Soy una contradicción. Como Dios, uno y trino, trino y uno; como María, virgen y madre; como el ser humano, bueno y malo. Lenny Belardo / Pio XIII
Todo empieza y acaba en un balcón, uno en el que se mira y otro en el que se es mirado, uno sumido en las sombras y otro bañado por el sol, uno que promete futuro y otro que rastrea el pasado. Y en medio de ellos, uniéndolos y creando sus separaciones, Lenny Belardo. Hombre estadounidense y Papa cabeza de la iglesia católica romana.
Cuando le vemos por primera vez nos topamos con un antihéroe made in HBO, un nuevo déspota de rostro impoluto, genial en sus ocupaciones e inhumano en su trato al prójimo. Un estereotipo que tal y como nos reveló Vinyl, ha pasado a mejor vida.
Junto a la sotana de Pío XIII deambula una corte de eclesiásticos sibilinos de intenciones más que claras y métodos más que opacos, monjas que se confunden con palomas, políticos olvidadizos del pasado de Roma y laicos más creyentes que el propio Papa. Este heterogéneo grupo vaga por los pasillos del Vaticano, la plaza de San Marcos en Venecia y los melancólicos colores de una niñez añorada. En medio (o sobre) estos lugares vemos a nuestro protagonista crecer. Crecer como Papa, o lo que es lo mismo, como hombre y como Dios.
Cuando hemos pasado más tiempo con él, el odio y la frialdad que parecían dominarle se vuelven sólo una cara de un ente no ya múltiple sino polisémico, trino y uno. Es lo voluble, el drástico cambio de humor y la mano que pasa de bendecir a desterrar el hilo que recoge todos los extremos, los conecta y finaliza en los ojos del espectador atento.
Su otra cara, o mejor dicho su rostro visto con otra luz, es la de un hombre condenado a amar tanto a Dios que el ser humano se le vuelve irrelevante. Un ser obnubilado por lo sublime de una idea, la del Dios cristiano, que en ocasiones le embriaga y en otras le asfixia. Un amante de un cuerpo perdido y un esclavo de un Dios en silencio.
Trino y uno, drama sobre la orfandad y la infancia, comedia sobre la vanidad y thriller de enredos palaciegos. The Young Pope es todo esto no sumado sino superpuesto en un tapiz que gracias a la riqueza de los materiales que lo conforman llega, en momento de especial brillantez, a deslumbrar al espectador sensible.
¿Y qué ocupa el centro de ese tapiz? Pío XIII tocado con su mitra e irguiendo su báculo, un Lenny que es el gran triunfo de una HBO que aún recuerda que ser original y compleja es más importante que seguir los patrones del éxito (aunque tú mismo los hayas creado). Levantar a lo largo de las diez horas de la primera temporada un personaje tan infranqueable como el misterio de lo Divino y a la vez tan atrayente como la ritualización de la pompa vaticana es una victoria que ha de recordarse.
Desfilar, ya sea entronizado o al ritmo de la música electrónica, entre los diez capítulos de esta primera pero irrepetible temporada es el único elemento de la serie carente de toda contradicción: estamos ante un verdadero placer para el amante del audiovisual.
Esta naturaleza dual o contradictoria que ha hilvanado el post es una característica propia de muchas de las grandes series que nos rodean: Pensemos en la Elizabeth de The Crown, reina (o diosa) y esposa en la Inglaterra de los cincuenta; el mundo desdoblado de Stranger Things; el famoso y olvidado, caballo pero humano Bojack Horseman en la serie homónima; o la soviética pero capitalista familia Jennings en The Americans. Puede concluirse que tan sólo incorporando en el propio relato la negación del mismo, su negativo, se logra la profundidad y el nivel necesario para pasar de una serie destacable a una verdadera obra maestra.
COMENTARIOS