No, no, no, no. Mal, mal, todo mal, fatal, ¿por qué? Todo es incorrecto. La temporada es una cagada como un piano de grande y ni la guillotina de la Tita Shonda ha sabido hacerla bien. La especialidad de la serie, matar gente en episodios superemotivos de manera total o parcial de cara su salida del reparto, no se puede defenestrar de esta manera. Una oportunidad malgastada, un planteamiento acelerado y, para colmo de males, unas comparativas con uno de los eventos más gordos de los últimos catorce años para dejarse mal ellos solos. Los guionistas con la fuga de Shonda a Netflix están tan confusos que se hirieron a sí mismos.
Es complicado desgranar todos los motivos por los cuales este episodio es un error de ejecución catastrófico. Bueno, no, lo complicado es saber por dónde empezamos, porque hasta la promo de la semana pasada destripaba todo el factor sorpresa que intentaban aguantar durante el primer acto del episodio. La lógica: si ya sabes que quieres llevar a April al límite físico de manera aleatoria (ignorando todo su arco de degeneración cristiana que ya se ha llevado el viento), ¿por qué no metes el coche dando vueltas de campana al final del episodio anterior? Cliffhangers, esos grandes desconocidos pese a lo bien que les quedaron cuando Callie salió por el parabrisas antes de su musical.
¿Necesitábais una escena de Alex y Jo en su casa con los guantes puestos para justificar una placa de hielo en la carretera? ¿Eso era más práctico que dar cohesión entre episodios? Pues se ve que no, que mejor sacárselo de la chistera.
A April casi la mata un accidente de coche, de esos que no sólo estuvieron a punto de llevarse por delante a la diva del musical residente, sino que fulminó a Derek. Derek sale en las mismas condiciones: accidente casual porque la vida es así de perra y estas cosas pasan cuando menos te las esperas. Ya llevamos dos comparativas odiosas que dejan este episodio a la altura del betún. ¿Más comparativas? Hipotérmica, sin constantes vitales, durante no sé cuánto tiempo prácticamente muerta. Episodios 15, 16 y 17 de la tercera temporada, además de su subsiguiente colear. Tres episodios enteros para la resurrección de un personaje, con su planteamiento, su nudo y su desenlace de la trama perfectísimos y pormenorizados. Aquí nos ponen un coche en la cuneta y un maniquí con peluca al lado de un río. Y aún así no se cortan en los paralelismos hasta repitiendo banda sonora. Si esta cagada al menos vale para que Snow Patrol se lleve un pellizco por los royalties, pues oye, al menos tiene utilidad.
¿Más palos? Más que el siete de bastos. Como esto ya es un suma y sigue de cosas que no hacer en prime time, vamos para bingo con Don’t show, tell: La exposición narrativa en televisión hecha con el ojete. ¿Cómo que April llevaba meses de roneo intenso con Matthew el paramédico después de dejarle tirado a lo Julia Roberts al son de una cover acústica maravillosa de Total Eclipse of the Heart hace cuatro primaveras? ¿Cómo que esta noticia la cuentas por boca de Arizona en vez de escribir una pillada de quiqui interruptus en la camilla de la ambulancia? Tú de un encuentro de 15 segundos en la capilla en el episodio que dedicaron a la extradición de la interna que se tiraba a DeLuca tienes que deducir que la llama del amor ha vuelto.
Propuesta constructiva de alternativas para la próxima vida o para cuando vuelva la moda de las series sobre personal hospitalario calentorro: antes de hacer esto, usa esos cuatro episodios que has tenido de por medio para show, don’t tell que la pareja está teniendo unas citas, unos encuentros, un algo discreto que justifique el planito de las camas y los monitores juntos. Menos mal que la Teniente Kepner ha aguantado, porque para morirse así… mejor morirse de la vergüenza.
La segunda en discordia: Arizona. Arizona se lleva el momento más emotivo de la semana y, desde luego, la mejor de las dos salidas. La competición tampoco era muy allá. El momento de la dimisión con Bailey, las palabras bonitas, lo mucho y lo bonito que nos ha dado la Patines… Hacía falta decirlo. Lo único auténtico y bien escrito del episodio, con toda probabilidad.
Y luego, la ágil colocación. Qué bien tener contactos, que los contactos vuelvan ciegos al hospital, que los contactos tengan una beca casual para montar su propio centro obstétrico y que los contactos encima te dejen elegir dónde quieres que te pongan el despacho. Una salida anticlimática como ella sola, con las mismas nociones de pegote que todo lo demás esta temporada, pero al menos queda simpaticona. Geena Davis, muy bien todo, ole por tus millones y cuídanosla. ¿Es capacitista decir que sólo les falta una sorda para parecer un chiste de “entran en un bar una ciega y una coja”? Ahí lo dejo.
Vamos a terminar el repaso amable a una oportunidad de episodiazo perdida con un pequeño apunte de esos de fruncir el ceño. Meredith, ¿qué te pasa? ¿En qué realidad alternativa Meredith se pone a llorar en mitad del pasillo porque una compañera de trabajo con la que nunca ha tenido particular contacto está siendo reanimada/apaleada por dos exhaustos becarios? Qué poco explotado eso de enseñar la perspectiva de Meredith, removerle todos los demonios de cuando se ahogó ella y recordarle a Derek. Aunque, total, si hasta coger unas bragas del cajón es excusa para tirar de las rentas de Derek, ¿para qué hacer un circo de esto?
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