Hoy vamos a hablar de Amelia. ¿Por qué? Porque no nos queda más remedio y porque tampoco tenemos mucho más de lo que rajar. Como ella. ¿Qué hacemos? ¿Hablar de la incesante expansión de los terrenos del hospital? ¿Del nuevo carrito de la limonada? ¿De la espalda sudada de Alex Karev a primera hora de la mañana? ¡¿Qué es esto?! ¡¿Seattle o un chiringuito de Punta Cana?!
Nos centramos en Shepherd Chica y el bombo que le ha dado al bombo, o falta del mismo. El número de personas a las que Amelia hace partícipe de su desincronización menstrual es proporcional a las veces que el muy sufrido equipo de producción falla a la hora de disimular el barrigón real de Caterina Scorsone. Adjuntamos foto del más fino ejemplo. Ya es Navidad y Papá Noel ha llegado a repartir regalos:
No todo es cebar una bomba sin pies ni cabeza —y aquí recordamos que la semana pasada Amelia y Owen todavía estaban “conociéndose”—, Shonda aprovecha las sinergias de sus cuarenta series para aliñar el episodio con el drama de Private Practice y la historia de Amelia antes de mudarse a Casa Grey. Niños nonatos a la Kepner, difuntas parejas… La Hermana De pronto se desinfla de su nube de color de rosa y se refugia en la tragedia habitual. ¿Por qué no traemos a Addison de vuelta para que le haga una segunda prueba de palito y damos vueltas a la ponzoña bien acompañados por lo menos?
La dueña del cortijo también vive de las rentas en su más lucido momento del episodio: ¿cómo le dijiste a tu marido que estabas embarazada? “Pues usé a la niña como pancarta una vez y la otra no me lo pensé mucho porque ya estaba muerto. ¿Lo sabías? ¡Derek está muerto! ¡Muerto!” Nunca habían hablado de este tema, ¿verdad? Por lo demás, ahora es chantajista de trasplantes de órganos y tiene calor.
Arizona bien esta semana también, gracias por preocuparos.
El Departamento de Tensiones Sexuales No Resueltas, al lado de neonatos donde incuban las más que dilatadas tramas románticas, no sólo procrastinan Meredith y el suplente del ilustre difunto, también está la pareja a la que a partir de ahora nos referiremos como Los Bonitos. Y se dedican a comer galletas. Jo y DeLuca son claramente dos amantes llamados a tener un romance férreo y marcado por la trascendencia de sus historias personales: a uno se lo quieren empotrar hasta las octogenarias que padecen del hígado y a la otra no la quiere educar ni el tato. Los Bonitos.
Por último, vamos a hacernos eco del melón que ha abierto el últimamente siempre acertado Richard Webber. Una semana más no sabemos por qué, de repente, este señor se ha convertido en un cuñado cebolleta. No sólo quiere usar la edad como un factor discriminante a su favor en un caso médico, sino que lo hace a las puertas de una jubilación —que no va a llegar lo suficientemente pronto— que se niega a admitir. Richard Webber, coherente y treintañero.
Nos despedimos dedicándole la crítica a todo ese sector de la audiencia que haya mojado cojín durante ese espectáculo de maduritos interesantes usando bebés como complemento y teniendo crisis de sex appeal cuando hay que cambiar un pañal.
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