Fue a finales de enero del año pasado cuando FX nos deleitó con una de esas joyas escondidas que justifican la obsesión seriéfila en la que muchos nos hallamos presos: Baskets. Esta ácida y melancólica comedia nacida bajo el inconfundible sello de Louis C. K. narraba la historia de Chip Baskets, un payaso que también resulta ser un hombre que ha de ganarse la vida de alguna manera. Esta semana se ha estrenado al fin la esperada segunda temporada, con lo que tenemos la excusa perfecta para recordar y reflexionar entre todos sobre esta gran serie.
Tras años de estudio en una academia parisina para clowns, Chip vuelve a un Estados Unidos demasiado grande y demasiado cínico para alguien que aún cree en la posibilidad de hacer feliz a la gente sólo mediante su gestualidad. La vuelta es un choque con lo real que destruye toda esperanza de llevar esa vida bufonesca e idealizada del alegre payaso del siglo XX.
Su madre (interpretada por un mítico Louie Anderson), su amante/femme fatale Penelope y su inseparable amiga Martha se encargarán de transformar todo atisbo de risa en un gesto patético, una huella distorsionada de una ideal ya desaparecido (el del payaso feliz) condenado a estrellarse hasta su muerte contra el muro de estos nuevos tiempos.
Su madre (interpretada por un mítico Louie Anderson), su amante/femme fatale Penelope y su inseparable amiga Martha se encargarán de transformar todo atisbo de risa en un gesto patético, una huella distorsionada de una ideal ya desaparecido (el del payaso feliz) condenado a estrellarse hasta su muerte contra el muro de estos nuevos tiempos.
Es quizá ante esa imposibilidad de desarrollar su arte y a sí mismo en un lugar en el que esto carece ya de sentido que el tren encargado de cerrar la primera temporada se vuelve un símbolo tan poderoso. El deambular del vagabundo hacia otras tierras sin nombre, hacia posibilidades libres aún de la dictadura del presente, es un callejón sin salida en la retórica de Baskets. El tren, al igual que la iconografía del payaso, ha llegado a un irresoluble punto muerto del que sólo ha sobrevivido la reflexión melancólica y autoconsciente (propia de Baskets) y el terror (sirva Twisty en American Horror Story: Freak Show de ejemplo).
El payaso no está preparado para un tiempo de entretenimiento portátil en 3D, Snapchat y mensajería instantánea. En este contexto hiperacelerado su humor ha pasado a convertirse en una burla de sí mismo: sólo nos interesa el payaso patético, tan sólo Chip Baskets haciendo el mayor de los ridículos posibles en el rodeo, tan sólo Twisty masacrando a todo el que se le pase por delante.
Y es que quizá, tal y como nos dice Chip...
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