Qué cachas está Bronn o la mano de Jaime es de oro del que cagó quien yo te diga, porque esos 500 metros de mariposa submarina se han hecho muy rápido. La batalla de la semana pasada todavía coleaba en el inicio de este episodio, justo para sacar a los Tarly del mapa y demostrar que el único de moderadas capacidades para discurrir en esa familia era Sam. El fornido hermanísimo que nos presentaban hace un mes, Dickon, se despide ágil recalcando que no se puede ser guapo y tener luces. Introducciones a un lado, seguimos con el debate importante: cuando esta mujer dice Dracarys con toda la intensidad del mundo para que el público luego fabrique los gifs correspondientes, ¿cómo sabe el dragón a dónde apuntar?
Jaime tarda poco en volver a surcar la provincia de Poniente, quizás municipio. La vuelta a casa conlleva un giro inesperado: nuevo vástago incestuoso, nuevo niño cuyos padres son sus tíos, nuevo monstruito que a saber cómo sale. ¿Cómo encaja este embarazo en la maldición gitana que se cargó a todos los niños de la leona? ¿Será cocinada a la brasa Cersei antes de que ese retoño empiece a demostrar tendencias sádicas? Bajo nuestros cálculos, a la velocidad con la que se desarrollan los eventos de esta temporada, creemos que el asunto alcanzará la pubertad en torno al minuto 36 del próximo episodio.
Mientras tanto, en las tierras del invierno, Bran lanza los drones y se encuentra con The Walking Dead, que ya tocaba verlos porque últimamente la canción tocaba mucho fuego pero poco hielo. Hasta los cuervos se acojonan cuando el auténtico King in the North le desmantela el comando espía a Bran. Quitando los cuervos que ipso facto mandan con buena nueva y que llegan más rápido que los Whatsapps una noche de fiesta, la acción de Invernalia se relaja a la vieja usanza:
Meñique está meñiqueando, y a Arya no le hace gracia. Las intrigas palaciegas nos retrotraen a esas primeras temporadas donde la guerra se ejecutaba entre muros y no a campo de batalla abierto. Y apetece, no nos vamos a negar el gusto de una trama más de sosiego y susurro. La nota que encuentra Arya, con cero componente de casualidad en el colchón LoMónaco del pícaro rufián, no es otra que una carta que Sansa manda a Robb —os acordáis de quién era Robb, ¿verdad?— allá por 2011 para instarle que rinda pleitesía a Joffrey, porque a su padre le acaban de cortar la cabeza. La pregunta es: ¿se estará creyendo Arya, fuera del contexto del abuso de Desembarco y el cuchillo que tenía la pelirroja al cuello, que Sansa lleva todo este tiempo conspirando contra Jon a favor de los Lannister? ¿Abrirá una brecha el eterno pretendiente entre las reinas del norte?
De unos hermanos pasamos a otros. Jaime y Tyrion se ven con la calma, sin dragones mediantes, y sin hablar de que ambos van a tener otro sobrinito. El viaje exprés a la capital deja una tensa reunión y una más que distendida reaparición. Con la excusa de llevar a Tyrion a allanar el terreno con Cersei, Davos echa un viaje a las zonas menos reales de la nación y agarra un cabo suelto que lleva remando desde la tercera temporada, que se dice pronto.
El reencuentro de Davos y Gendry, siglos después, es fácilmente único reencuentro logísticamente creíble esta temporada. Con un martillo y ganas de dar caña viene el herrero. ¿Qué trama Davos? ¿De qué sirve llevar un candidato legítimo al trono a Casa Khaleesi? Qué osadía, el último Baratheon. Pero el chaval en media escena ya ha demostrado su utilidad, así que bienvenido al barco. En casa del herrero hostia que te crió, es lo único que tenemos claro. ¿Todo para que Jon tenga un amiguito? Gendry quiere ser supercolega de Jon, bromance total, inserten fanfics.txt y ellos tan panchos a reproducir por la meseta las peripecias de esos papis que no les dieron los apellidos.
Jon está a lo suyo. En éxtasis. Tocando los dragones con suma ceremonia, porque más de una profecía hay rondando sobre que el dragón tiene tres cabezas, y quizás con esa caricia llena de mugre en las uñas se haya declarado discretamente la tercera una vez Tyrion ya tuviera su cara a cara con las criaturitas en Essos. “You weren’t long gone”, le dice Jon a Dany según aparca a Drogon. Lo que son cinco minutos, moreno. Ni te habrá dado tiempo a comprar el pan. Qué buena y aséptica pareja harían estos dos.
Llegamos al final del episodio con dos desplazamientos más. Esto no es Juego de Tronos, es la adaptación televisiva de un plano del Metro de Madrid. Y esto sí que vuela. Sam se fuga de Antigua cometiendo un error garrafal: cortarle a Gilly la batallita. En principio, una chochada como los millones de ventanas del Septo de Baelor, pero aquí todos sabemos que no se dan puntadas sin hilo y esto es salseo del bueno. El difunto Raeghar, hermano de la de los dragones, estaba casado con Elia Martell, pero que pidió la nulidad del matrimonio para cambiar de esposa. Sin llegar Gilly a pronunciar las palabras y recordando ciertos flashbacks de la temporada pasada patrocinados por el cuervo de los tres ojos, Sam no, pero nosotros sí que sabemos que el fruto de esas segundas nupcias es más amigo suyo de lo que atención presta a la historia.
Y, por fin, aunque lo digamos como si nos hubiéramos chupado las tres semanas de viaje en barco velero, llegamos al Guardaoriente del Mar que da nombre al episodio. Con aún más incorporaciones: El Perro, Thoros de Myr y Beric Dondarrion, representando a los seguidores del dios quemaniñas de Melisandre, se unen a la causa de Jon. Como el que no quiere la cosa, Jon se ha montado su chupipandi de machotes para cazarse un caminante blanco de souvenir que llevarle a Cersei. Qué de testosterona, qué de chistes de mariquitas se pueden contar en esa expedición. Sólo falta Bertín Osborne. Lo que tiene que aguantar el pobre Jon, con lo bien que estaba él tonteando —también incestuosamente— con la Mother of Dragons y a puntito de dar el braguetazo.
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