Fue el hype del mes de marzo. Entre el reparto, la constatación de la antología como nueva garantía de calidad, el tema inédito, el firmante y el morbo de la madre que parió a todas, Feud ha sido lo más must de lo que llevamos de año. Como comentamos tras ver su piloto, la historia de Bette y Joan suponía la confirmación definitiva de Ryan Murphy como guionista formal, pero ocho semanas después y una vez concluida su primera entrega, tenemos una nueva perspectiva desde la que medir nuestros aplausos.
Comenzamos por lo bueno. Por la ejecución perfecta del drama —o, mejor dicho, la tragedia— en el ocaso de las carreras de Davis y Crawford. El demoledor episodio que ponía el broche esta semana a la fugaz riña de divas se permitía el lujo de surcar a través de los años para destrozar al espectador con la miseria más absoluta de una antaño reina del celuloide.
El declive extremo de Joan Crawford se lleva los focos tras unos episodios en los que la figura que interpretaba Jessica Lange se tornaba de todo menos defendible. Las últimas semanas de vida de la estrella, narradas desde la más terrible de las crudezas, suponen un punto de redención que desde luego resulta infalible a la hora de emocionarnos. Joan Crawford es la gran derrotada de Bette vs. Joan, salvo por el hecho de que su único verdugo fue ella misma.
Pese a que Susan Sarandon se ha llevado de calle el favor del público gracias a su Bette Davis, y probablemente el de la crítica de cara a los próximos Emmys, sólo tenemos halagos para el reflejo en la ficción de Crawford. La Crawford de Lange perdurará como la encarnación de los efectos de una industria salvaje. Una mártir consumida por la ambición y el juego que pensaba que podía dominar. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Un papel mucho menos agradecido que entrar en un set de rodaje pintada de muñeca psicópata pero que desde aquí debemos defender también.
El otro lado de la historia, la ganadora más humana aunque sólo sea por cuestión de supervivencia. Bette Davis llegó para robar escenas, para arrasar y para enamorar. Y lo hizo. Sobran ya las alabanzas para esa master class interpretativa que nos han regalado. La historia de este conflicto desafía las reglas de los hechos reales encumbrándola como un personaje de dimensiones que alteran la confianza en la fiabilidad de lo narrado. Historia del cine y seguramente a estas alturas de la televisión también.
Como es habitual en la factoría donde nace Feud, figuras perfectamente construidas en un tablero precioso de entrada pero que rápido cojea con el uso. Para un encargo tan reducido de episodios, la lucha de estos titanes comenzaba a tambalearse tras saltar el tiburón en la quinta semana. Aunque ese cóctel de odio, envidia, admiración y hermandad se alargase hasta donde la demencia de Crawford alcanzase, el ritmo de la temporada tropezaba después de los Oscars.
Un episodio escrito y dirigido por Ryan Murphy el de And the Winner Is..., donde claramente se lee que era el evento que él desde un principio quería revivir en pantalla 54 años después. Un clímax fetiche que sólo la fatalidad de la ruina última podía igualar y que dejaba en bastante tedioso lugar los episodios entre medias: repetitivos, aburridos y con un regusto árido a hacer tiempo que decepcionaba incluso al más devoto.
Terminamos repasando ese toque emotivo documental. Heredando de su análoga judicial, American Feud Story dedicaba en sus últimos minutos unas líneas sobre los desenlaces de los actantes de este feud. El final más riguroso para este dramático mockumentary que, pese a la falta de consistencia en la acción, se mantuvo más que fiel al mensaje: las auténticas películas de terror se viven fuera del rodaje.
She did it the hard way.
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