En pleno boom de los superhéroes, con más spin offs de camino y adaptaciones de cómics saliéndonos de debajo de las piedras, The Flash ha cumplido y superando las
expectativas sobradamente, me atrevería a decir.
Este género tiene un gran problema: es un asunto de modas y de modos. La
moda es que estamos a dos temporadas del aborrecimiento absoluto, pero eso ya
lo sabemos y si no que se lo digan a los zombies y los vampiros. El modo es el
motivo por el cual The Flash nunca
será públicamente aplaudida como Daredevil. Y eso que especialmente desde la mitad de la temporada méritos no le han faltado.
La serie empezaba regular tirando a "¿qué estoy haciendo aquí?". Lo único destacable que tenía era una factura
técnica envidiable y unos efectos especiales que muchas series querrían para sí —lo del
final de la temporada parecía sacado de un blockbuster—. La premisa era
bastante simplona: caso semanal y trama longitudinal que se desarrolla
principalmente en los últimos minutos de cada episodio.
Por así decirlo: Barry Allen no era más que el primo friki de Oliver Queen.
Hasta que le pasó de largo. Pun intended.
Las comparativas son odiosas y más si no habéis visto Arrow, pero son obligatorias. Lo que temíamos es que The Flash fuese una versión más juvenil
y fantasiosa del clásico drama de superhéroe que tiene que preservar su
identidad y verse limitado a un reducido equipo que apoya su personalista historia. Lo
que resultó es que en The Flash han
construido una mitología muchísimo más atractiva que la de su serie madre/padre.
Sumado a todos los porqués tras la explosión del acelerador
de partículas está el tratamiento. Donde Arrow
da mil vueltas, mete relleno y nos vende que hace falta una temporada entera
para una historia previsible, Flash hace
el giro rápido, te descuadra, añade elementos de forma completa sin cebos
vacíos y empuja la trama hacia adelante.
¿A qué me refiero con esto? Todos los personajes saben ya quién es Barry
Allen. No estamos jugando a la manida "que mamá no se entere, que la capucha me lo tapa todo". Los
guionistas saben que cada vez que un nuevo personaje descubre al héroe es un teórico
punto de tensión, y aun así no han reparado en disparar estas balas pronto. ¿Por qué?
Porque tienen más artillería y podemos confiar en ellos.
Otro punto a favor de The Flash
ha sido la construcción de un reparto de recurrentes en base a los malos de la
semana. El monster of the week está muy acabado y nunca me cansaré de decirlo.
Pero si les traes de vez en cuando e incluso les das pequeños arcos que
despierten cierto apego, subes el nivel de la serie porque no te limitas a ir a
lo fácil de arrestarles y que pase el siguiente.
Y ahora, los contras, que habiendo denunciado ya lo punible que debería ser
el procedimentalismo, se resumen en uno: vamos a romper con Arrow.
El primer crossover hizo ruido porque unir dos series siempre es algo que en cualquiera de ambos fandoms vende mucho. Cuando lo haces tres o cuatro veces en 22 episodios, ya huele un poco. No
hay ninguna necesidad de hacerlo cuando la trama es solvente de por sí.
Obviamente es duro echar a Felicity Smoak pero, ¿qué pintaba Oliver vestido de Ra's al Ghul en el 1x22? ¿Y a santo de qué Barry hace de deus
ex machina en el final de temporada de Arrow?
No, gracias.
Esperamos bastante de la segunda temporada, que sigan desarrollando todo lo
que hay detrás de lo que hemos visto hasta ahora y que exploren no sólo el
pasado, sino el futuro. Y lo más importante: que demuestren que hay una
narrativa muy sólida detrás, capaz de hacer a la gente dejar de subestimar a la CW. Ay si Barry hubiese caído en Netflix…
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