El pasado jueves Amazon sacaba su nueva hornada de pilotos en streaming y nos dejaba una propuesta bastante ambiciosa: The Last Tycoon, adaptación de la novela homónima de F. Scott Fitzgerald (autor de otros clásicos como El gran Gatsby) con un reparto encabezado por Matt Bomer, Kelsey Grammer y Lily Collins.
La novela sin terminar de Fitzgerald ya había sido llevada a la pantalla en otras ocasiones, siendo la más destacable, sin duda alguna, la protagonizada por Robert De Niro en 1976 y que en España se tradujo como El gran magnate.
Pero para que os hagáis una idea de la ambición que presentaba esta potencial serie, os comento que en un principio fue desarrollada para la HBO, escrita y dirigida por Billy Ray, autor de otros guiones como Capitán Phillips o Los juegos del hambre. Al final, HBO no dio luz verde (francamente, no le habría pegado nada), por lo que terminó en manos de Amazon. Y ahora sólo cabe esperar que Amazon no haga lo mismo. Porque, pese a sus fallos, el piloto ha sido todo un disfrute.
The Last Tycoon nos transporta al Hollywood de los años 30, un Hollywood que aún tenía engañado a medio mundo haciéndole creer que la vida en América era tal y como la edulcoraban en las películas.
Pero pronto nos muestra la otra cara de la moneda, pues colindando con el estudio de cine en el que se mueven nuestros protagonistas, a tan sólo unos metros de distancia y una valla de por medio, se hallan los verdaderos californianos: inmigrantes, gente sin trabajo, sin casa y sin comida.
Matt Bomer representa el papel de Monroe Stahr, paradigma del americano hecho a sí mismo que, en apariencia, está viviendo el sueño: es el jefe de producción de ese estudio cinematográfico y sabe llevar un traje como nadie. Sin embargo, sobre él se cierne el fantasma de su mujer, Mina Davis, una famosa actriz que murió trágicamente en un incendio en su mansión hace dos años. Aunque desde el primer momento notamos la devoción de Monroe hacia Mina en los pequeños detalles, pronto se descubre su verdadero sueño-obsesión: hacer la película perfecta, y, sobre todo, que las películas importen.
En ese sentido, el amor de Monroe hacia su difunta esposa se desdibuja, pues parece tener más que ver con ese ideal que busca en las películas. Y, cuando se desmorona viendo las antiguas películas de Mina, no sabemos muy bien qué le duele más: si el talento, la pureza y perfección que Mina aportaba a sus películas, o la pérdida de su esposa.
La novela sin terminar de Fitzgerald ya había sido llevada a la pantalla en otras ocasiones, siendo la más destacable, sin duda alguna, la protagonizada por Robert De Niro en 1976 y que en España se tradujo como El gran magnate.
Pero para que os hagáis una idea de la ambición que presentaba esta potencial serie, os comento que en un principio fue desarrollada para la HBO, escrita y dirigida por Billy Ray, autor de otros guiones como Capitán Phillips o Los juegos del hambre. Al final, HBO no dio luz verde (francamente, no le habría pegado nada), por lo que terminó en manos de Amazon. Y ahora sólo cabe esperar que Amazon no haga lo mismo. Porque, pese a sus fallos, el piloto ha sido todo un disfrute.
The Last Tycoon nos transporta al Hollywood de los años 30, un Hollywood que aún tenía engañado a medio mundo haciéndole creer que la vida en América era tal y como la edulcoraban en las películas.
Pero pronto nos muestra la otra cara de la moneda, pues colindando con el estudio de cine en el que se mueven nuestros protagonistas, a tan sólo unos metros de distancia y una valla de por medio, se hallan los verdaderos californianos: inmigrantes, gente sin trabajo, sin casa y sin comida.
Matt Bomer representa el papel de Monroe Stahr, paradigma del americano hecho a sí mismo que, en apariencia, está viviendo el sueño: es el jefe de producción de ese estudio cinematográfico y sabe llevar un traje como nadie. Sin embargo, sobre él se cierne el fantasma de su mujer, Mina Davis, una famosa actriz que murió trágicamente en un incendio en su mansión hace dos años. Aunque desde el primer momento notamos la devoción de Monroe hacia Mina en los pequeños detalles, pronto se descubre su verdadero sueño-obsesión: hacer la película perfecta, y, sobre todo, que las películas importen.
En ese sentido, el amor de Monroe hacia su difunta esposa se desdibuja, pues parece tener más que ver con ese ideal que busca en las películas. Y, cuando se desmorona viendo las antiguas películas de Mina, no sabemos muy bien qué le duele más: si el talento, la pureza y perfección que Mina aportaba a sus películas, o la pérdida de su esposa.
de Monroe antes siquiera de que podamos verlos...
El piloto sienta una serie de ambigüedades que prometen ir desarrollándose con los siguientes episodios (en caso de haberlos): un suicidio en el que Monroe parece ser cómplice involuntario y que invita a pensar que este personaje levanta siempre cierto caos a su alrededor; la sombra de los nazis que planea sobre el mercado de cine hollywoodiense y que debe ser burlada, o el auge y caída del sueño americano, que encuentra su partida y contrapartida en Monroe, con su misteriosa y cursi enfermedad, y Max Miner, un chico de la calle cuyos ojos se posan con hambre y recelo en los estudios de cine y nos cuentan con más sinceridad que cualquier otro elemento del piloto lo que hay en ellos: una máquina de hacer dinero, y una salida de la miseria.
Pero la enfermedad de Monroe no es el único elemento que destila azúcar en la historia. Lily Collins da vida a Cecelia Brady, la hija del jefe del estudio, y aunque verla ante la cámara (toda exquisita en sus maneras y trajes) resulta hipnótico, sus intervenciones son algo repetitivas y no terminan de construir carácter. El afán de Cecelia parece nacer y morir en Monroe: ella quiere hacer películas, pero sobre todo, hacerlas con él, a quien sueña con “arreglar” y curar de su enfermedad y melancolía.
En definitiva, hay muchos elementos que podrían hacer de The Last Tycoon una apuesta entretenida y disfrutable para este verano: si os gusta dejaros deslumbrar de vez en cuando por los antiguos brillos art deco de Hollywood, os adelanto que la producción del piloto es exquisita. Si disfrutáis cada vez que Matt Bomer aparece en vuestra pantalla, ¡a qué estáis esperando! Aquí, encima, sale trajeado. Y, sobre todo, si apreciáis una buena dosis de culebrón en vuestras series, entonces no busquéis más, porque ese cliffhanger final que apunta a un posible adulterio entre amigos es toda una declaración de intenciones.
Pero mucho me temo que precisamente sea todo eso lo que pueda jugar en su contra. Seamos claros: las razones para ver la serie bien podrían ser las razones para no hacerlo. Y si finalmente Amazon decidiera darle el visto bueno y encargar temporada completa, resulta algo dudoso que la calidad de The Last Tycoon pudiera remontar y ofrecernos más de lo que hemos visto en el piloto. Pero, ¿que fuésemos a disfrutarla igualmente? De eso no cabe la menor duda. Bien podría tratarse del guilty pleasure del verano.
Pero si buscáis una razón más seria, tal vez también la haya: resulta algo contagiosa, a ratos, la preocupación de Monroe por las películas. El protagonista vive un momento en el que es difícil defender que el cine sirva para algo más que entretener, lo cual choca con toda la potencialidad que él ve sobre el medio. Si sois defensores del cine y las series, quizá os encontréis apoyando su causa sin daros cuenta.
Pero la enfermedad de Monroe no es el único elemento que destila azúcar en la historia. Lily Collins da vida a Cecelia Brady, la hija del jefe del estudio, y aunque verla ante la cámara (toda exquisita en sus maneras y trajes) resulta hipnótico, sus intervenciones son algo repetitivas y no terminan de construir carácter. El afán de Cecelia parece nacer y morir en Monroe: ella quiere hacer películas, pero sobre todo, hacerlas con él, a quien sueña con “arreglar” y curar de su enfermedad y melancolía.
En definitiva, hay muchos elementos que podrían hacer de The Last Tycoon una apuesta entretenida y disfrutable para este verano: si os gusta dejaros deslumbrar de vez en cuando por los antiguos brillos art deco de Hollywood, os adelanto que la producción del piloto es exquisita. Si disfrutáis cada vez que Matt Bomer aparece en vuestra pantalla, ¡a qué estáis esperando! Aquí, encima, sale trajeado. Y, sobre todo, si apreciáis una buena dosis de culebrón en vuestras series, entonces no busquéis más, porque ese cliffhanger final que apunta a un posible adulterio entre amigos es toda una declaración de intenciones.
Pero mucho me temo que precisamente sea todo eso lo que pueda jugar en su contra. Seamos claros: las razones para ver la serie bien podrían ser las razones para no hacerlo. Y si finalmente Amazon decidiera darle el visto bueno y encargar temporada completa, resulta algo dudoso que la calidad de The Last Tycoon pudiera remontar y ofrecernos más de lo que hemos visto en el piloto. Pero, ¿que fuésemos a disfrutarla igualmente? De eso no cabe la menor duda. Bien podría tratarse del guilty pleasure del verano.
Pero si buscáis una razón más seria, tal vez también la haya: resulta algo contagiosa, a ratos, la preocupación de Monroe por las películas. El protagonista vive un momento en el que es difícil defender que el cine sirva para algo más que entretener, lo cual choca con toda la potencialidad que él ve sobre el medio. Si sois defensores del cine y las series, quizá os encontréis apoyando su causa sin daros cuenta.
COMENTARIOS