Antes de empezar me gustaría dejar claro que vamos a juzgar la segunda temporada de True Detective como lo que es, una antología. En la mayoría de artículos que he leído desde su estreno, he visto cómo las principales críticas se basaban en la comparación con su primera temporada, la cual es objetivamente brillante, y la comparativa tiene toda la lógica del mundo porque era su referente, pero en algún momento hay que poner el límite entre lo que es una mala serie y lo que es una serie claramente inferior a ella misma en el pasado.
Durante estos dos meses escasos me he dedicado a defender que la segunda temporada de True Detective no era tan mala como se estaba diciendo, pero se ve que estaba demasiado concentrado tratando de recordar nombres o aburrido de tanto diálogo insustancial que me distraje. La finale acabó por abrirme los ojos con dos secuencias espantosas. La primera es el cigarrillo poscoital de Ani y Ray, un diálogo anticlimático que jamás debería haber abierto un episodio final porque a estas alturas no pueden seguir construyendo personajes, sino resolviendo sus tramas. Eso es de episodio tres o cuatro como mucho. Recordemos que hasta el séptimo no sabíamos que el personaje de Rachel McAdams había sufrido abusos, lo cual es de locos. La segunda es esa inocente escena entre Frank y Jordan en la que él la convence para que se vaya a Venezuela, de diálogo absurdo sustentado en las limitaciones de ambos actores, pero sobre todo por parte de Kelly Reilly. Esto me lleva al siguiente párrafo.
También durante estas ocho semanas se le ha dado vueltas a los grandes errores de casting que ha tenido la serie, con la elección de algunos actores. Tras ver la finale llegué a la conclusión de que no podemos echarle toda la culpa a ellos de un guión tan mal escrito como este. Hay un momento cuando Ray cuelga el teléfono tras hablar con Burris y enterarse de la muerte de Paul en que la reacción de Rachel McAdams y Colin Farrell de desesperación parece más provocada por las líneas que les están haciendo recitar que por el impacto de la muerte de su compañero. Casi todo está mal en la historia, desde el orden de los hechos hasta la construcción de personajes. La ingente cantidad de nombres con los que nos satura Pizzolatto sólo sirve para que nos hagamos tal lío que al final no sepamos quién es quién, y por si fuera poco el famoso asesino de Caspere era un personaje al que no se le da ninguna importancia y que aparece tangencialmente en el tercer episodio. Todo esto hace que la trama policial no tenga ningún sentido hasta el quinto, después del tiroteo.
Volviendo a los personajes, sus traumas y fantasmas del pasado no consiguen que conectemos con ellos, por lo que el fatal desenlace de dos de ellos no tiene casi ningún efecto en el espectador. El problema no es que hubiera cuatro protagonistas, sino que a ninguno se le ha dado su parcela para contarnos quién es desde el principio. Quizás el único haya sido Frank, precisamente al que menos interés tenía en ver en pantalla. Los secundarios también han estado desdibujados, siendo al final la camarera que le tenía ganas a Velcoro y ese tal Nails, que ha tenido que presentarse él mismo deprisa y corriendo, los que han sacado sus castañas del fuego. Mucha información, poca concreción y una tremenda anarquía narrativa han sido los principales puntos negativos de este guión.
Por supuesto, la segunda temporada de True Detective también ha tenido puntos positivos, empezando con una buena cabecera a la que, por ponerle un pero, le habría venido mucho mejor la canción de Lera Lynn que se usó en el tráiler. Casi todos sus fuertes han estado detrás de las cámaras, donde el buen hacer de los directores y fotógrafos han conseguido que el material pareciera mejor de lo que era, junto con un buen montaje que ha mantenido la tensión a pesar de no tener vínculos emocionales con los personajes. Recordemos la secuencia del tiroteo, la de la fiesta donde Amy está vagando drogada, la escena en que asesinan a Paul y el montaje paralelo del final que impacta aunque tenga demasiados cortes. En el apartado técnico, pocos peros.
En términos generales, no podemos decir que la segunda temporada de True Detective haya estado a la altura de las circunstancias, pierde en las comparaciones con su predecesora y tampoco se sostiene cuando es considerada como producto aparte. Le ha faltado el talento de McConaughey y Harrelson, la magia de Cary Fukunaga y le ha sobrado precisamente el único que se ha mantenido, el que no podía fallar. Nic Pizzolatto, eres declarado culpable.
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