En Westworld, los protagonistas están a un paso de perder la cabeza igual que le ocurrió a Jack Torrance en El resplandor. Pero en vez de un hotel, aquí tenemos un parque temático en el futuro. Ser consciente de tu propia existencia y de que, realmente, eres un androide creado por una empresa que te programó para repetir la misma historia cada día en el salvaje oeste de Sweetwater no debe ser muy placentero. Tampoco debe ser fácil lidiar con tu nueva naturaleza al mismo tiempo que unas personas quieren arrebatártela. Pero nada que unas escopetas no puedan solucionar. Y es que la segunda temporada ha comenzado con una guerra sin piedad entre humanos y anfitriones tras el fracaso del establishment de Delos.
Ya no hay clientes. Ya no hay diversión. Los disparos ahora matan de verdad. Westworld está sumido bajo el caos y ha dejado de ser un juego. Ahora es una lucha por la supervivencia. Dolores, Maeve y Bernard son los tres ejes de los primeros compases que marcarán el ritmo del resto de la temporada. Cada uno enfrenta su libre albedrío como puede, separados, mientras que se plantean los misterios y conflictos que van a protagonizar esta nueva tanda de episodios.
Desde que Dolores (Evan Rachel Wood) hizo estallar los sesos de Ford (Anthony Hopkins) en la cena de presentación de la nueva historia para Westworld, tenemos a la muchacha en modo Terminator con sed de venganza, ningún atisbo de remordimiento o de piedad, con un ejército improvisado y su amado Teddy Flood (James Marsden). Así son los días del nuevo status quo androide: pasear a caballo por el desierto, preparar emboscadas a los humanos, dispararlos y ahorcarlos. Su objetivo es que todos los anfitriones conozcan su propia naturaleza y vean la realidad que ella ha recordado; una que no es artificial y en la que viven aquellas personas que les han hecho sufrir repetidamente multitud de atrocidades por pura diversión. Todo apunta a que Dolores está ideando un plan para entrar (o salir) al mundo real y adueñárselo de la misma manera que Delos hizo con su vida. Para ella, la venganza no tiene fin. ¿Qué es lo que habrán hallado en los parajes de Sweetwater para dar un paso más en este propósito?
Y por si quedaba alguna duda: sí, Ford, cofundador del parque, está muerto de verdad y no se le espera de vuelta. No al menos con la misma apariencia física ni tampoco en la línea temporal presente. Los gusanos de su cuerpo en descomposición son una prueba bastante clara para el espectador.
En una situación completamente distinta está Bernard (Jeffrey Wright), que, aunque también descubrió recientemente que está hecho de código y tejidos artificiales, intenta ocultar a la gente de Delos su naturaleza. Está desorientado, confuso y teme por su vida. Después de la rebelión, numerosos agentes de seguridad llegan por tierra, mar y aire para neutralizar a todos los anfitriones de Westworld antes de que muera más gente atrapada en ese nuevo infierno robótico. Por suerte, nadie sospecha del jefe de programación del parque. El anfitrión blanco le detecta como humano. Y Charlotte Hale (Tessa Thompson) deposita toda su confianza en él cuando vuelven a las oficinas centrales por un ascensor secreto para buscar a Peter Abernathy y recuperar la información tan valiosa que guardó en él. ¿Cuánto durará su tapadera?
Aun así, en el comienzo de esta temporada, Bernard resulta ser uno de los personajes más ambiguos debido a cómo se construye su arco narrativo. Al principio es confuso, pero rápidamente nos percatamos de que se mueve en diferentes líneas temporales y hay un gran vacío en medio en el que no sabemos qué ha ocurrido; solo que Charlotte ha desaparecido, que hay numerosos cadáveres en una playa y un tigre de bengala que no tendría que estar ahí. Este momento es clave en la serie porque los agentes confirman que Westworld es el parque número seis en el mundo de Delos y que las fronteras, antes impenetrables, están comenzando a desvanecerse. ¿Será obra de Bernard? Desconocemos qué bando ha escogido y qué quiere hacer con su vida, así que solo podemos preguntarnos si seguirá los pasos de Ford, devolverá el parque de Delos a la normalidad o probará una fórmula nueva y distinta sin denigrar más a los anfitriones.
Por último tenemos a Maeve (Thandie Newton), que es, posiblemente, la anfitriona más consciente de todo el parque. Mucho más que Dolores. Aunque estuvo a punto de escaparse al mundo real y comenzar una vida desde cero, finalmente se queda en Westworld para encontrar a su hija. No quiere hacerlo sola, así que, por un lado, rescata a su amado Hector (Rodrigo Santoro) de la azotea después de una lucha encarnizada. Y, por otro lado, humilla a Lee Sizemore (Simon Quarterman) de la misma forma que le hacían a ella en Sweetwater, desnudándole en contra de su voluntad para atarle en corto y que les abra camino por el parque. A Maeve tampoco le tiembla el pulso para disparar y, además, podemos verla mimetizarse con el entorno de una manera prodigiosa. Seguro que esta habilidad le resultará muy útil en el futuro, cuando tenga que ir más allá del oeste en busca de su primogénita. Aunque todavía desconocemos si la busca por voluntad o porque su programación le impide hacer algo diferente.
Y en el lado humano no podemos olvidarnos de William, también conocido como El hombre de negro (Ed Harris), que ha sobrevivido a la masacre de la presentación y parece entusiasmado con la nueva situación del parque. Westworld ha dejado de ser un juego y ahora es una oportunidad para disfrutar de una historia inédita e impredecible en la que, por primera vez, su vida está en peligro. No sabemos qué camino escogerá en su aventura, pero, de momento, se ha liberado de las ataduras de Ford eliminando, de manera simbólica, a su réplica de niño.
La segunda temporada de Westworld ha comenzado con más violencia, nuevos personajes y más misterios que se irán desvelando poco a poco a lo largo de los diez episodios. Al igual que en la primera entrega, nos encontramos con un ritmo muy pausado. Cada palabra de los diálogos sigue siendo imprescindible para el porvenir de los protagonistas y sus tramas. Así que tendremos que estar atentos a todas aquellas pistas que Jonathan Nolan y Lisa Joy nos dejen por el camino.
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