21 de mayo. Cuatro de la mañana. Me dirijo al estreno de la esperadísima continuación de aquella serie que marcó una era en los noventa. Tras sobrepasar en taxi las carreteras del centro lleno de aficionados al fútbol aún de celebración, llego a una sala con treinta butacas, algunas de ellas ocupadas por grandes teóricos y críticos televisivos del país.
Durante el visionado escucho comentarios de asombro, desconcierto, gente que tiene que mirar el móvil para no dormirse, café y más café pero, sobre todo, risas. No, no se trataba de una comedia. Se trataba de Twin Peaks: El regreso.
Y eso sólo era el comienzo. Después de la decepción de ver que la historia no se iba a desarrollar en Twin Peaks y que el protagonista estaba "ausente", vinieron las escenas con árboles hablando, hombres que son absorbidos por enchufes, personajes aleatorios sin ninguna relación con la historia, largas escenas en las que no pasa nada, cafeteras que hablan, paseos interminables a través de cortinas rojas y el capítulo ocho (ÉSE).
Tras 18 interminables horas en las que he tenido que hacer un sobreesfuerzo de concentración y entendimiento como jamás lo he hecho a lo largo de mi vida seriéfila, hoy he terminado el último capítulo con la esperada conclusión de que no he entendido NADA.
No sé al señor Lynch, pero a mí para que algo me emocione necesito entenderlo, necesito que el autor que hay detrás de la serie esté abierto a comunicarse conmigo. Admiro las intenciones de nuestro querido cineasta de revolucionar la televisión tal y como hizo en 1990 pero ¿de qué sirve una revolución si nadie la entiende y es insoportable de seguir?
La primera temporada de Twin Peaks para mí es de lo mejor que he visto en televisión jamás. Era extraña pero entretenida, te hacía plantearte cuestiones trascendentales y, al mismo tiempo, te reías con las situaciones más absurdas o llorabas con los dramas más convencionales. Sus personajes eran enigmáticos y el lugar mágico. Te hacía viajar a otro mundo pero nunca dejabas de saber que estabas viendo una serie de televisión, que era una historia, con un principio, con un final, con un conflicto, con un sentido COMPRENSIBLE.
No sé cómo Lynch tenía pensando que los espectadores iban a ver la serie. No sé si ni siquiera le importaban los espectadores. De hecho, hay escenas de sobra en la serie en las que el mismo autor, escondido tras el personaje del agente Gordon, cuestiona el argumento de la serie como diciendo de alguna manera: mira hasta qué punto estás dispuesto a tragarte algo te aburre y que no entiendes, mira lo que la televisión ha hecho contigo.
Para mí, ver Twin Peaks: El regreso ha sido como comprar el típico producto del capitalismo que lo compras pensando que está completo pero luego te das cuenta de que tienes que comprar más cosas para que funcione. Lo que no puede ser es que para que yo pueda seguir una serie tenga que verme toda la filmografía del autor, leerme varios de los libros que le inspiraron, recorrerme todos los blogs especializados y ver un documental de la madre que le parió. Desde mi punto de vista, una obra no está completa si tienes que recurrir a otros materiales para entenderla y, por lo tanto, es una obra defectuosa e insuficiente. Nula.
No nos engañemos, esta serie es toda una demostración de arte audiovisual pero no es para nosotros, espectador medio zampaseries, muchísimo menos para el espectador más humilde. Twin Peaks: El regreso es una serie para unos espectadores muy selectos, para la élite de la élite de los espectadores: para Lynch, Frost y sus cinco amiguetes, por así decirlo.
Siempre estaré a favor de lo diferente pero nunca de lo excluyente. Adoro a Lynch, pero creo que su ego ha ido demasiado lejos esta vez. Una cosa es querer innovar y otra tener la prepotencia de malgastar esa ingente cantidad de dinero que le ha dado Showtime simplemente por ser quien es en hacer una serie en la que te ríes de los consumidores de televisión de forma totalmente intencionada. Espero que su ínfima audiencia sirva para aprender que no siempre es bueno invertir en esta clase de “artistas” consagrados y que se dé vía libre para la gente joven y humilde que, de verdad, necesitan comunicar algo a la audiencia.
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