Hace un año The Leftovers era una serie muy rara a la que nadie le prestaba demasiada atención aunque había tenido algunos episodios brillantes. Fue la irregularidad su principal punto débil para colarse entre las mejores series del año. Su segunda temporada, por el contrario, ha sido casi perfecta en su conjunto y nos ha regalado algunos de los momentos seriéfilos del año. A pesar de tanta abrumadora perfección, su renovación no está asegurada y su final bien podría valer para cerrarla.
Desde la introducción prehistórica se intuía que la segunda temporada de The Leftovers iba a cambiar drásticamente, que estábamos ante algo especial, ya sabíamos las reglas de un juego en el que nos costó meternos hace un año, por lo que ya teníamos mucho ganado. La brillantez esporádica se ha generalizado en todos los aspectos: dirección, fotografía, guión, música… Casi todos los episodios han sido redondos y han estado a un nivel muy alto, sobre todo el octavo, International Assassin, el mejor capítulo del año en la mejor serie del año. Por otro lado, sus guionistas han conseguido crear un producto tan raro como original al mismo tiempo, no hay una serie igual en toda la televisión mundial, por lo que al final ser como es le ha valido la diferenciación de otros grandes dramas. El riesgo que han corrido todos los eslabones de la cadena es digno de admiración y de agradecimiento.
Pero hablemos del tremendo episodio final, que nos ha hecho mantener la respiración durante toda la hora pues ha estado llenos de momentos dramáticos trágicos que tanto le gustan a Lindelof y Perrotta, momentos televisivos históricos, tristes, conmovedores y absurdos como el despertar de Mary, el encuentro de Evie con sus padres, el rapto del bebé de Nora, la otra muerte de Kevin y el encuentro del final con su familia después de un periplo lleno de angustia que, otra vez más, traspasa la pantalla y hace que el espectador sufra con sus personajes al mismo tiempo que goza con todo lo que está (vi)viendo. Siempre he dicho que ver The Leftovers es una paliza porque te deja muy tocado emocionalmente y eso tiene un mérito enorme, casi ninguna serie tiene el poder de atraparnos de esta forma.
Ante tanto sufridor destaca su protagonista Kevin Garvey (Justin Theroux), cuyos obstáculos para conseguir sus objetivos traspasan lo inimaginable, como que viéramos en esta serie cómo es la vida después de la muerte, algo tan absurdo como brillante. El sufrimiento de Kevin nos ha hecho sentir mucha angustia, dolor y desesperación hasta llegar a la escena final en la que nadie sabe de verdad qué demonios está pasando, empezando por él mismo, aunque el hecho de ver a toda su familia reunida justifica todo por lo que ha tenido que pasar. La evolución de su personaje, que ha llevado un camino muy similar al de la primera temporada ha destacado por encima del resto esta vez, forzando a Theroux a llevar su trabajo a un límite en el que ha podido lucirse. Espero de verdad que le caigan varias nominaciones, se lo merece.
The Leftovers, la serie incomprendida, la rara avis de HBO, aquella que no conseguíamos ubicar dentro de su parrilla, que tenía el punto en contra de que la escribía el guionista de Lost y estaba basada en un libro mediocre de un tal Perrotta, nos ha cruzado la cara con bofetadas de drama puro y duro hasta convertirse en imprescindible y, por supuesto, en la mejor serie de 2015.
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