Se cierra un nuevo capítulo en la serie creada por Lisa Joy y Jonathan Nolan. Así lo describieron ellos mismos en la presentación del final de su segunda temporada. Westworld se contempla como una historia continuada, pero cada entrega tiene un principio y un final que, como se ha podido comprobar, han dado lugar a importantes cambios para abordar las tramas de los personajes del parque de Delos, como perspectivas estéticas y narrativas muy diferentes y atrevidas con respecto a lo que vimos en 2016.
Hemos asistido a una evolución en la obra de la misma forma que los anfitriones han asistido a la suya propia. Y en este movimiento que culmina pero prosigue, vivido a través de The Passenger, lo más inmediato y demandado ha sido satisfecho sin medias tintas. Los espectadores han tenido respuesta a todas aquellas preguntas sobre las que no paraban de teorizar en foros y redes sociales. Muchos han acertado, lo cual no es extraño. Joy y Nolan confiesan haber plantado pequeñas pistas que justificaban las roturas de mandíbulas en la season finale. No nos enfrentamos a giros retorcidos y sacados de contexto, sino a una buena y paciente construcción del guion (con su máxima expresión en el frenético montaje) que dio cierre a numerosas tramas, como Lee y su sacrificio, pero también abrió y confirmó otras nuevas.
Parece difícil imaginarnos un concepto tan metafísico como el que nos ofrecen con la Fragua. Pero cruzar más allá del valle se convierte en una experiencia sensorial única y acertada. Todos los conceptos abstractos planteados en estos episodios cobran sentido con esa pequeña brecha virtual que solo los androides pueden visualizar y traspasar. Ese era uno de los principales objetivos de Ford: que los anfitriones puedan tomar sus propias decisiones en un mundo sin ataduras, sin creadores y sin caminos prediseñados. El problema es que solo algunos consiguen cruzar La Puerta, esa barrera física que les impide vivir en verdadera libertad. Aunque gente como Akecheta o Teddy terminan en ese universo virtual, otros como Maeve o Héctor acaban tiroteados después de que Clementine provoque la locura más sangrienta. Es poderoso, dentro de la tristeza, ver al personaje de Thandie Newton usar sus poderes a la máxima potencia para salvar a su hija.
Eso sí, Westworld nos deja claro con este final de temporada que en ningún momento querían contar una historia sobre el libre albedrío. Pronto nos bajan los pies a la tierra para describirnos, también de manera muy simbólica y agradecida, que los seres humanos, ya sean androides o biológicos, son un simple algoritmo por el que estamos definidos, por el que tomamos unas u otras decisiones y por el que somos. Tan sencillo que cabe en un libro. Nada es el paraíso. Ni siquiera esa pradera verde. Con esta reflexión a caballo entre la filosofía y la ciencia ficción, y después de ingerir multitud de información de la Fragua, Dolores llega a la conclusión de que ningún ser humano es capaz de cambiar. Ella lo vivió en sus carnes con Teddy y, por ello, deja en paz el mundo de fantasía de los androides y empieza a planear cómo destruir la humanidad.
Creíamos que la rebelión de las máquinas había empezado con el asesinato de Ford, pero la verdadera revolución comienza en el momento en que Dolores, en el cuerpo de Charlotte Hale y con las conciencias de algunos individuos en el bolso, se convierte en La Pasajera; la primera androide que se escapa del parque sin que nadie se percate. ¿Quiénes son los afortunados que salen de Delos en forma de bola? ¿Era Ashley un anfitrión durante todo este tiempo? ¿Dónde está la guarida que Ford dejó en el mundo humano para que se construyeran nuevos anfitriones? A pesar de las dudas, lo relevante en esta season finale es la dimensión que adquiere el conflicto entre Bernard y Dolores, esta última coronada como motor e impulso de Westworld.
Resulta que nuestro hombre confuso había desordenado sus recuerdos para engañar al equipo de seguridad y trabajar tranquilo en sus intenciones. Además, Ford no había tenido nada que ver en este nuevo plan que Bernard había planteado. Era él, hablando consigo mismo, imaginando, descubriendo su conciencia por primera vez. Y una vez las líneas temporales son aclaradas, descubrimos que Bernard nunca había sido Arnold. Dolores sí le creó con esa intención después del asesinato de Wyatt, pero tuvo que convertirlo en una entidad propia con una personalidad independiente a la del cocreador del parque para que no cayera en la locura. Este proceso evidencia un vínculo muy estrecho entre Bernard y Dolores, que adquiere tintes muy ambiguos.
"Si fuera humana, te habría dejado morir, pero si vamos a sobrevivir, tendrá que ser juntos. Pero no como aliados. No como amigos. Intentarás detenerme. Probablemente ambos muramos, pero nuestra especie prevalecerá", comenta Dolores a un desnudo Bernard que sube las escaleras y sale por la puerta a un mundo que todavía no podemos situar. ¿Es la realidad humana?
Eso mismo debe de estar cuestionándose William. Después de perder media mano, el personaje de Ed Harris acaba destrozado e inconsciente en el campamento de evacuación para los supervivientes del parque de Delos. Sin embargo, nos tenían guardada una última sorpresa. ¿Qué había pasado después de que se montara en el ascensor que descendía a la Fragua? Nos quieren hacer creer que el Hombre de Negro había sido siempre un híbrido, como el experimento que fracasó con John Delos, pero la decrepitud de las instalaciones nos hace pensar que esa escena post-créditos ocurre en algún momento del futuro, allí donde Westworld todavía no ha llegado. ¿Se convertirá el Hombre de Negro en el primer híbrido exitoso después de haber revivido una y otra vez el momento en el que asesina a su propia hija? ¿Quién habrá querido convertirle en uno y cómo y cuándo lo habrá logrado?
Como es evidente, el plan de Dolores, la enemistad con Bernard y la realidad de William van a ser ejes centrales de la tercera temporada de Westworld. Sus episodios, sin duda, continuarán jugando con las lineas temporales para despistar con respecto a dónde situar el presente. Nos quedamos intrigados, y quizás un poco decepcionados, con el futuro de Maeve, de Ashley o de los personajes del Shogun World. Sin embargo, y siendo conscientes de lo inabarcable que son tantas tramas paralelas con tantos protagonistas, podemos darnos por satisfechos con un final de temporada espectacular dedicado a aquellas personas pacientes. Tendremos que esperar hasta 2019 o 2020 para ver con qué enfoque nos sorprenderá la nueva entrega, porque ya sabemos que tantas revelaciones lo único que provocan son más interrogantes. Que comiencen las elucubraciones.
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