Ellen. Ellen, ¿qué te pasa? Ellen, háblame. Dime por qué no quieres seguir trabajando. Ellen, por favor, no te vayas. Ellen, tía, chat ya.
Y así 42 minutos. Japril: The Sequel llega un año después de aquel 12x11 que recapitulaba las idas y venidas de su trascendental amor y finalmente desembocaba en el anuncio de que iban a tener un nuevo vástago al que bautizar con el nombre más feo del universo, le pese a la tita Shonda lo que le pese.
A sabiendas de que Japril: The Movie dejó el listón alto, al menos en lo que a revelaciones y giros se trataba, la tensión con la que abría el episodio de esta semana invitaba a algo gordo que redujese la plantilla de secundarios. Un alud, un vaquero pistolero, Hannah Montana en Montana o un atentado terrorista contra el avión de los Avery con simples motivos estéticos. Esa familia no sabe elegir nombres para niñas y tampoco logos para aviones. Si eso no es motivo para extinguirles, ya me diréis vosotros qué lo es.
Si tratamos este episodio de interminable título como un stand-alone, cual especial navideño de procedimental británico, podemos hasta calificarlo de entretenido. Podría haber sido infinitamente peor. Podríamos habernos chupado 25 minutos de transmutación intestino-tráquea. Podría haber sido un spin-off de esa niña dentro de unos meses haciendo unas audiciones para La Voz Kids y que Rosario Flores le diga que canta literalmente como el culo. Podría haber sido un episodio en una prisión con tres personajes al azar donde sólo un minuto fue relevante. Ah, no, espera. Ahí me he colado.
Papa Avery, ese madurito a unos dientes pegado, resulta que no es el villano que Mama Avery, diosa grande, se encargó de inculcarle al niño. Es un humilde tabernero con la carrera de cirugía en mitad de un páramo nevado. Todo increíblemente lógico. Un señor amable y hospitalario con los apuestos galanes que llegan a su establecimiento con un portátil como si esto fuese el Starbucks. Robert Avery tiene todos los ingredientes necesarios para esas moralejas clásicas de la casa donde no todo es blanco o negro.
Sea como fuere, nos quedamos con el resurgir de la pasión salvaje de los amantes de Teruel tras una cirugía de noventa horas. Más que nada porque tampoco hay otras opciones con las que quedarse. ¿A quién no se le entona el tema después de meses ninguneando a su ex-pareja y decide llevarla en volandas hasta la cama del resort siberiano para hacerle una citología con la minga? Habrá sido el episodio de Jackson, pero bien se ha visto que April tiene más moral que el Alcoyano. Ánimo, mi coronel.
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