De camino ya a 500 episodios con su respectivo millar de casos, a pocos han
dado el calado social como al de esta semana. El gatillo feliz, pese a tratar
un tema que nos queda relativamente lejano, saca los colores a la sociedad norteamericana y su magnífica
idiosincrasia al mismo tiempo que da el pistoletazo de salida —pun
intended— a los duelos al sol naciente de que van enredar de aquí al final de
la temporada.
Los principales damnificados por la bala traviesa son esos cirujanos nuestros que mantienen la distancia y la profesionalidad
tan divinamente. Maggie llora y revienta a una babysitter porque quiere más
a los hijos de Meredith que la propia Meredith, Jo confiesa que sus días de white trash
le llevaron a comprar un arma y Amelia acaba reconciliándose con Owen tras un muy
sentido monólogo a un niño de ocho años sobre los bienes y bondades de usar el “fue
sin querer” como excusa universal. Quién te ha visto y quién te ve, después de
casi arrastrar a Pretty Penny de los pelos. I didn’t mean to… be coherent.
Las auténticas pistoleras del lejano oeste son las Calzona. Rifles fuera para Arizona y Callie, a cada
cual más leona por su hija, y a cinco minutos de sacar el “nosotras parimos,
nosotras decididos” como argumento de huida cuando Callie agarre a Sofía y la
facture desencadenando un cataclismo nuclear. Podemos decir que la incursión de
los abogados en el campo de batalla es la única aportación de la siempre
iluminada April Kepner.
Ni Bailey es capaz de aprobar ese plan de fuga del Hospital Muerte de
Callie. Bailey, jefa suprema y reina por encima del bien y del mal, se permite
el juicio absoluto sobre la pobre decisión laboral de Torres. Porque ella lleva
los pantalones en su relación y se nota. Todo
mientras su marido florero pulula el hospital mendigando un puesto de
anestesista, donde su herido ego de machirulo fracasado pueda ser
autoadormecido. Cuidado no se te lleve un ferry por delante cuando estés
corriendo por el parque. Si es que runner tenías que ser, Ben Warren.
La que está a ver si se casa o se marca un Denny Duquette es Steph. No
tenemos claro si a Izzie le mandaban WhatsApps escandalosos por busca allá por 2007, ¿pero a
qué médico que se precie un paciente nunca le ha mandado una fotopolla que
hasta le alegre la vista a la viuda de Seattle? Wilmer Valderrama le ha hecho un par de acústicos a Steph después de la
cirugía cerebral de hace unas semanas. Que Amelia será muy buena o los
postoperatorios aquí muy ágiles.
La semana que viene comienza la
batalla por la custodia de Sofia Robbin Sloan Torres, ambas partes
contratantes del divorcio reclutando soldados cual equipo de balón prisionero en un juego en el que, con toda seguridad, nadie querrá elegir a Nathan Riggs.
Qué bonitos los niños, qué fácil se aparcan en las series y qué rentables
cuando hay que sacar drama salvaje.
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