tenido el ritmo y el pulso dramático de los productos de Shondaland ni la gracia de Jane, pero ha conseguido que nos preocupásemos por la mayoría de sus personajes, algo más complicado de lo que parece (¡¿The Catch?!).
Gracias a Nashville, conocemos un poco más este sector de la industria musical, o al menos la versión de piruleta en la que todo el mundo puede ganarse la vida cantando. Su retrato de la meca del country servía de valor añadido y la ayudaba a distinguirse del resto de series en emisión, por lo que es una pena que el resto de engranajes de la maquinaria no funcionasen tan bien. El gran problema de Nashville fue no decidirse nunca entre ser Friday Night Lights o Scandal, y sus fieles estuvimos esperando cuatro años a que lo hiciera.
Es posible que con los productores de Thirtysomething y My So-Called Life al frente, Nashville se hubiese convertido de repente en la serie de calidad que nos vendieron en 2011 (una de la que Connie Britton no estuviera deseando largarse). Quién sabe, tal vez los astros se pongan de nuestro lado y Lionsgate consiga sacar adelante esa quinta temporada en alguna plataforma de streaming para que lo comprobemos. Pero esto tiene pinta de ser un adiós y no un hasta luego, así que recordemos los duetos en acústico y la rabia de Juliette mientras nos ponemos "Black Roses" en Spotify.
¿Echaréis de menos Nashville? ¿Os convenció el final? ¿Veis necesario un rescate o ya habéis tenido bastante?
COMENTARIOS