En casi siete horas de duración hay tiempo suficiente para enamorarte, vivir experiencias (reales o audiovisuales) que cambien tu manera de entender el mundo y para encontrarle todos los defectos a algo. En este caso, las alrededor de siete horas que lleva Westworld a sus espaldas me han dado tiempo solamente para la última de las opciones. Como ser un hater nihilista no está del todo bien visto toca explicar el porqué de mi inquina con ánimo no de hacer a los lectores abandonar la serie, sino de darles herramientas para que tengan una visión más crítica sobre la misma.
Comencemos por el inicio. ¿De qué trata Westworld? Este nuevo Juego de Tronos, tal y como HBO nos la ha ido vendiendo, narra las aventuras y desventuras de un grupo de robots que habitan un parque de atracciones ambientado en el salvaje oeste americano pensado hasta en sus últimos detalles para el disfrute y la liberación de sus huéspedes. Como era de esperar, la excesiva inteligencia y el acercamiento a la psique humana de dichos robots les lleva a desarrollar algo similar a la autoconsciencia. ¿Y a qué lleva, tal y como nos ha enseñado la ciencia ficción, ese desarrollo en la percepción del yo? A la búsqueda de justicia y venganza contra los esclavistas humanos.
Más allá de los valores de producción propios de la cadena autora de Roma o Carnivàle, la premisa inicial es tan poco novedosa como interesante y recuerda a argumentos de infinitas series y pelis del género. Esto no es necesariamente algo malo si el desarrollo de sus tramas, el ritmo de la narración y los personajes que la llevan ayudan. ¿Es el caso? En mi opinión no.
Una de las protagonistas, Dolores, nos promete una transformación de estereotipo de damisela en apuros a mujer independiente y fuerte centrada en la búsqueda de su libertad personal. Sin embargo, su trama no hace más que condicionar su escasísima evolución a la interacción con otros personajes masculinos quienes continuamente la dejan con esa expresión de "no me estoy enterando de lo que pasa pero tengo una corazonada". Su relación amorosa con William empeora esta situación, y lo difuso de sus objetivos más allá del cliché de la libertad acaban por enterrar al personaje. De resto, más allá de estereotipos de bandidos, paranoicos de los mensaje ocultos con mucho tiempo libre, prostitutas o astutos pero sentimentales genios con agendas ocultas, el reparto no aporta casi nada de interés.
¡Pero la trama, qué trepidante y llena de emociones! Si tan sólo pudiéramos decir eso. En un contexto en el que la violencia no tiene consecuencias (los robots se reconstruyen y los humanos inicialmente están fuera de todo peligro) la acción carece de importancia. Si todo es reversible, no hay avances, sino estadios en un esquema previamente delimitado que a todos nos suena. Tal y como se mencionó antes, unos objetivos narrativos claros más allá de promesas difusas ayudarían a centrar la trama. La ausencia de esta clase de perspectiva coloca a la serie en una continua espera de que pase algo que por fin defina su camino, un hecho que rompa con el status quo y redireccione la trama hacia algún lugar concreto.
El hecho de que los diálogos y personajes sean un constructo de los ingenieros y guionistas escuda otro de los defectos de la serie: la explotación del cuerpo femenino herido, manipulado y asesinado. No niego que haya robots masculinos que sufran lo mismo (aunque se vean en mucha menor medida), sólo afirmo que aquellos momentos más difíciles de soportar en cuanto a violencia están dirigidos una y otra vez contra el cuerpo femenino. Es evidente que el principal público del parque son hombres heterosexuales (característica que comparten casi la totalidad de los directores de los capítulos de esta temporada) con una visión salvaje e impersonal del sexo, pero ¿por qué se presupone que el público real es también así?
La excusa de la artificiosidad de los cuerpos se anula al hacernos ver cómo despiertan progresivamente de su sueño cibernético, dejando esta excesiva violencia sin justificación alguna. Por el camino no faltan también muertes de personajes femeninos que no han encontrado suficiente desarrollo y cuya defunción ayuda al desarrollo de tramas de otros hombres. ¿Hasta cuándo perdurará esta tradición en el audiovisual?
Más allá de los personajes, las tramas o el tratamiento de los cuerpos, hay algo especialmente molesto: que en los títulos de crédito no se indique "Basado libremente en Dollhouse". Esta serie de culto del autor de Buffy Cazavampiros, Firefly o Los Vengadores, condensa todas las buenas ideas de Westworld (que también las tiene) y las mezcla con un ritmo y unos personajes mucho más atractivos. Una joya desconocida que todo amante de la ciencia ficción debería conocer.
A pesar de lo dicho, Westworld no es una mala serie, sólo un producto que arrastra todos los lastres de una cadena, HBO, dependiente de estrategias ya caducas para lograr un éxito asegurado. Violencia, sexo, amplios mundos que descubrimos a través de numerosos personajes, una mitología inicial pequeña que va haciéndose más y más grande... todos estos elementos han hecho de la cadena el icono que es a día de hoy, pero nada funciona eternamente. Por suerte, siempre nos quedará Netflix.
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