Hace ya 16 años del estreno de Casi famosos, la película que hizo creer al mundo que Cameron Crowe podía ser un cineasta con voz propia y Kate Hudson una actriz con talento. Y con razón: ese homenaje al rock setentero y al mundo de las groupies rezumaba autenticidad. Pero, pese a aquel Oscar al mejor guion, el tiempo ha ido demostrando que la cinta fue poco más que un one hit wonder, y Crowe se dedica ahora a rodar películas que, o bien pasan completamente desapercibidas (Un lugar para soñar), o bien son directamente vapuleadas por la crítica (Aloha).
El director, también responsable de Jerry Maguire, es el último nombre en esa interminable lista de rostros de la gran pantalla que se han pasado a la pequeña, un fenómeno que ya apenas sorprende. Si tenemos en cuenta cuáles son sus últimos trabajos, nos sorprende menos todavía. Pero con Roadies, la nueva serie de Showtime creada por Crowe, cabe tener un mínimo de esperanza, pues supone la vuelta del director a la temática que lo encumbró: el amor por la música.
Los roadies a los que hace referencia el título de este drama son el equipo técnico que acompaña a cualquier grupo que está de gira y se dedica a montar los escenarios donde actuarán. Sin el más mínimo reconocimiento, son los responsables de que cada concierto salga bien y aman tanto la música que están dispuestos a llevar una vida completamente nómada en lo que duran los tours. Lejos de sus seres queridos, forman una pequeña familia en la que todos se conocen muy bien entre sí.
Luke Wilson (Enlightened) y Carla Gugino (Wayward Pines) son, a ojos del espectador, los dos pilares de este núcleo familiar. No son pareja pero las conversaciones entre ellos, tan inspiradas en las screwball comedies como las de Will y Mac en The Newsroom, viene a decirnos que no son simples compañeros de trabajo. Pero sus interacciones no acaban de funcionar todo lo bien que deberían, e Imogen Poots, que da vida a Kelly Ann −una chica desencantada con la música que ha decidido dejar el equipo para irse a estudiar cine a Nueva York− les eclipsa como estrella absoluta de un piloto algo disperso.
Poots brilla porque consigue aportar naturalidad a un personaje bastante arquetípico, algo que no todos sus compañeros de reparto logran. De hecho, la amplia mayoría de personajes de Roadies son, por ahora, tan artificiales como las relaciones que entablan. Crowe conoce el mundo del que habla, y moverse de su mano por el backstage de los conciertos es divertido, pero ha optado por no revelar demasiado de los personajes (cuando en cincuenta y ocho minutazos de piloto daría tiempo de sobra a dibujarlos un poco mejor). La dinámica familiar y el buen rollo entre los protagonistas están ahí, pero el episodio lo transmite solo a medias.
Lo más sorprendente de Roadies es, sin embargo, su tono: se perfila como una serie ligera y amable, toda una rara avis en Showtime (lo más parecido que emiten ahora mismo es Shameless). Hay un par de momentos que nos recuerdan en qué cadena estamos –como esa groupie haciéndole una felación a un micrófono de Bruce Springsteen−, pero Roadies no se empeña en ser turbia porque sí. Solo por eso, ya nos ofrece algo más estimulante que la fallida Vinyl.
Esto también se nota en la ausencia de conflictos en el piloto. La llegada de un nuevo supervisor, que tratará de recortar el presupuesto del equipo, sirve como punto de partida para la historia. Pero ni éste es un monstruo con presentación de villano ni la serie cae en el maniqueísmo “arte versus beneficios”.
Parece que la evolución de los personajes será el motor de la serie y, por eso, aunque el piloto no esté del todo engrasado y no conozcamos bien todavía a estos roadies, Cameron Crowe se ha ganado el beneficio de la duda. Además, si dentro de unos episodios nos hemos cansado de ella, al menos nos habremos apuntado unas cuantas canciones de la banda sonora por el camino.
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