Previously on AMC’s The Walking Dead. Uy, no, que esto no va aquí. O sí, quién sabe. Ni que hubiéramos atendido mucho al episodio. Podría haber habido algún zombie para amenizar los 37 minutos de absoluta irrelevancia, flashbacks inconexos y excusas estúpidas de profundizar en una charca de la que no bebería ni el perro. 37 minutos de intenso uso de las redes sociales, de mandarte WhatsApps con el maromo o maroma que te va a apañar el fin de semana y de preguntarte qué has hecho mal tú, fiel ex-shondista que lleva siguiendo la serie más de cuatro décadas, para merecer tal suplicio.
En tres minutos limpios de acción relevante se queda el episodio. Lo cual ya es el único elemento parcialmente positivo que vamos a reconocer esta semana. Eso y que al menos la canción del final era buena. Sí, banda sonora como soporte vital. Ése es el nivelón que nos gastamos en la Danger Zone. Danger Zone, del latín «peligro de calambre por poner tanto los ojos en blanco».
Esto no va a ser una crítica amable. Esto va a ser un vertido de central nuclear japonesa.
Un helicóptero con Hunt, Riggs, hermana de Hunt y Teddy. Una oportunidad de oro para ahorrarnos el dolor en el minuto 4, pero no alcanzaba el lanzacohetes teledirigido. Los cuatro se llevan un episodio que acentúa nuestro síndrome de Estocolmo con el Seattle Grace Mercy Death y que se estructura en dos tramas de relevancia/nivel de actualidad cuasicatalán: el pelirrojo intentando someter emocionalmente a otra mujer de su vida y las dificultades bricoladoras de Nathan Riggs. El drama de tener una barba insuficiente y no ser vasco.
A ello se le unen los satélites de entretenimiento desorbitado: una Teddy Altman que está por estar y que importa lo mismo que importaba allá por 2010 y el hijo de Megan. Este último encargado del gran revés del episodio, el punto de giro que se estudiará durante siglos en las futuras facultades de comunicación audiovisual: no saber qué pedir en un chiringuito de playa. Trágico. Sobrecogedor. Dantesco. Piqueras, sigue tú.
Mientras tanto, en los flashbacks a 2007, descubrimos un par de apuntes de también nulo interés, pero que igual os hacen gracia: Riggs era un pichabrava de esos de irse de chatos con Bertín Osborne, a la hermana le hicieron el secuestro más anticlimático de la historia de la televisión y el presupuesto de creación de escenarios militares era bastante más grueso que los cromas y plastidecores de estos últimos episodios. Cómo se nota la crisis, ¿eh? Y decían que brotes verdes.
Todo es un gran insulso repetitivo con un guión claramente escrito una tarde que se vieron muy apurados con el resto de episodios y había que ganar tiempo. De ese Escenas de matrimonio Edición Oriente Medio no sacamos nada que no quedase evidenciado en el road trip de Seattle a Los Angeles. Sólo se puede aprovechar por aquellos que tengan paladar para apreciar el siempre sonriente, siempre agradecido carácter de la Dra. Acelga. El resto de mortales tendríamos que esperar a la 400% apoteósica y en absoluto predecible resolución del anteriormente mentado minuto 37.
La verdad sea dicha, tenemos que quitar un poco de ironía a aquello de que se veía venir. Dada la tónica del episodio, honestamente no sería de extrañar que acabasen las cosas como empezaron: cero evolución y cero consecuencia. Ese divorcio por el que llevábamos clamando al cielo durante dos temporadas llegaba para no salvar el día —porque esto ha sido totalmente insalvable e indigesto—, pero sí para dejarnos la promesa de un mundo mejor de cara a la semana que viene. Un mundo en el que Amelia No Tumor se presentará a nosotros como una mujer libre de cargas y cadáveres argumentales.
Y un movimiento de plantilla que preferimos que os imaginéis o que os pille desprevenidos. Cómo se nota que esto se escribe un viernes y se puede terminar en nota positiva tras semejante depilación genital con pinzas y soplete. Señor.
Y un movimiento de plantilla que preferimos que os imaginéis o que os pille desprevenidos. Cómo se nota que esto se escribe un viernes y se puede terminar en nota positiva tras semejante depilación genital con pinzas y soplete. Señor.
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