Es cierto que la inabarcable cantidad de estrenos veraniegos del 2016 ha hecho menos dolorosa la espera del otoño y la vuelta de nuestras series de siempre, pero bendito sea Freeform (antaño conocido como ABC Family) y sus programaciones de verano por ayudarnos a sobrellevar estos extraños meses estivales de experimentación seriéfila. Para los que, como yo, sois de hábitos y tanta novedad os abruma, siempre podéis recurrir a viejas conocidas como The Fosters, que lleva ya casi la mitad de su cuarta temporada emitida.
Nueve episodios, que se dice pronto, pero que bien podrían haberse resumido en tres a lo sumo. Y es que esta temporada los Adams-Fosters parecen vivir en un eterno día de la marmota que nunca termina; no en vano, los dos primeros episodios fueron una genuina declaración de intenciones: la temporada arrancaba como terminó la tercera, con un Nick cabreado al descubrir que Matt y Mariana seguían enamorados, y que andaba por ahí suelto con una pistola. Una intriga que les da para la friolera de 80 minutos. Pero lejos de tratarse de una intriga hitchcockiana en la que, aunque conozcas el qué, un habilidoso uso del suspense te mantiene al borde de la silla ansiando ver el cómo, la trama pronto se convierte en un muy fallido thriller cuyo fin no parece llegar nunca.
The Fosters, siendo la pseudopedagógica serie que es, aprovecha la oportunidad para mostrar una cruda y despiadada mirada al funcionamiento de un encierro en un instituto cuando se descubre la presencia de armas de fuego, lo cual, por cierto, sí funciona. El problema es qué hacer con los restantes 40 minutos del segundo episodio y su deliberada lentitud.
Tal ha sido el ritmo que ha terminado por convertirse en el pulso de esta primera mitad de la cuarta temporada: un suspense algo dudoso. Hay dos o tres intrigas en juego cuyo resultado vemos venir de lejos (como la de la casa que no van a perder o la infinita capacidad de Brandon para cagarla cuando juega a ser el caballero andante) y otras dos más interesantes y menos previsibles, pero cuya lentitud y repetición podría llegar a provocarnos el hastío.
Parece que esta temporada se hubieran propuesto demostrarnos que los Adams-Fosters son muy de tropezar una y mil veces con la misma piedra. Y es que las pastillas de Jesús siguen dando juego, y sigue siendo Mariana la perpetradora del desastre. En este caso, con un estrés postraumático a causa de Nick del que nadie parece percatarse, y que ya empieza a írsele de las manos mientras hace malabares por sacar adelante sus deberes en el grupo de STEM.
Algo más interesante es la trama que, parece, va a articular la cuarta temporada por completo y pinta nubes de tormenta sobre el cielo de los Adams-Foster. Callie, cómo no, le saca brillo a su imán para el peligro y arrastra a Stef con ella. Kyle, un antiguo hermano de acogida de Jude y Callie, fue injustamente condenado por asesinato, lo cual da a Callie la excusa perfecta para hacer lo que más le gusta: ayudar a cualquiera que no sea ella misma; esta vez, jugando a los detectives.
Un poco más frescas resultan las últimas andanzas de Jude, quien por fin parece sentirse lo bastante seguro y cómodo en el hogar de los Adams-Foster como para empezar a ser un adolescente y cometer sus propios errores. Y, aunque echamos muchísimo de menos a Connor, resulta muy genuino comprobar que la serie sigue comprometida a destapar tabúes, como demuestran la introducción de Noah y sus problemas de ansiedad que trata con marihuana terapéutica. El único problema es que Jude se nos vuelva un adolescente contestón e irresponsable, aunque también tiene derecho a serlo.
No obstante, en una serie que, francamente, se caracteriza por dar representación a todo tema actual sobre el que puede echar las manos, resulta un tanto reprochable el retrato de la bisexualidad que a menudo ofrecen con los comentarios sobre la sexualidad de Jude. El benjamín del clan siempre ha sido uno de los personajes favoritos, tanto por su tierna relación con Connor como por su precoz sensatez y madurez. Es por ello que no se entiende que cada vez que Jude da muestra de no concebir su sexualidad como algo fijado e inamovible se le reproche, acusándolo de “no querer etiquetarse” en su momento o de “estar confundido” por darle un beso a una chica.
Reprochable sería, también, que terminaran abarcando más de lo que puedan apretar. Por muy tierno que resulte Gabe, el padre de los gemelos, y se nos presente como un personaje cuyas experiencias vitales valdría la pena explorar, la falta de tiempo puede a jugar en su contra. Ya ocurrió con Ana, de la que supimos que tenía depresión postparto y no se ha vuelto a hablar del tema. O con Sofía, la hermana de Callie, y sus tendencias suicidas (o su desaparición repentina de la serie, junto con el padre). No basta con querer dar cabida y representación a temas de actualidad y/o potencialmente interesantes: hay que explorarlos por completo. ¿O es que no hemos aprendido nada de Glee?
Independientemente de que las nuevas intrigas acaben funcionando o no, un aspecto positivo de The Fosters es que continúa arriesgando. Pese a las tramas que se repiten, el tono ha cambiado bastante. Notamos esta temporada una línea más adulta, como si la serie creciera con sus personajes y quisiera tomárselos algo más en serio. Además, mientras Teri Polo y Sherri Saum continúen también dándolo todo, habrá que seguir viéndola.
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