“A veces me despierto por la noche sudando, y tengo esa sensación... Nos va a pillar, nos va a pillar a todas” dice distante Bonnie, “¿Quién?” responde Madeline confusa. “La mentira”.
Esa es la base y a la vez el objetivo de la segunda temporada de Big Little Lies. Mostrarnos cómo el problema no es el castigo o la persecución tras cometer un asesinato en grupo, el problema son ellas mismas. Y eso es lo que marca la diferencia de cualquier otro drama de misterio.
Esa es la base y a la vez el objetivo de la segunda temporada de Big Little Lies. Mostrarnos cómo el problema no es el castigo o la persecución tras cometer un asesinato en grupo, el problema son ellas mismas. Y eso es lo que marca la diferencia de cualquier otro drama de misterio.
Esta crítica no contiene spoilers
Tras ver tres episodios de la esperada segunda entrega, que se estrenará el próximo 9 de junio en HBO, no es difícil notar el esfuerzo que tanto creador como productores han puesto en dar algo más que una continuación a una historia que no estaba pensada para durar más de siete capítulos. Nos encontramos con un nuevo curso escolar, un inicio seguido de punto y coma que no nos deja olvidar lo que pasó. A través de flashbacks continuos que a su vez aportan nuevos detalles, la segunda temporada de Big Little Lies empieza con una inquietante calma en medio de un escenario caótico.
Poniendo por delante los diálogos a las escenas de acción, conversaciones susurradas en coches familiares y un océano impredecible que refleja lo que pasa en todo momento, "Las 5 de Monterey" intentan volver a sus vidas como si nada hubiera pasado, pero, obviamente, no les resulta sencillo.
Lejos de tratarse de una persecución policial contra las protagonistas, estas se ven envueltas en problemas aparentemente menores que ellas mismas crean, casi dejando de lado lo obvio, lo esperado. Y es que Big Little Lies no trata de unas criminales encubiertas, trata de los escollos de la maternidad, del valor que supone ser mujer, de apariencias, prejuicios, reputación y poder, y todo construye una elaborada hecatombe transmitida de forma muy sutil y cuidada.
Lejos de tratarse de una persecución policial contra las protagonistas, estas se ven envueltas en problemas aparentemente menores que ellas mismas crean, casi dejando de lado lo obvio, lo esperado. Y es que Big Little Lies no trata de unas criminales encubiertas, trata de los escollos de la maternidad, del valor que supone ser mujer, de apariencias, prejuicios, reputación y poder, y todo construye una elaborada hecatombe transmitida de forma muy sutil y cuidada.
Aunque se percibe un ritmo un tanto más lento que en la primera temporada, la nueva antagonista interpretada por Meryl Streep, quien da vida a Mary Louise Wright, la impasible madre de Perry, aporta un toque extremadamente importante a la serie que ni siquiera sabíamos que necesitaba. La interpretación de Streep, quien fue elegida por Liane Moriarty, escritora de la novela en la que se basa la serie, es sublime, y consigue enfatizar ese ambiente sobrecogedor que caracteriza este drama en todas sus escenas, poniendo a prueba a las protagonistas. Por otro lado, el personaje de Celeste sigue siendo el más complejo, y Nicole Kidman consigue representar esa dualidad entre el duelo y la liberación de forma brillante.
Mientras que el inicio de la serie se centraba más en el misterio, ahora, con las manos manchadas de sangre, las protagonistas son más vulnerables que nunca, y esa vulnerabilidad es su mayor enemiga. Intercalando varias tramas en una atmósfera fría y mediante pequeños detalles, la segunda temporada parece lograr estar a la altura de la primera, tejiendo una red aún más grande de mentiras y confeccionando una historia cada vez más compleja que crea ese desastre tan elegante que es Big Little Lies.
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