El Ministerio del Tiempo ha acabado su segunda temporada demostrando ser un producto capaz de jugar con los géneros audiovisuales para ofrecer un acabado casi perfecto. Sin embargo también se encuentra en la lucha por la renovación cuando series con muchísimo menos nivel (en lo técnico o artístico) han continuado sin problemas durante años: los caminos de la ficción española son inescrutables.
El
capítulo que ha cerrado esta nueva tanda de episodios nos ha ofrecido un
personaje como el de Felipe II (interpretado de forma magistral por Carlos
Hipólito), para explorar su lado más oscuro pero también su humanidad, huyendo
de los retratos maniqueos que tanto hemos visto en las versiones anglosajonas.
La patrulla ha tenido que luchar de nuevo contra los cambios temporales, aunque
esta vez Amelia se quedó sola ante los métodos expeditivos del Santo Oficio. Mientras,
Julián y Alonso tenían que decidir si era mejor vivir con sus seres queridos aunque
no fuesen realmente ellos.
La
ucronía funcionaba dentro de la crítica al totalitarismo y control absoluto pero
hubo ciertos detalles que chirriaron: por muchas puertas del tiempo que
utilizase, Felipe II no habría sido capaz de controlar en persona cuatrocientos
años de la historia de España sin acabar medio loco, sobre todo teniendo que
dar discursos semanales.
Pero son detalles mínimos dentro de una historia en la que se volvió a ver que el Ministerio tiene los mejores personajes femeninos del momento —con Irene rogando una realidad distinta para ser libre—. Como resumen destacaría una de las mejores frases de la temporada, con ese rey superado por las circunstancias que retrata nuestra historia con un “eso será responsabilidad de otros reyes y de aquellos que les permitan cometer esos errores”.
Pero son detalles mínimos dentro de una historia en la que se volvió a ver que el Ministerio tiene los mejores personajes femeninos del momento —con Irene rogando una realidad distinta para ser libre—. Como resumen destacaría una de las mejores frases de la temporada, con ese rey superado por las circunstancias que retrata nuestra historia con un “eso será responsabilidad de otros reyes y de aquellos que les permitan cometer esos errores”.
Una temporada con luces y sombras
Al
principio hemos dicho que El Ministerio del Tiempo ha mantenido un
acabado casi perfecto: siguió ofreciendo buenos efectos especiales o una
factura técnica impecable pero el balance final ha sido más irregular que en la
temporada anterior. Algunas tramas (como la del hijo youtuber de Ernesto)
parecieron un poco forzadas, siendo el padre de Torquemada un personaje al que
le sienta bien el misterio sin necesidad de añadirle problemas
paterno-filiales. Y luego otras historias como la de Lola Mendieta han quedado
en segundo plano cuando podrían haberse explotado un poco mejor.
También
ha sido una temporada en la que nos han seguido sorprendiendo. Y el personaje
de Pacino fue ese aire fresco que no sabíamos que necesitábamos, con un Hugo Silva que supo bordar un personaje de policía inteligente y comediante nato. Para el
recuerdo queda ya el episodio sobre Argamasilla y el momento de baile Grease
para jugar a leer mentes. Pero la mayor sorpresa fue descubrir que con
Julián de nuevo en el equipo faltaba algo (sobre todo porque el ex samur sigue atascado
en su perpetua nube de drama que le impide evolucionar).
Los
secundarios habituales como Velázquez han seguido robando planos (y se
agradece) mientras algunos invitados (como la criada de Amelia y la niña del
capítulo de la Vampira del Raval) nos han traído grandes actuaciones
inesperadas.
Mucho
se ha escrito ya sobre el universo transmedia de la serie y el buen uso de las
redes sociales o las iniciativas paralelas de archivos y museos para acercar la
historia real detrás de cada guión. Pero a riesgo de sonar repetitivos, este
último punto me ha parecido el más innovador y el que mejor responde a ese
ideal de televisión pública que tan pocas veces podemos disfrutar.
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