La cadena emisora de Preacher (AMC en Estados Unidos y ahora HBO España en nuestro país) es quizá una de las más incomprendidas del panorama serial actual. Todos parecen haber acordado que la época de esplendor de AMC acabó con el final de Mad Men y Breaking Bad, cerrando con ellas una etapa de la ficción televisiva de este nuevo milenio. Pero no es así, ya que producciones como Halt and Catch Fire o la serie que hoy nos ocupa han continuado la estela de calidad de la cadena adentrándose en esa categoría injusta pero adorada: la de las series de culto. A este grupo tan maldito como valioso pertenecen series seguidas por muy pocos pero amadas sin medida por público y crítica (Carnivàle, allá donde estés, te seguimos llorando).
Al igual que Odin Quincannon en la imagen que abre el post, el espectador se encuentra solo (salvo que convenzas a otro amigo de que la vea contigo) mientras cómodamente contempla la historia de Jesse Custer, el pueblo de Annville y la multitud de extraños personajes que pululan por sus desérticas calles. Lo que en un principio parece una historia llena de cómica y absurda violencia, giros imposibles y personajes excéntricos se convierte a lo largo de la primera temporada en eso mismo, pero con un toque propio que la hace única.
Aunque para mucho éste sea el principal defecto de la temporada, el ritmo narrativo lento pero siempre rico en tramas y matices constituye precisamente ese toque distintivo. Nos encontramos ante una serie que adopta y hace propios ciertos tics de las grandes series de culto actuales: The Leftovers y sus episodios centrados en un solo personaje que reconstruyen el contexto de la serie, Rectify (hasta siempre) y la importancia del hogar y la familia sanguínea o elegida en la construcción de la identidad o, por último, Halt and Catch Fire y las dinámicas de grupo como contraposición a las ya caducadas series guiadas por antihéroes solitarios e insoportables.
Con todo lo dicho no quiero dar a entender que Preacher es tan sólo lo arriba referido, también son vampiros con sombreros asiáticos ardiendo en el exterior de una iglesia en la que un "Dios" con barba postiza se ríe del pene perdido por uno de lo pueblerinos. Iglesia ésta que no es tan sólo un lugar de culto, sino un espacio de reunión y un eje que motiva e conecta las tramas de los habitantes del pueblo. No es sólo el lugar de un Dios silencioso sino también la promesa de la redención, el despertar del coma de una hija enferma o un refugio para los que llevan la marca de su pasado escrito en la frente.
La acción no trata de ser la más salvaje y gore para sorprender a un espectador ya insensibilizado ante la misma, sino que busca en la diversión, la imaginación y los juegos cinematográficos un nuevo campo donde explayarse. La esquizofrénica batalla entre los ángeles DeBlanc y Fiore y una serafín (un tipo de ser celestial jerárquicamente por encima de los ángeles), condensa e ilustra a la perfección esta cualidad de la serie dándonos una escena para el recuerdo.
Poco más queda por alabar (y nada se me ocurre por criticar) de esta arriesgada serie que actualmente podemos disfrutar en HBO España. Sin entrar en detalles sólo animar a aquellos que no estén acostumbrados a ver series con este ritmo que sigan adelante, le den una oportunidad más, y esperen para ver hasta qué punto de locura nos puede llevar un final de temporada.
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