Una de las estrategias de Netflix en los últimos tiempos consiste en atacar directamente a la nostalgia del suscriptor. Han sido muchos los títulos que han llegado en forma de remakes o continuaciones como Fuller House o Wet Hot American Summer, ambas series bastante deficientes aunque fueran rentables, que al final es lo que importa. Con Stranger Things, sin embargo, la plataforma sí parece haber dado con la tecla, pues su historia, sus personajes y su estética nos teletransportan a las películas de nuestra infancia de una forma muy parecida a como hace unos años ya consiguiera Super 8.
La película de J. J. Abrams sirve claramente como inspiración conceptual aunque la historia y el género no sean el mismo. No obstante tienen demasiados puntos en común como para que no la citemos a la hora de buscar referencias. Sin embargo, donde quiere bucear Stranger Things es en el cine del Spielberg más comercial y ochentero de E.T o Encuentros en la tercera fase y otros títulos vinculados con el director y productor. Tampoco podemos obviar la influencia de Stephen King a la hora de plantear la historia de terror. El manejo de los tiempos del suspense recuerdan a las obras de la época del prolífico escritor.
Sin embargo, más allá del factor nostálgico, del juego de las referencias y del suspense, Stranger Things no aporta nada nuevo al género, entre otras cosas porque no es su objetivo. Éste es conseguir un alto grado de mimetismo de la estética del cine de la época. El esfuerzo de los hermanos Duffer obtiene recompensa, pero no consigue conectar con el nuevo tipo de público exigente que demanda una vuelta de tuerca en cada nuevo producto. Aun así, podemos hallar puntos comunes para que diferentes tipos de espectador disfruten con la serie.
Para conseguir parecer una película de los ochenta el casting resulta vital, y roza el sobresaliente, sobre todo con el reparto infantil y juvenil. Los niños, que están bien peinados y vestidos, tienen unos rasgos físicos muy característicos de aquellas películas, como los que interpretan a Dustin o Mike Wheeler. Además, su papel es bastante correcto a pesar del riesgo que suponen los niños en un rodaje. Con respecto a los adultos, los productores han apostado por dos actores muy populares de aquella década pero que hoy siguen de capa caída, como Winona Ryder y Matthew Modine que, dentro de sus limitaciones, aportan el mínimo exigible de caras conocidas.
Stranger Things es una de las series más importantes que nos va a dejar este verano. Netflix ha conseguido despertar la añoranza —esta vez sí— con un producto original, volviendo a demostrar que sabe lo que tiene que hacer, que saben cuáles son los gustos de sus espectadores y también de potenciales suscriptores. Aunque el público de perfil alto siga sacando defectos a la serie, que los tiene y muy evidentes, parece de consenso que estamos ante material de primera.
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