Después de tres meses de programa con actuaciones maravillosas, amores impredecibles y momentos mágicos, ya podemos confirmar que la vuelta de Operación triunfo es toda una revolución de masas. La creación del canal 24h ha sido el elemento decisivo para que esta edición sea diferente a todas las demás, ya que ha logrado una fidelización de la audiencia como pocas veces se había visto antes. Sin embargo, siguen existiendo algunos elementos que se podrían mejorar bastante para un mayor disfrute de la experiencia OT. Hoy comentamos algunos de ellos:
Todos son muy “guapos”
Esta edición del talent show ha apostado por una gran diversidad de personalidades y estilos musicales, siendo la más aplaudida la diversidad sexual tan necesaria de ser representada en la televisión pública. Desafortunadamente, esta diversidad no ha sido aplicada al físico. Quizá lo que más me decepcionó de la primera gala del programa fue ver que todos los concursantes coincidían con los modelos físicos imperantes (de hecho, una de ellas era Miss) a excepción de Marina, una excusa para no ser tachados de superficiales pero que no resulta convincente sino hasta insultante (ya no estamos en los 2000).
Creo que en una época como esta en la que mucha gente sufre por no tener un cuerpo 90/60/90, con la degeneración en enfermedades tan graves como la anorexia o la bulimia, es fundamental que los medios, especialmente los públicos, traten de mostrar físicos hetereogéneos con los que la audiencia pueda sentirse identificado y no acomplejado, para que el concepto de “belleza” se amplíe y no se vuelva cada vez más exclusivo.
El “Y recuerda: eres muy guapa” de una operada Mónica Naranjo a Nerea junto a las modificaciones físicas impuestas a Marina y a otros concursantes son escenas un tanto vergonzosas que, probablemente, se unirán a los futuros procesos de “embellecimiento” a los que los concursantes se verán sometidos al salir del concurso, contribuyendo a este círculo autodestructivo de falsa belleza que sigue reinando y que los medios fomentan en programas como este.
Las clases de imagen y comunicación
En la academia, los concursantes asisten a todo tipo de clases. Algunas de ellas son bastante celebradas por los espectadores, como las de interpretación de los Javis, y otras un tanto innecesarias, como las poco comentadas clases de imagen y comunicación de Andrea Vilallonga.
En estas clases se enseñan a los concursantes cómo hablar, moverse e interaccionar, no solo como artistas frente al público, sino también en la propia academia, incitando a los chicos a no decir tacos, no enfadarse o no hablar de cosas como pedos; a comportarse de una manera que, desde mi punto de vista, es antinatural y restrictivo de la individualidad. Afortunadamente, muchos de los chicos, como Aitana o Amaia, han tenido la personalidad suficiente para pasarse estas clases por el forro y decir en directo que se estaban meando o darnos maravillosas escenas de pedos en el 24h.
¿Qué hay de malo en que un artista llegue a una entrevista y diga que ha tenido un día de mierda? ¿No resulta ya agotador ver siempre a los artistas con una actitud positiva fingida y diciendo todo el tiempo la mismas frases? Ellos también son humanos y este tipo de clases contribuyen a una idealización tan perjudicial para el público y para ellos mismos como la idealización física.
El chat
Operación triunfo es un gran talent-show en el que podemos observar la evolución de unos cantantes que luchan por tener una carrera fuera, pero que no nos confudan, esto no es una obra altruista, como a veces lo vende Noemí Galera, esto es un negocio con fines comerciales dentro de la industria de la televisión (de ahí la selección de temas comerciales, las críticas exageradas del jurado, la invitación de artistas más populares que buenos, los físicos de los concursantes...) y donde más se da cuenta uno de ello es en El chat.
Imagínate que eres un concursante de OT. Que esa noche estás nominado y tienes que dar todo de tí para que no te echen y que echen al otro concursante que, además, es tu amigo. Sales. Lo das todo y te salvas. Tu amigo se va. Pero ahora el jurado te dice que no lo has hecho tan bien, es más, que eres uno de los peores, y lo hace ante más de dos millones de espectadores. Vuelves a la academia que es, supuestamente, tu casa, o eso te han dicho, y te “obligan” a ver una serie de mensajes de gente que no conoces absolutamente de nada y a participar en juegos musicales cuando tú lo único en lo que puedes pensar es en lo mierda que te sientes.
Es completamente innecesario. Completamente. Primero, por humanidad y respeto a los chicos. Segundo porque, creo, que a nadie le resulta agradable ver a un concursante que acaba de sufrir un gran bajón emocional fingir que está bien en directo. Tercero, porque quién coño ve la televisión a esa hora. Y cuarto, porque no aporta nada televisivamente hablando, especialmente la despedida del concursante expulsado (con verlo despedirse una vez sería suficiente y mucho más emotivo).
Una cosa es sacar partido de un programa de éxito y otra forzar la máquina por sacar un poco más de share. La gala de la semana pasada nadie quería ver llorar a Ana Guerra en directo. Ni ella ni nosotros. Nadie.
El buenismo de los Javis
Una de las grandes atracciones de esta edición son los Javis, que están aportando con sus clases de interpretación la locura-gay que Ángel Llácer puso en la primera. Tampoco ellos participan en el programa por caridad o amor a la música (de hecho, dudo mucho que lo estuviesen viendo si no trabajasen ahí). Gracias al programa, los Javis han conseguido una promoción bestial de La llamada, acercando una película más o menos independiente al espectador de televisión en abierto, lo cual me alegra y por lo que los felicito sinceramente.
Todos adoramos las clases de los Javis, ya que en ellas se generan muchas escenas emotivas y divertidas. Salvo por un par de piques, los Javis son los profes favoritos dentro y fuera de la academia. Sin embargo, trabajar en un reality es exponer tu personalidad y al igual que, al principio, se veía que uno de ellos, Javi Ambrossi, sería más duro con los concursantes, la trayectoria de la pareja se ha acabado definiendo como un exceso de buenismo que da un poco de pereza a estas alturas.
Todo les parece fantástico, todos los concursantes son unos artistazos, todos los momentos son únicos... Es como si todo lo que les dicen fuese siempre lo mismo. Ni una sola crítica negativa, ni una sola regañina.
Es bonito ver el amor con el que tratan a los concursantes, sí, pero de cara al espectador este comportamiento llega a resultar poco creíble y hasta grimoso.
La omisión de momentos importantes y los contenidos vacíos
Igual que hay secciones que sobran como El chat, hay otras que faltan y que podrían aportar mucho a la experiencia del espectador. Por ejemplo, sería muy interesante ver los debates de los profesores cuando tienen que salvar a alguien o los del jurado cuando tienen que nominar o ver cómo se eligen las canciones de cada gala... Igualmente, los vídeos que se ponen durante la gala podrían ser mejores y no una selección de momentos de marca blanca que, además, ya hemos visto en los resúmenes.
Aunque esta edición haya sido todo un éxito, en realidad, el enfoque del programa y su funcionamiento no es muy distinto al de las primeras ediciones, y sigue siendo, por desgracia, bastante comercial para lo que debería ser un programa de televisión pública.
Aunque esta edición haya sido todo un éxito, en realidad, el enfoque del programa y su funcionamiento no es muy distinto al de las primeras ediciones, y sigue siendo, por desgracia, bastante comercial para lo que debería ser un programa de televisión pública.
Sigo pensando que es posible crear formatos que atrapen tanto al público de las generalistas como al de las privadas. Si esta edición de Operación triunfo ha conseguido llamar la atención de los de la segunda es más por factores accidentales que por los planeados por la cadena.
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