Hace
unas semanas os hablábamos del regreso de David Simon a la televisión,
analizando el peso del racismo y la importancia de la política local en los EEUU de los años 80. Tras la emisión de los seis capítulos de la miniserie
podemos afirmar que Show me a Hero ha sido una apuesta difícil (sólo
posible en un canal como la HBO, apoyando siempre propuestas arriesgadas) de la
que sus creadores se han llevado la mano ganadora. Sí, ha habido diálogos
complicados y sí, el ritmo ha sido lento en ocasiones, pero eso no quita que
sea un buen retrato de una época gris.
Los
puntos débiles han recaído en los largos debates para sacar adelante la
iniciativa de las casas de protección social, con una palabrería de
procedimiento administrativo y movimientos políticos ajenos al espectador. La
trama ganaba en fuerza con las historias personales, reforzada por la banda
sonora —sobre todo con la última secuencia del sexto episodio, con el Lift
me up de Bruce Springsteen de fondo— y la buena caracterización de los
personajes en cuanto a maquillaje y vestuario. Catherine Keener estaba casi
irreconocible y si comparásemos a este Oscar Isaac con el de la película ExMachina
casi no podríamos decir que eran la misma persona, probando la capacidad
camaleónica de ambos actores.
“No puedes confundir los votos con amor. No son lo mismo.”
Con el
paso de los años la situación se da la vuelta, y ahora es Wasicsko quien añora
la alcaldía mientras sigue de cerca la construcción y entrega de las casas,
añorando los viejos tiempos. Conoce la crueldad de la realidad cuando en una visita
casi nadie se acuerda de él o lo confunden con un vendedor a domicilio. La
adicción se revela y empieza a jugar sucio para conseguir su objetivo, revivir
glorias pasadas.
Entre
las bambalinas del gobierno municipal podemos identificar decenas de detalles
con las que unir Yonkers a cualquier ciudad española: los tratos, los apoyos
por conveniencia, las luchas intestinas dentro de los propios partidos, las
ambiciones personales sin importar el bien común. Simon y Haggis hacen una fiel representación de esas miserias, que se resumen a la perfección en la escena del
funeral: esas condolencias falsas que intentan esconder las heridas de los
puñales que se habían lanzado en los últimos meses.
Show
me a Hero es una obra breve pero densa, que exige mucho a los espectadores
pero que recompensa con muchas lecturas. Sin olvidar además que no sólo es la historia de una tragedia personal sino también de una colectiva: el caso de las
casas de protección social no se cerró hasta 2007 (casi después de veinte años)
pero la realidad del racismo sigue sobrevolándonos cada día.
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