Pensar e imaginar el futuro es una parte ineludible de la naturaleza humana. Llevamos hablando de lo que está por venir desde que salimos del vientre materno. Antes, teorizar sobre el futuro significaba embarcarse en un viaje en el que había cabida para todo lo imaginable, para muy bien o para muy mal. Siendo la constante en ambos casos el cambio radical. Se planteaban futuros utópicos o distópicos radicales, sin escala de grises. Pero, ¿y si llevamos a la sociedad actual al futuro? Aquí surgen series como Westworld o Humans, en las que se nos acerca a un futuro aparentemente cercano en el que la tecnología nos ha permitido avanzar y retroceder a la vez, porque parece que por muy lejos que lleguemos siempre tendemos a regresar al mismo sitio. Humans nos da aquí la clave, puesto que nos enseña una realidad aparentemente próxima a la nuestra, en la que no hay diferencia en aspectos cotidianos como la forma de vestir, hablar o los problemas diarios. Mantiene esos pequeños detalles que dan normalidad a la vida pero con una ligera variación: el ser humano ha creado una forma de vida a nuestra imagen y semejanza.
No usaremos la tecnología para acabar con las enfermedades o terminar con el hambre en el mundo. Tenemos que crear vida, una vida a la que consideraremos inferior para poder interpretar el papel de ente superior que debe ser servido como un dios. Al final nuestra naturaleza nos traiciona y volvemos despertar esa necesidad de poseerlo todo. De hacernos dueños del mundo, incluso de nosotros mismos y si no tenemos suficiente, inventaremos algo más. Damos a aquello que hemos creado nuestra apariencia, pero dejamos claro que no son como nosotros. ¿Os suena? Se trata de un todo vale bajo la justificación de que son máquinas. Nadie siente pena de un portátil o de un tostador. Es un objeto. Pero, ¿y si ese objeto piensa y logra desarrollar de alguna manera la capacidad de sentir? ¿Será correcto decir que es inferior por el hecho de no estar compuesto de la misma materia que nosotros? ¿Debe servirnos porque lo hemos creado? Aparentemente la respuesta es sí. Pero no existen afirmaciones categóricas en esta vida, y los sometidos también tienen que opinar, nos guste o no.
Mientras que en Humans integramos a los esclavos con la sociedad, haciéndolos formar parte de nuestras vidas y dándoles como única misión la de facilitarnos la existencia; Westworld encierra nuestra creación para el entretenimiento de aquellos que se lo pueden permitir. Nos recuerdan que todos los seres humanos no son iguales, que hay clases. Que sólo un grupo de privilegiados podrá contemplar las maravillas que el futuro y la tecnología nos han dado y hacer con todo ello lo que quieran. Se trata de un parque temático en el que todo vale. Un mundo de esclavos que es visitado por auténticos dioses que matan, violan y aniquilan por diversión a unos habitantes que viven para servirlos hasta la muerte. No tienen derecho a recordar, a pertenecer a algún lugar o tener su propia personalidad e identidad. Todo lo que son está dictado por alguien de arriba.
En ambas series la dinámica de la sociedad establecida vendrá a romperse por la misma mano creadora. Entre los seres humanos surgirá una persona que hallará la manera de liberar a nuestros esbirros, creando un mecanismo que les permitirá desarrollar aquello que nos hace humanos: la consciencia. Traicionados por su propia especie, el ser humano que quiere permanecer en el trono debe impedir el avance de ese virus que es la igualdad. Pero, ¿es realmente la igualdad a lo que tememos? O es a lo que puede venir tras ella. Al fin de cuentas, hemos creado una versión mejorada de nosotros mismos. Es comprensible llegar a pensar que permitir que nuestros esclavos se equiparen a nosotros puede ponernos en una situación de cambio de tornas, en el que el orden natural se restablece y el ser realmente superior en intelecto es el que gobierna.
Tal vez, otra lectura de ambas series sea una crítica hiperbolizada de lo que ya somos hoy en día: esclavos de la tecnología que nos endulza un camino que nos hace permanecer inmóviles e inalterables hacia todo aquello que se sale de lo que consideramos nuestro mundo. Un mundo que gira en torno al yo y a un brevísimo nosotros.
Tal vez, otra lectura de ambas series sea una crítica hiperbolizada de lo que ya somos hoy en día: esclavos de la tecnología que nos endulza un camino que nos hace permanecer inmóviles e inalterables hacia todo aquello que se sale de lo que consideramos nuestro mundo. Un mundo que gira en torno al yo y a un brevísimo nosotros.
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