Al reto de ser guionista revelación, estrella de tu propia serie y haber sido declarada icono cultural se te une tener que poner punto y final a la historia que te catapultó al Olimpo de las diosas catódicas. Lena Dunham sufría de expectativas por las nubes desde que en enero de 2016 se anunciase la última renovación de Girls, todo un desafío que asumió tomando la senda adecuada desde el inicio de esta sexta temporada: madurar.
La estrategia de salida está, desde luego, sujeta a debate. Desde la mera cuestión estructural de desdoblar los dos últimos episodios en un final y un epílogo bastante selectivo, hasta la aceleración en el ritmo de los eventos. Y todo por culpa de algo mucho más vintage de a lo que Girls nos tenía acostumbrados: el baby boom.
¿Cuál es la necesidad de introducir a Hannah en el trepidante y para nada pavoroso mundo de la maternidad? Lena ha querido meter quinta en lo que al desarrollo de su yo televisivo se refiere. Un embarazo inesperado, con una acogida aún más extraña por parte de un personaje que si tuviéramos que etiquetar con un adjetivo rápido, diríamos “egoísta” sin duda alguna. Como espectadores, más de uno y más de dos seguro compartiréis que la opción más natural ante el lapsus del surf camp era no llevar ese embarazo a término.
Suponemos que la aceptación es en sí misma un ejercicio de la capacidad de elección de la mujer, y hasta aquí debemos leer, con independencia de lo incendiaria y —tristemente— rompedora que hubiera sido la alternativa. La historia de Hannah parecía que iba a terminar en final feliz, como dejaba entreverse en la catarsis de retro millennial realizado que ve su artículo publicado en prensa escrita. Pero no. O no del todo. Nunca blanco y nunca negro. De otras muchas cosas podríamos acusar la travesía seguida hasta su “desenlace”, pero de falta de autenticidad por lo menos nadie podrá hacerlo nunca.
El resto de historias se mueven en el mismo grado de ceños fruncidos e insatisfacción parcial. Girls es girls. Con una buena ese al final. ¿Ha habido metraje para todas durante la temporada? Sí. ¿Es El Show de Lena? También, pero se ha echado en falta un equilibrio hasta el final que no huela a desplante.
El declive de Marnie e incluso el ascenso de Elijah a segundo de a bordo vía musical por encima de las otras girls nos hace pensar qué han hecho mal para no merecer un mínimo de equidad en la recta final. Aceptamos que quizás Jessa había alcanzado un estado de zen hipersexual en su bizarra relación con Adam y que no quisieran sobreexplotar su vena cineasta. Pero ¿Shoshanna?
Shoshanna sólo aparece en seis de los diez episodios de esta tanda. Su historia, por lo visto, se resumía en los errores que la llevaron a perderse oportunidades empresariales años atrás y a un puesto de auténtica villana en la reunión. Queremos pensar que en series de este calibre no hay buenos o malos, pero el dibujo de la Shoshanna más controladora, envidiosa y destructiva se torna de todo menos área moral gris.
El balance es positivo, no cabe duda. Ha sido una temporada, pese al sentimiento acosador de la salida, fiel a su espíritu en su totalidad, dando tanto lecciones como momentos antológicos que demuestren que el slice of life es un arte en sí mismo. Ese cónclave del baño y la polifonía del arco del personaje se convierten en Historia de la Televisión automáticamente. Las evoluciones y las involuciones puestas a prueba para recordarnos lo agridulce, lo inesperado y lo absurdo del progreso vital. La tesis, por dura que sea, nos deja claro que tras todo este camino sólo queda el individualismo dentro del plural.
Una llegada a la "meta" sin agotamiento. Dejando claro que, aunque termine la emisión, probablemente no haya una meta de por sí. Nos habrán dado dos, pero hay historias que no tienen un final como tal. Y así lo ha transmitido ella: Hannah Horvath es infinita.
Como la vida misma, chicas, como la vida misma.
Disponible en HBO y Movistar Series.
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