Un reparto de quince personas, once de las cuales libran. Un episodio botella que no es que viva de las rentas, es que trae a La Renta de vuelta vía efectos especiales. Una resurrección en toda regla para jugar a la nostalgia en el que probablemente sea uno de los episodios más experimentales y más especiales de toda la serie. Y no en el buen sentido de la palabra.
Sí, Anatomía de Grey va de médicos, de sus largas jornadas de trabajo y de las indecibles heroicidades que llevan a cabo en los quirófanos. ¿Pero era realmente necesario hacer pasar al espectador por 40 minutos del mismo agotamiento? Agradecemos hasta cierto punto que en la decimotercera temporada aún estén sacándose la manga fórmulas relativamente nuevas. Pero si inventas, inventa bien, no te pongas teatral vanguardista así sin avisar.
El Abuelo Cebolleta ponía a prueba nuestra paciencia con su exacerbado afán educativo. Si la semana pasada te dieron cincuenta guantadas sin manos porque estás anticuado, ¡no sigas con tus técnicas hippies de enseñanza! La tensión iba escalando en lo que nosotros nos decidíamos entre esperar a que Meredith le clavase un bisturí en el cuello o si tendríamos que pegarle una patada al televisor para acabar con ese martirio. Si la revuelta estudiantil no se lo lleva por delante, nada lo hará.
Ahora sí. Meredith. Era 23 de abril de 2015 cuando se paralizaba el universo debido al accidente de coche que nos arrebató los ojitos más tiernos de la televisión norteamericana con permiso de Matt Bomer. Han pasado ya camino de dos años y todavía seguimos escarbando en la ponzoña emocional de la tragedia más grande jamás contada. La Ilíada, los cojones.
Esas luces de la policía nos retrotraen a la siempre socorrida vena doliente de La Viuda. Podríamos llamarla la viuda de Seattle, del estado de Washington entero, de todo Estados Unidos y que le den mucho a Jackie Kennedy, pero no. Meredith Grey es La Viuda. Universal e imperturbable. Pero hoy la hemos visto perturbada.
Ellen Pompeo anima este enmascarado y claustrofóbico episodio con, las cosas como son, un grandioso derrumbamiento de madre coraje. No es irónico. Probablemente sea el único comentario no sarcástico que vayáis a leer aquí. La tía realmente puede arrancarse a llorar casi tan bien como Viola Davis moquea a placer. El problema está en que sólo se lo permiten por guión cada año y medio, suponemos que por no desgastar.
¿Sabéis qué no se cortan es desgastar?
No vas a descansar en paz en esta vida ni en la que viene, moreno.
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