Se especuló mucho sobre cuál sería el futuro de House Of Cards tras quedarse sin su principal protagonista después de que Kevin Spacey fuera retirado de la serie, y cuando se anunció que la sexta temporada sería la última y que sería Claire (Robin Wright) la que tomara las riendas, hubo opiniones diversas, pero en general confiábamos en Netflix para darnos un desenlace que estuviera a la altura de las temporadas anteriores. Sin embargo, aunque la primera dama demostró ser un personaje complejo e interesante a lo largo de la serie, dejó mucho que desear en esta última entrega, y la ambición acabó con su personaje. Tanto dentro como fuera de pantalla.
La sexta temporada abre mostrándonos lo que nos esperará los próximos ocho episodios. Claire es ahora la presidenta de los Estados Unidos, y todo el mundo está en su contra. No se deja demasiado claro por qué y, por si esto fuera poco, vemos que Frank Underwood ha fallecido, un recurso dudoso que decidimos aceptar con la esperanza de una explicación lógica en los próximos capítulos, pero, aunque la explicación llegó, nunca fue demasiado lógica. Por lo tanto, nos encontramos con una temporada final monotemática y simple con la intención de lucir a su nueva protagonista; esto se intenta de forma tan pretenciosa que todo el respeto que le tenía el público se esfuma casi por completo.
Es importante destacar que el problema no es Robin Wright, la actriz nos tiene acostumbrados a una interpretación sublime que se mantiene en la sexta temporada, es un guion flojo y plano el que la traiciona. Por otro lado, el uso de flashbacks que nos dejan ver la infancia y juventud de Claire son de los pocos elementos positivos de estos últimos capítulos, ya que aportan una humanidad que se había perdido en su personaje y rompen con la persecución de gato y ratón que es esta temporada. Claire Hale siempre fue fría y calculadora, siempre lo supimos, y lo más intrigante de su personaje era que no se mostraba de forma tan obvia. Por ello, el error clave de esta temporada ha sido intentar enseñarnos quién es de verdad Claire pero acabar haciendo de ella una versión femenina de Francis. Pudimos conocerla durante cinco temporadas, y nos gustaba, queríamos más, aunque no de esta forma. Del mismo modo, no sólo la trama se vuelve más lenta que nunca, sino que se añaden storylines sin sentido en un intento fallido de mejorar el ritmo, y lo único que se consigue es confundir más al espectador.
Centrándonos en el desenlace de la serie, no se puede catalogar de otra forma que decepcionante. Es cierto que sigue transmitiendo esa penumbra y esa frialdad tan característica de House of Cards, y no se aleja estéticamente y superficialmente de lo que siempre nos ha dado la serie; sin embargo, la ejecución e idea fueron planes de último momento, y eso ha pasado factura. El final del penúltimo capítulo creó un ambiente tenso e intrigante que incluso superó técnicamente al final de la temporada en sí. No obstante, comprendemos el sentido que tiene y el poder que transmite ver a una Claire tan ruin y macabra, pero, irónicamente, eso hace que le perdamos todo el respeto y el miedo que siempre le habíamos tenido. En conclusión, House of Cards nos ha dado un desenlace demasiado fácil y evidente que más que sorprendernos nos ha dejado con una sensación de indiferencia.
Finalmente, lo único que nos reconforta es que podemos quedarnos con todo lo que nos dio la serie las primeras cinco entregas. No olvidemos cómo cayó en picado la primogénita de Netflix, y reflexionemos sobre la falta de calidad que está presentando la plataforma últimamente cuando se trata de dramas.
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