Los experimentos de Richard Webber, sabio y manipulador como él solo, han
dejado el correspondiente reguero de sangre y drama que necesitamos para decir
que, señores, once años después, Grey sigue dando episodios muy cojonudos.
Llámalo sacarlos a todos de la zona de confort, dejarse el caché en guest stars
o X.
Empezamos por Amelia, viviendo todavía de la herencia de Derek Shepherd,
hermanísimo cuyo cuerpo está dando más vueltas por el hospital una vez muerto
que cuando era pelazo y ojos. Como profesional que es, Ms. Shepherd le hace un ajuste de cuentas a Pretty Penny y vomita toda
su bilis y todo su rencor sobre la pobre chica que, después de un año de
dejárselo claro a todo el mundo, no tuvo culpa de nada. Ni que ella fuera
Shonda. Amelia como personaje revelación, antiheroína de moda y villana de
cuento que todos necesitábamos.
La esperada confrontación de Jo, nuestro tierno cachorrito secundón al que
sólo queremos abrazar durante los pocos minutos en escena que saque, y la myperson de su señor novio se resuelve
de la manera más desconsiderada posible. Impertérrita Meredith Grey que, en su
estado de no importarle una mierda nada, se
permite la licencia de acusar a Jo de histérica. Soberbias ambas y aquí
todos Team Jo, hasta que la maldición de Alex Karev se cobre su siguiente y
esperada víctima.
Finalizamos el repaso con una mención honorífica a este Ben Warren al que le están aumentando la
cuota de pantalla única y exclusivamente para quedar por los suelos y
rogarle a la señora de la guillotina que se lo lleve pronto. Esa clase
magistral de cómo ser un hombre con un complejo de inferioridad directamente
proporcional al salario de su pareja ha sido tan necesaria como avergonzante.
Miranda Bailey, cari, tú vales más. Pun intended.
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