Las
puertas de Downton Abbey se han abierto para afrontar la sexta y última
temporada de una serie convertida en una obsesión internacional que no se experimentaba
en las producciones de época desde que Colin Firth se tiró a cierto lago en los
noventa. Sin embargo, los capítulos no pasan en balde y los Crawley ya no son
los que eran, con unos dramas que se parecen demasiado unos a otros.
El
primer episodio —un poco más extenso, como ya viene siendo habitual—, nos ha
llevado a 1925 para presentarnos un contexto social en el que todo está
cambiando a gran velocidad. La nobleza ya no tiene medios para mantener las
grandes casas de sus antepasados, viéndose obligados a vender casi todo en su
huida a Londres. Pero, más allá de las dificultades económicas y como el propio
Robert admite, ya no tiene sentido tener docenas de sirvientes en la época que
les ha tocado vivir. Una metáfora amarga sobre el cambio de costumbres y
también una velada despedida a la propia serie.
Entre
cazas del zorro y fiestas, Mary Crawley ha empezado la temporada con un amago
de escándalo (oh, sorpresa): ya habíamos predicho que ese encuentro con Lord
Gillingham sólo iba a traerle problemas. Sigo sin encontrarle la gracia a este
personaje, siempre igual de frío —aunque la perdono por citar a Poe y la Caída
de la Casa Usher—, sobre todo cuando se empeña en atacar a Edith. Sí, nuestra
Sufridora Oficial nº 1 continúa aguantando como puede a su hermana y parece
increíble que dude en marcharse a la capital para ser libre de tanta mala baba.
Menos
mal que a los sirvientes todo les va mejor. ¡Ah, no, que está nuestra Sufridora
Oficial nº 2!: Anna y la insoportable historia del asesinato de Green vuelven a
escena otra vez. Aunque parece que el drama ha llegado a su fin, la pobre no
puede ser feliz más de cinco minutos así que ahora hay que añadirle su
dificultad para tener hijos. Sinceramente, maltratar así a un personaje de
ficción debería ser calificado de
tortura. En el resto del grupo, Molesley sigue siendo un trozo de pan y Thomas conserva
intactos sus aires de diva (ojalá Andy le ayude a no volver a la senda de la
maldad absoluta *guiño, guiño*).
Los veteranos ganan la partida
La
trama del hospital aparece simplemente para darnos otra guerra entre Isobel y
la Condesa Viuda, pero si eso significa disfrutar de más de sus one-liners,
bienvenida sea. Cada vez que Maggie Smith aparece en escena, la calidad del
guión sube hasta alcanzar el nivel de los viejos tiempos y es imposible no
reírse con sus maquiavélicos complots para meter en cintura a sus criados.
Junto
con la historia de la señora Hughes y Carson —con un emotivo y muy inglés
discurso sobre lo que espera de su futuro matrimonio— vuelven a demostrar que los
actores veteranos son la mejor arma de esta producción británica.
Más allá de la presentación de las diferentes líneas argumentales de los próximos episodios, se han vuelto a repetir peligrosamente esquemas vistos en anteriores temporadas: chantajes, amenazas de ir a los periódicos, Bates y Anna pasándolo mal, Edith sin saber qué hacer, Cora sin enterarse de lo que pasa en su propia casa... Todo lo hemos visto ya (más de una vez) y el maravilloso envoltorio de los paisajes y los vestidos ya no es suficiente: Downton Abbey se merece una despedida por todo lo alto y esperamos que Fellowes nos sorprenda en las próximas semanas para cerrar dignamente la historia de los Crawley.
Más allá de la presentación de las diferentes líneas argumentales de los próximos episodios, se han vuelto a repetir peligrosamente esquemas vistos en anteriores temporadas: chantajes, amenazas de ir a los periódicos, Bates y Anna pasándolo mal, Edith sin saber qué hacer, Cora sin enterarse de lo que pasa en su propia casa... Todo lo hemos visto ya (más de una vez) y el maravilloso envoltorio de los paisajes y los vestidos ya no es suficiente: Downton Abbey se merece una despedida por todo lo alto y esperamos que Fellowes nos sorprenda en las próximas semanas para cerrar dignamente la historia de los Crawley.
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