La segunda temporada de UnREAL concluía la semana pasada cerrando con rapidez una segunda entrega que se nos ha hecho más corta de lo normal.
La razón, con total seguridad, sea porque el ritmo de la serie de Marti Noxon y Sarah Gertrude Saphiro no da momento a la calma. Una de las mayores virtudes de UnREAL es la matemática concepción que tiene del funcionamiento de un episodio de televisión. A pesar de estar alejada de los géneros que han definido la construcción estándar del episodio dramático —por ejemplo, el procedimental policíaco—, UnREAL juega a su gusto con los giros, los ganchos, y el suspense, a pesar de que en muchas ocasiones lo que haya detrás de todas estas construcciones no haya sido lo suficientemente sólido.
UnREAL, como el Everlasting que retrata, se ha tomado muy en serio el dar un paso allá esta temporada. Al igual que en el ficticio reality show, que en su intento repleto de doble moral incluye a su primer pretendiente negro (interpretado por B. J. Britt), UnREAL ha tratado de caldear aún más el ambiente en su segunda entrega. Lo ha conseguido, pero lamentablemente al mismo tiempo ha caído en las más obvias trampas del culebrón, Mientras que en la primera temporada UnREAL simplemente tonteó con elegancia —y alarde de inteligencia— con el género bobo, en la segunda, no sabemos si a propósito o porque no les quedaba otro remedio, apenas ha salido de ahí.
De alguna forma, por ejemplo, la revelación de que una de las concursantes era un topo, los viajes psiquiátricos sin repercusión alguna, o la repetición de patrones (Rachel: "empiezo bien, me caliento, la lío, lo sufro, regreso, lo hago genial y aquí no ha pasado nada") llegan a empañar el concepto que teníamos de ella. En algún momento, UnREAL se ha convertido en un juego por descubrir quién es el más malo de todos.
A pesar de todo, hay que entender que por mucho amor y palmadas en la espalda que reciba, UnREAL no deja de ser lo que es: un drama de Lifetime —canal que no se ha visto en otra semejante en años—, que se emite en verano, y que, queramos o no, es un culebrón dentro de un culebrón. Su descorazonador y brutal retrato de los entresijos de la televisión son una parte contextual de sí misma, pero no una definición de lo que realmente es.
Y es en este entorno donde Rachel y Quinn han salido a jugar sus cartas. Showrunner y productora firman al comienzo de la temporada un pacto de amistad cargado de egocentrismo: money, dick, power. Con ese grito de liberación ha comenzado una temporada en la que ninguna de las dos ha cumplido precisamente las expectativas y que, a pesar de haberse ido de rositas, también lo han hecho apestando a destrucción.
No ha sido, en absoluto, una temporada donde las dos protagonistas (Shiri Appleby y Constance Zimmer) hayan deslumbrado, al menos no como el año pasado. De hecho, el plantel de secundarios ha demostrado que puede llevar el peso que las tramas muertas que las dos jefazas han dejado sobre sus espaldas. Al mismo tiempo que Rachel vive un destructivo romance con el fatídico Coleman (Michael Rady) o que Quinn se juega la última carta con un romance con fecha de caducidad —ahí tenemos a Ioan Gruffudd fuera de su elemento— los productores menores, Jay y Madison, han deslumbrado con bastante facilidad, y muchas de las pretendientas han salido muy bien paradas con este reparto equitativo de poderes.
Everlasting, una vez más, se ha erigido como la sede del mismísimo infierno en la tierra, en la que sus reinas, Rachel y Quinn, han dejado espacio a nuevos esbirros. Madison —qué juego ha dado la niña—, las concursantes, Chet, e incluso por dejadez el propio pretendiente, han permitido que el juego se complicara y que perdiera los estribos. No ha habido muerte esta temporada, pero más de un alma ha quedado corrompida tras el concurso.
UnREAL ha continuado de forma muy digna con la historia que planteó en su primera temporada. Ha querido apuntar más alto y, lamentablemente, no lo ha conseguido. Aun así, su premisa se mantiene intacta, su retrato de la industria ha ganado cadáveres, y sus protagonistas se han posicionado, aún más, como las personas horribles y manipuladoras que son. Todo ello con un ritmo maravilloso que le sienta estupendamente. No sabemos qué plantearán en la tercera entrega, pero tienen material suficiente como para saltarse el reality e ir directamente a la carnaza. No pedimos más.
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