Se cumplieron todas y cada una de las predicciones que lanzamos tras ver el primer episodio hace casi ya tres meses. Westworld es lo que anunciaban y no ha defraudado lo más mínimo. Con las expectativas completamente excedidas y todas y cada una de las promesas cumplidas, Westworld se convierte oficialmente en una de las más inteligentes, brillantes y excelentemente ejecutadas ficciones de la televisión. Así, sin exagerarlo en absoluto.
La hora y media que compone The Bicameral Mind puede ser uno de esos muy contados casos en los que no hay un segundo de metraje que sobre. Es más, la cantidad de información revelada es tal que, en vista de tan magna elaboración de la tensión, no nos importaría doblar la duración. ¿Me das tres horas y unos bonus en el DVD? Compro. Además de que sea una serie que rebose material, podemos interpretarlo también como la altísima necesidad que tiene HBO de dejar una huella en sus espectadores lo suficientemente fuerte como para que aguante hasta 2018. La espera va a ser larga, los dragones aún vuelan y quieren que esto sea más que memorable.
Porque es así. A lo largo de estas diez entregas y rematando por todo lo alto con la de este domingo, Westworld ha demostrado su solvencia como sustituta para Juego de Tronos en las filas y las facturas de HBO, relevo que llega a tiempo al maltrecho cartel del canal. Y, tras años y años de esperar un relato igual de complejo, vamos a decirlo y a gafarlo con la denominación maldita: se postula también como la nueva Lost. Pura dinamita televisiva llamada a ser el siguiente gran fenómeno de culto. O al tiempo.
Comienza la revolución de las máquinas de manera oficial. Ford se despide de la serie reventando unos niveles de megalomanía que sólo podíamos intuir hasta ahora. Él también quiere ser música. El que viese venir que él mismo sería el detonante del despertar de los robots, que tire la primera piedra. El derrumbamiento de la cúpula de Delos Inc. pone todo el foco de la segunda temporada en la sublevación de la inteligencia artificial, dejando las intrigas jerárquicas del parque por fin a un lado.
Sin el patriarca mediante, podemos dejar en manos de ellas el devenir de la serie. El levantamiento bicéfalo de Dolores y Maeve se lleva a cabo por dos vías muy diferentes. El viaje iniciático de la tierna Dolores, ahora primera host de Westworld, culmina con su llegada al centro del laberinto. El mítico laberinto que ya hacía tiempo teníamos claro que era un mero macguffin alberga el ego, la identidad personal de las no personas. Dolores ya no está programada. Y si lo está, no queda ningún creador suyo en pie para controlarla.
Mientras, Maeve, que se pensaba liberada, llevaba la narrativa del escape insertada en su interior. Las innumerables trampas que “los dioses” tienden a los hosts nos las tienden Nolan y Joy a nosotros también. No podemos confiar en ningún rastro de voluntad porque todo podría estar igual de falseado. Falseada quizás sea una de las pocas pegas que le sacamos al episodio final, y tal vez la única: la deficiencia de la seguridad de Westworld.
No paran de sucederse los giros en el largometraje. Entre asesinatos, revelaciones mecánicas y biológicas y ahora la unificación de personajes, realmente se simplifica el tablero de jugadores en la serie. Bernard Lowe resucita siendo el anagrama creado a imagen y semejanza del mismísimo Arnold Weber. La ya rumoreada presencia de diferentes líneas temporales se confirma, revelando el engaño de las diez horas. Pasado y presente quedan totalmente desvanecidos y la única fecha que se aproximan a darnos son los 35 años que separan una trama y otra.
Esta división temporal venía promovida por otra de las bombas de la mente bicameral: ese sombrero negro. Pese a ser un secreto a voces, el dramatismo de William convirtiéndose en el Hombre de Negro y abriendo la brecha de los 35 años significaba el primer gran desprendimiento de mandíbula del episodio. Ahora la pregunta que queda es la siguiente: ¿seguiremos viendo a ambos Williams? ¿Ha terminado el flashback o aún quedan historias que contar?
Con la peliculera muerte de Dolores en brazos del siempre tibio Teddy, llegamos por fin a los límites de Westworld parque y de Westworld serie. La llegada al mar viene a decirnos que hemos explorado todo el Lejano Oeste y que, como narración, nos vayamos preparando para sobrepasar esta frontera.
Relevante en el porvenir de la serie parece que va a ser Samurai World o el Lejano Este, que no olvidemos es de todo menos casual (la clásica contraposición del western y el género japonés con Los siete magníficos y Los siete samuráis). Pero la verdadera incógnita y lo que más agridulce sabor de boca deja es el desconocer el auténtico mundo más allá de las paredes de Delos. Cómo de futuro es ese futuro y a qué niveles de distopía podríamos encontrarnos en temporadas venideras.
Porque sí, esos placeres violentos pueden tener finales violentos todo lo que ellos quieran, pero, por favor, que sean dentro de muchos, muchos episodios como éste. Vayan depositando su candidatura al Emmy a la salida.
COMENTARIOS