The Handmaid's Tale empezó siendo una novela que mostraba una distopía aterradora en la que las mujeres habrían perdido sus derechos, su individualidad, y el clasicismo llegaría hasta tal punto que violar repetidamente a una esclava no sólo sería legítimo, sino que sería una ceremonia religiosa. Más tarde, la novela pasó a ser serie, y ésta empezó a sonar demasiado cercana. La primera temporada de The Handmaid's Tale sigue la historia escrita por Margaret Atwood en 1985 llevándola a un futuro cada vez menos ficticio, pero la segunda temporada se ha dado la libertad de ir más allá, dejar la sutileza de lado y atreverse a dar donde duele. Tener más libertad conlleva un riesgo, y si el listón está a tal altura la presión se hace notar y los estándares son elevados. Sin embargo, lo que es indiscutible es que ninguna serie nos hace sentir esa mezcla de miedo y fascinación como esta, y en la segunda entrega va a más.
La calidad es un factor que parece que sea insuperable cuando hablamos de The Handmaid's Tale. La fotografía y estética fría y elegante y el inteligente uso de colores, mezclándolo con una poderosa banda sonora y unas interpretaciones que nunca dejan indiferente son, en parte, la clave del éxito de la serie. En cuanto a la historia, la segunda temporada nos deja ver un Gilead todavía más estremecedor, que hace que los horrores vistos en la primera parezcan la calma antes de una tormenta dispuesta a destrozar todo aquel rastro de bienestar que quedaba. Por otro lado, el futuro hijo de June se convierte en esperanza, y en el punto de partida de la temporada. A la protagonista le han arrebatado la voz pero sus actos se convierten en sus palabras mientras la recupera, y Elisabeth Moss no necesita monólogos extensos para transmitir tanta complejidad. Offred nunca ha sido tan vulnerable e inmune a la vez, y su embarazo se convierte en una bomba de relojería que detonará incluso antes de su episodio final.
El deseo de June por salir de Gilead y criar a su hija fuera de ese infierno es lógicamente comprensible, pero los intentos fallidos de su escapada se convierten en uno de los puntos negativos de esta segunda temporada, cayendo en una ligera monotonía y falta de ritmo que normalmente ignoraríamos en otras series, pero no en una que nos tiene acostumbrados a más. Lo que es cierto es que perdonamos estos déjà vu porque The Handmaid's Tale nunca deja de sorprendernos, y aunque algunas storylines se repitan, siempre hay algo en cada capítulo que impacta.
Asimismo, la segunda entrega no sólo nos muestra un lado todavía más crudo de Gilead y reitera la fortaleza de su protagonista, sino que nos enseña cómo se ve esta sociedad malvada y controladora desde fuera y hasta qué punto les afecta ser ellos los atacados y los incomprendidos. Serena nunca ha sido tan humana como en estos últimos capítulos y su marido, el comandante, nunca ha sido tan inerme. Verlos por otros ojos, unos que los juzgan abiertamente y que no pueden ser reprimidos, es una perspectiva nueva en la serie.
Aunque en puntos concretos de la temporada el ritmo se vuelve más lento —aunque nunca pesado—, la acción se mantiene en la segunda temporada, la violencia se multiplica y la sutileza se pierde. El ingenio de June choca con su instinto de supervivencia y los roles de poder juegan un papel importante en la casa de los Waterford y fuera de ella. La sororidad y el feminismo también se exhiben todavía de forma más clara sin llegar a ser tedioso y estos comportamientos dan ritmo a la trama. Ésta llega a un final que concluye en un giro argumental dudoso y polémico pero aparentemente necesario que deja al público con esa gran pregunta: ¿hasta cuándo podrá seguir la serie? Es complicado saber en qué bando nos posicionamos teniendo en cuenta que hablamos de una de las mejores ficciones televisivas de la última década. Alargar nunca es bueno, pero sería raro que nos decepcione una serie de tal calibre.
Una cosa queda clara: se nos ha dado un final de temporada mejorable en algunos aspectos, pero una temporada mayoritariamente sublime que nos ha dejado el alma perturbada e impactada. Ahora sabemos que podemos soportar más, pero la crudeza tiene un límite y la presión nunca ha estado tan alta en The Handmaid's Tale. Ya veremos que aportará el futuro, porque de momento el presente ya es mucho que afrontar.
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