Pitidos de máquinas, ritmo cardíaco descendiendo, sangre, bisturís y sudor. ¿Va a llegar por fin el necesario cruce entre How to Get Away with Murder y Grey's Anatomy? Estamos esperando a que Meredith certifique la muerte de un "él". Pero no sabemos cuál de todos los "él". Puede ser el bebé, puede ser Connor o puede ser cualquiera de los personajes masculinos en los que no estamos pensando porque son irrelevantes pero también tienen papeletas para morir encima de una mesa de operaciones. Los creadores se lo están pasando pipa jugando al despiste y utilizando el efecto Kuleshov para que pensemos que Walsh se está muriendo en el hospital.
No podemos negar que sería una decisión realmente divertida y macabra. Sobre todo después de la escena llena de veneno y humor negro, a partes iguales, que nos ha regalado la temporada: Connor se monta una cabaña en el salón que parece sacada del Ikea, con cojines, sábanas y palos aleatorios. Se pone tierno y en modo angelical con esa cara de niño bueno. Le pide matrimonio a Oliver. ¿Y cuál es la respuesta del informático? Oye, mira, que lo siento, que sabemos quién ha matado a Wes, que no te vengas arriba con estos rollos de boda cuando estamos a punto de liarla parda de nuevo. Aquí todos cuestionándose la sobriedad y la adicción de Annalise, pero estos muchachos necesitan un chute de asesinato en vena como quién engulle el café por las mañanas. Qué manera de cargarse el momento romántico solo por una mentirijilla sin importancia. Qué forma de arruinar la felicidad que a Walsh le había costado tanto esfuerzo alcanzar.
Pero esto tenía que suceder tarde o temprano. Las relaciones de los Keating 4 cada vez son más sólidas y los secretos cada vez más dañinos y menos duraderos. Qué tiempos aquellos cuando Asher permanecía en la oscuridad durante tanto tiempo sin imaginarse qué estaba ocurriendo. Y mírale ahora, regocijándose en su ego por haber cogido la sartén por el mango y por obligar a Michaela a que destruya con ketchup su antiguo vestido de boda, valorado en 20.000 dólares. El Wallapop no ha llegado a Philadelphia y el secreto ya lo comparte todo el grupo menos Bonnie y Annalise.
Estas dos están entretenidas con su idílica y tóxico-romántica historia en la que la línea entre el ayudar y el entorpecer es muy difusa. Pensábamos que Winterbottom continuaba con su plan estúpido e inútil de venganza contra Keating y nos hemos encontrado con todo lo contrario: Bonnie en modo agente secreto doble ayudando a su mentora, pero haciendo creer a los malos que está trabajando para destruirla. Si no fuera por Nate prestando su sofá, habría recibido el premio a la maja de la semana.
Sí, porque queremos que Nate y Annalise rompan esa tensión sexual que ha resurgido entre los dos. Necesitamos que se dejen de tantas pamplinas con el psicólogo, que en cualquier momento va a aparecer en el sofá con una jeringuilla enganchada al brazo. No nos gusta Isaac. Aceptamos médicos, pero no psicólogos. Pedimos más de ese ritmo judicial trepidante que tanta adrenalina nos regala, esos "protesto, señoría", ese juego sucio que nadie entiende pero que resulta eficaz, esos giros de guión impredecibles que surgen a raíz de un comentario estúpido o esa satisfacción de ver a Connor hablándole a los micrófonos. La semana que viene saldrá en chándal y pedirá apoyo y respeto porque no lo está pasando nada bien.
¿De verdad alguien ha comprado ese culebrón entre el psicólogo, la ex mujer, el recuerdo de Sam y las mentiras de Bonnie para que sea tratada por la misma persona? Aceptamos a regañadientes que Isaac tenga algo que ver con la fiesta sangrienta que se está preparando en Caplan & Gold, pero no le necesitamos para que haya muerte, destrucción y Laurel pregunte desesperada por su bebé. ¿Aguantar al psicólogo que está a punto de perder la cabeza es nuestra tortura paralela a la de los protagonistas? La semana que viene se conocerán por fin detalles no manipulados de lo que ocurrió realmente en la firma de abogados. La pandilla está a punto de aprender otra lección a la fuerza con muerte incluida: el fin no siempre justifica los medios.
¿De verdad alguien ha comprado ese culebrón entre el psicólogo, la ex mujer, el recuerdo de Sam y las mentiras de Bonnie para que sea tratada por la misma persona? Aceptamos a regañadientes que Isaac tenga algo que ver con la fiesta sangrienta que se está preparando en Caplan & Gold, pero no le necesitamos para que haya muerte, destrucción y Laurel pregunte desesperada por su bebé. ¿Aguantar al psicólogo que está a punto de perder la cabeza es nuestra tortura paralela a la de los protagonistas? La semana que viene se conocerán por fin detalles no manipulados de lo que ocurrió realmente en la firma de abogados. La pandilla está a punto de aprender otra lección a la fuerza con muerte incluida: el fin no siempre justifica los medios.
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