No seremos nosotros los que mitifiquemos la presencia de un director de cine en una serie como el salvador iluminado de nuestro humilde y zarrapastroso medio. Al igual que no diremos que una reputada actriz en calidad de productora le ha dado el caché necesario a una plataforma online mendicante de talento. Pero si tenemos que deshacernos en halagos por alguien gracias al nuevo éxito de Netflix, no vamos a desmerecer tampoco a David Fincher y Charlize Theron.
Mindhunter viene alabada por su ejecutiva a falta de un nombre de peso tras el título de creador. Alguien tiene que poner los apellidos si cuando escuchamos el nombre de Joe Penhall no nos dice ni la hora, pese a que a partir del pasado fin de semana le seguiremos la pista muy de cerca. Los credenciales de trastienda se unen a una dilatada campaña y a unas figuras en el reparto que tras sus últimas venturas televisadas teníamos demasiadas ganas de volver a ver. Jonathan Groff (Looking) y Anna Torv (Fringe) por fin se han dejado disfrutar en el más ambicioso y sublime de los reencuentros con su público.
Mediados de octubre. Vamos a permitirnos los grandes calificativos de 2017: estamos ya ante el thriller del año. Mindhunter ha sido diez episodios fuera de toda estructura común y predecible que, aunque a veces se haya querido enredar en la espesura de ese ritmo no particularmente ágil en el dialogo, te deja inmóvil ante la dinámica de sus interpretaciones, su intensidad sin complejos y su atmósfera.
Crítica libre de spoilers.
Holden Ford, joven agente del FBI metido a educador en Quantico. A mediados de los 70, Holden será el encargado del proyecto al que se le deberá, entre otros avances, el acuñar el término "asesino en serie" que tanto juego le ha dado al audiovisual en sucesivas décadas. Ahorrándonos la idea de que Holden y su equipo lo que iban a hacer era investigar un turbio caso y las perversiones clásicas del noir policial, Mindhunter ignora los esquemas tradicionales y nos plantea una gira interestatal introduciéndose cara a cara en los perfiles de los antaño conocidos como "criminales secuenciales" en base a los que establecer un patrón psicológico.
Ésta es la excusa de Mindhunter para moverse en los morbosos terrenos del sadismo y la parafilia entre cárcel y cárcel. El resultado de sus aspiraciones es la degeneración de Holden como persona y profesional a medida que se solapan esos casos que gestiona desde una fascinación peligrosamente colindante con la idolatría. El peaje del progreso científico se paga a lo largo de 10 episodios con la construcción de un nuevo antihéroe desde su fase más inocente. El gancho de lo siniestro pronto desvela la promesa de un aliciente mucho más interesante: un arco transformativo lleno de matices que no te quieres perder.
Ésta es la excusa de Mindhunter para moverse en los morbosos terrenos del sadismo y la parafilia entre cárcel y cárcel. El resultado de sus aspiraciones es la degeneración de Holden como persona y profesional a medida que se solapan esos casos que gestiona desde una fascinación peligrosamente colindante con la idolatría. El peaje del progreso científico se paga a lo largo de 10 episodios con la construcción de un nuevo antihéroe desde su fase más inocente. El gancho de lo siniestro pronto desvela la promesa de un aliciente mucho más interesante: un arco transformativo lleno de matices que no te quieres perder.
Visualmente la referencia es en su totalidad debida al cine. Se7en está presente en cada secuencia y cada plano con nula casualidad. A nivel narrativo y sacando a Fincher de sus 160 minutos habituales de metraje, entran en juego otras señas más aptas para la venta a la audiencia televisiva gourmet. Saquemos los nombres grandes. Saquemos las comparativas entre el protagonista y Walter White, saquemos esa noción de levantar un proyecto desde el sótano con más mesura que tiros de The Wire, saquemos a la mujer y su trágico papel en el mundo laboral de Mad Men. Todos están presentes para recibir a una nueva niña bonita, fría y oscura de nuestras pantallas.
Mindhunter va directa a la sección más sobresaliente del catálogo de originales de Netflix. Es simple y llanamente una de las ficciones más formalmente esmeradas sin exageración mediante ninguna. Una puesta en escena excepcional, un nivel de cuidado por el detalle que se aprecia hasta en la edición del sonido de un aeropuerto. La soberbia en la actuación, en los diálogos milimetrados. Sabían perfectamente que la suya iba a ser etiquetada como “una de esas series donde hablan mucho y hacen poco” y han equilibrado la densidad y la longitud de sus escenas con un magnetismo irrefrenable a cargo de Groff, Torv y compañía. Mindhunter va a por el Emmy. Eso está más que claro.
Tan sintomático es de la categoría en la que se mueve Mindhunter que el único defecto que le sacamos es la asepsia de su cabecera. Los símiles con el funcionamiento de un reloj de la nacionalidad centroeuropea preferida no terminan siquiera de hacer justicia a la sinergia dramática de los elementos de Mindhunter. No se aplican ni nuestros tópicos habituales de empezar abajo para terminar creciéndose. No le hace falta esa carta excusa de presentación. La opresión de esa psicoesfera se mantiene sólida de principio a fin. Lineal, ininterrumpida. Para que te quede claro que, una vez dentro, no vas a ser capaz de salir.
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