La Embajada, la esperada nueva serie de A3TV, se estrenó el pasado lunes por todo lo alto, con unas cifras de audiencia muy buenas para la cadena: más de cuatro millones de personas vieron su primer episodio. No obstante, pese a lo interesante de su premisa argumental, el resultado de su capítulo inicial dejó mucho que desear y falló en gran parte debido a su tono novelesco y a la presencia de múltiples caras bonitas pero con escasas dotes artísticas e interpretativas.
Parece que la cadena ha querido buscar un balance entre actores poliédricos y de peso como Raúl Arévalo, Tristán Ulloa, Carlos Bardem o Belén Rueda con una plétora de jóvenes intérpretes de recursos más bien limitados y menos veracidad. Todo pinta a que en la elección de estos últimos ha primado el objetivo de alcanzar audiencia sobre el de reforzar el nivel artístico del cast de esta serie.
La Embajada empieza con el arresto del embajador español en Tailandia (Abel Folk), acusado de corrupción y la sorpresa de su mujer periodista (Belén Rueda), que luego tendrá que declarar en sede judicial en Madrid, en defensa del honor de su marido. A partir de entonces, el relato de su personaje será el que inicie la narración de esta historia de traición, inmoralidad, juegos de poder y falsedades, enmarcado en un Bangkok a caballo entre el lumpen y los resorts de lujo.
Pese a la detención inicial, que el espectador asume como una de las canalladas más a las que nos tienen acostumbrados nuestros políticos y representantes públicos, pronto descubriremos que el embajador, al acceder a su puesto, era mucho más honesto que la mayoría de sus colegas, y que pretendía despojar de su mala fama al gremio. No obstante, su integridad pronto empieza a costarle más de un disgusto. El primero, un enganche con su mujer por unas fotos comprometedoras que luego resultan ser falsas pero que a esta la llevan a cometer la imprudencia de acostarse con un jovencito, un chico muy atractivo que luego resulta ser el novio de su hija. ¡Toma ya! Empieza la telenovela...
Pronto queda claro que el embajador está en una posición de lo más vulnerable, diana de los envenenados dardos tanto de constructores sin escrúpulos, colegas perniciosos y súbditos acostumbrados a moverse en tierras fangosas. La Embajada es un ‘nido de víboras’, le dice el periodista del mostacho a su colega de profesión, Belén Rueda, avisándola de dónde se están metiendo ella y su a priori incólume cónyuge. El pérfido adjunto del embajador, interpretado por Raúl Arévalo, es uno de los mejores personajes de esta serie, que mientras que no toca subtramas menos políticas y más pasionales funciona bien.
En fin, la premisa era buena (lamentablemente siempre de actualidad), pero el tono novelero de la serie empaña el buen trabajo de algunos actores: el mencionado Arévalo (acostumbrado ya a personajes más oscuros) y Carlos Bardem (otro que sabe encarnar bien a un villano).
Y ya al final, cuando vemos como la hija del embajador (Úrsula Corberó) termina en una cárcel tailandesa de mujeres porque le colocan droga en su bolso, ya no podemos más que reír y recordar la segunda parte de El Diario de Bridget Jones. Sólo falta que baile el Like a Virgin con las reclusas. Pero ya da igual, porque no nos creemos ni media. Hay subtramas como esta que resultan muy forzadas e inverosímiles, de la misma manera que manidos estereotipos que ya cansan: el periodista con zurrón y mostacho, despiadado y manipulador, para quien el fin siempre justifica los medios a la hora de conseguir su historia.
En resumen, que lo que más interesa es ver lo mal que lo tiene un hombre dispuesto a ser justo e íntegro en una institución corrupta, los vericuetos del dinero y el poder y la falta de moralidad de una clase social emponzoñada. Eso sí es creíble y sugerente, pero cuando se combina con estratagemas para subir la audiencia, fábricas de morbo y un falso frenesí pasional, el proyecto flaquea, mucho, y se vuelve anodino. Una pena.
¿Y qué decir del bombardeo publicitario de antes, durante y después de la emisión de la serie? Ya sólo eso invita a abandonarla. Y esto ya no es culpa del producto, sino de sus mecenas. Se lo podrían hacer mirar.
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