¿Hay algún seguidor de The Legend of Zelda? Pues aparentemente Evan Peters, quien interpreta a Dampé recorriendo los túneles subterráneos que se encuentran bajo el cementerio, no el de Kakoriko en esta ocasión. Peters, que ya en Asylum demostró su afinidad por los túneles, vuelve a encarnar al excéntrico propietario y creador de la casa del terror. Si Hotel era un lugar de recreo para el asesinato, en Roanoke construye su tumba; que tras su muerte se convertirá en una fosa común para todo aquel que posea esas tierras. Evans vuelve con un personaje cuya aparición marca el inicio histórico de la pesadilla que vive la familia Miller, regresando en la que parece ser la última noche del matrimonio para acabar con la locura de la maldición de La Luna de la Hierba Moribunda.
No es Evan el único que regresa. Frances Conroy vuelve con un personaje que bien podría protagonizar alguna de las películas de Saw. Estas dos nuevas incorporaciones parecen representar el bien y el mal: Evans trata de salvar a nuestros protagonistas de una muerte angustiosa, mientras que Frances trata de devolverles al infierno del que han escapado. Son estos dos personajes los que tienen en su poder el futuro de Matt, Shelby y Flora. Juegan a voluntad con sus vidas durante todo el episodio hasta que Lee reaparece interrumpiendo la ejecución de su hija y poniendo fin a la pesadilla. Un final que nos deja con sensación de ¿y ahora qué? Si se piden propuestas, yo apostaría por una Pesadilla en Elm Street con la Carnicera como villana.
Este quinto episodio vuelve a estar cargado de pequeños guiños a otras películas. En esta ocasión destaco tres: La Caza; un film de Carlos Saura en el que tres cazadores se matán entre sí; El resplandor; recreando la famosa escena protagonizada por Jack Nicholson cuando Wes Bentley asoma la cabeza por la puerta blanca que acaba de romper haciendo un paralelismo con la obra de Kubrick; y La Maldición de Takashi Shimizu; con el fantasma de una adolescente coreana que trata de llevarse a Flora y que trepa por las paredes. Este último ejemplo ha hecho que me muera de miedo, recordándome al niño del sótano de Murder House, que tampoco me dejaba dormir.
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